John Boyne es un irlandés de pura cepa, nacido en Dublín en 1971. Se formó en el Trinity College y en la Universidad de East Anglia (Norwich). Conozco desde hace años esta prestigiosa Universidad inglesa donde he pasado algunas temporadas para encontrarme con profesionales tan reconocidos como Barry McDonald, lamentablemente fallecido, John Elliot o Helen Simons.
Boyne escribió hace algunos años una corta, dura y sobrecogedora novela que todos mis lectores y todas mis lectoras habrán leído: “El niño con el pijama de rayas”. Probablemente habrán visto también la película que lleva el mismo nombre, indudablemente peor que la obra literaria si es que se pueden comparar géneros tan diferentes. Después publicó otra novela que leí con avidez y que se titulaba “La casa del propósito especial”. Una novela con un final sorprendente aunque, si se tiene algún conocimiento de historia, se puede vislumbrar y el impacto final se atenúa un poco.
Ahora ha vuelto a abordar el tema de la infancia y el nazismo en otra novela, que lleva por título “El niño en la cima de la montaña”. No voy a desvelar el desenlace, claro está. Lo que quiero hacer en este articulo es plantear, a raíz de esa lectura, la cuestión sustantiva del concepto de educación.
Un niño parisino, llamado Pierrot, ha tenido una infancia similar a la de cualquier niño de su época y ciudad de nacimiento. La guerra que se avecina trastocará el destino de millones de personas. Pierrot tiene un amigo judío llamado Anshel, con el que pasa muchas horas. Nos hallamos en el París de 1935. Al morir los padres de Pierrot comparte la vida con la familia de su amigo. Luego, ante los temores y las estrecheces, le envían a un orfanato. Y, de pronto, para su dicha y sorpresa, es reclamado por su tía Beatrix que trabaja como ama de llaves en una mansión imponente situada en la cima de una montaña. No es una casa cualquiera. Se trata nada más y nada menos que del Berghof, la enorme residencia que Adolf Hitler tiene en Los Alpes de Baviera.
A sus siete años, alojado de manera sorprendente y repentina en el entorno intimo del todopoderoso Führer, Pierrot se verá paulatinamente inmerso en un mundo fascinante y seductor. Hitler, que aceptó de manera displicente la propuesta de su ama de llaves de acoger a su sobrino, va fraguando con el niño una estrecha relación de intensidad progresiva. La influencia va siendo tan absorbente que el niño va dejando de pensar por sì mismo y va haciendo suyas las ideas de su poderoso mentor. Pronto empieza a militar en las Juventudes Hitlerianas, deslumbrado por su mística y su parafernalia.
El niño que era Pierrot va transformándose en el Pieter que Adolf Hitler va modelando en los encuentros reiterados que se producen en la gran mansión. Unos encuentros envolventes e insidiosos. Aquel niño fiel amigo, generoso compañero, hijo amante y buena persona se va transformando en un monstruo. En un fanático nazi, capaz de las más repugnantes ideas y de las más viles acciones.
– ¿Qué te ha pasado Pierrot?, le dice Emma, Eras un niño muy dulce cuando llegaste aquí. ¿De verdad es tan fácil que los inocentes se corrompan?
De manera imperceptible se va produciendo un cambio de la personalidad debido a las influencias (¿educativas?) de su líder. Y es en esos interrogantes donde quiero poner el énfasis. Ahí se plantea (o me planteo) la cuestión. ¿Lo que hace Adolf Hitler con ese niño es educación? Es probable que muchos contestemos que no, que es mero adoctrinamiento, una fidelización morbosa y destructiva de los sentimientos y de las ideas más nobles. Pierrot cambia hasta de nombre. Ahora se llamará Pieter. Deja de pensar por sí mismo para pensar como piensa su ¿educador”? Casi repugna ver situada esa palabra en el contexto.
El problema es el siguiente: ¿qué pensaba el dictador?, ¿no creía él que estaba llenando la mente del niño primero y del joven después, de nobles sentimientos por la patria, de ideas magníficas sobre moral y de principios de acción que dignificaban su vida y salvaban del desastre a la humanidad? ¿Pensaba que lo estaba educando o que lo estaba pervirtiendo?
Y se fortalece la cuestión al preguntarnos si Pieter se sentía satisfecho de su transformación, de sus nuevos ideales, de su lealtad a una causa y a un líder. Una lealtad que lo justifica todo, hasta la delación y la muerte de seres queridos.
En la misma novela hay personajes que ven con ojos críticos esa labor de captación, de transformación, de seducción, que me resisto a llamar educativa. Hay personas que lamentan la evolución del niño inocente que llegó al Berghof en el joven monstruo que llega a ser.
– Me da miedo pensar en qué clase de hombre va a convertirse si esto sigue así –dijo Beatrix-. Hay que hacer algo. No solo por él sino por todos los Pierrots que hay ahí fuera. El Fürher destrozará el país entero si alguien no le detiene. Acabará con Europa entera. Dice estar iluminando las mentes del pueblo alemán… pero en realidad es la encarnación de las tinieblas en el centro del mundo.
Lo mismo me planteo respecto a otros casos de adoctrinamiento. Pienso ahora, todavía conmovido por la masacre del pasado día 15 en Niza, en el caso tan preocupante de los yihadistas que se convierten en asesinos de inocentesy se inmolan a sí mismos en aras de unos ideales que les han metido en la cabeza a fuerza de enseñanzas perversas. ¿Les han educado o les lavado el cerebro?
Qué pensar de un noviciado de cualquier religión en el que los novicios y novicias tienen que asumir los principios que se imponen (no se exponen, no se proponen) sin poder someterlos siquiera a discusión?
¿Quién decide que es educación? ¿Quién decide que es adoctrinamiento? ¿Sólo los implicados en el proceso? El adoctrinamiento (a veces llamado indoctrinación, por influjo del inglés indoctrination), es el conjunto de medidas y prácticas formativas y de propaganda encaminadas a inculcar determinados valores o formas de pensar en los sujetos a los que van dirigidas.
Ya que me formulo la pregunta, intentaré esbozar una respuesta que incluye cuatro razones. En primer lugar, creo que el problema fundamental es el concepto de libertad. El adoctrinador no deja libertad de opción al adoctrinado. Éste tiene que pensar, sentir y actuar de una determinada manera. De lo contrario estará fuera de la verdad y fuera del bien. El adoctrinador impone los valores, no los propone. Un valor que se impone, deja de serlo.
En segundo lugar, desde la educación es necesario ejercer la crítica, el análisis, la discrepancia. Porque en la educación no se trataría tanto de que piensen como nosotros sino de que aprenda a pensar, de que decidan como nosotros sino que aprendan a decidir por sí mismos, de que tengan nuestra jerarquía de valores sino de que aprendan a elaborar la propia.
En tercer lugar, la educación exige respeto a la autonomía del educando. Frente a la heteronomía que impone el adoctrinador, la educación busca que no dependa del pensamiento de otro.
En cuarto lugar hay que remitirse a la ética universal frente a la moral de sectas, religiones y movimientos políticos. Porque la ética universal tiene valores indiscutibles: libertad, solidaridad, justicia… Lean “Ética para la sociedad civil” de Adela Cortina. Si quieren, claro. Si lo hacen, no se arrepentirán.
Ya sé que es verano, por lo menos en España, pero, por favor, no me hagáis esperar más. El esfuerzo de Miguel Ángel y su dedicación hacia todos y todas, creo que se merece un, no se me ocurre qué comentar, peto te he leído y me vas a hacer dejar el sueldo en libros, y el cuerpo también come.
Protegeros del sol, que no hay cosa buena que no pueda convertirse en dañina.
Un beso.
Estimado Jose Antonio:
Tú has roto el hielo (metáfora agradable para estos días de calor en España). No te preocupes por los silencios.Me dicen en el periódico que por cada mil que leen solo hay uno que se decide a escribir.
Yo siempre digo que hay que tener libertad para hacer las cosas y para no hacerlas. Para leer o no leer. Para escribir o no escribir.
Sí me gustaría recibir opiniones sobre el tema que planteo: ¿cómo saber cuando educamos y cuando adoctrinamos?
Cuestión, por otra parte, peliaguda.
Un abrazo.
MAS
Saludos Miguel Ángel.
Cada vez que pienso en lo sucedido en cualquier atentado yihadista como el atropello ocurrido en Niza o el tiroteo reciente en Munich (Alemania), una enorme tristeza me invade por lo ocurrido a la vez que me planteo que se les pasa a esas personas por su cabeza para hacer tales atrocidades y no importarles nada su vida ni tampoco la de los demás.
Del mismo modo que el protagonista del libro de John Boyne, Pierrot, cambia su inocencia inicial a un estado irreconocible tras un fuerte adoctrinamiento con ideales nazis, creo también que los autores de estos atentados también son anulados como personas, pierden su autonomía, dejan de ser ellos y no piensan por ellos mismos sino a través de los ideales que les fuerzan a creer y a actuar de una determinada manera.
Como Maestro de Primaria busco inculcar valores a mis alumnos/as para que piensen por ellos mismos y sean autónomos pero…¿Hasta qué punto no debo “adoctrinar” también en ciertos temas controvertidos para evitarles problemas y protegerlos ante algunos riesgos de nuestra sociedad actual?
Voy a ser padre en Noviembre de una niña que se va a llamar Sofía. En esa aventura que es la vida quizás también deba “inculcarle” en un futuro que se amolde a unos determinados “ideales” que son las que su madre y yo tenemos.
Estimado Juan Francisco:
Enhorabuena por tu paternidad. Tener un hijo es dejar el corazón fuera del cuerpo para toda la vida…
Estoy seguro de que en este caso se puede felicitar también a Sofía por el papá y la mamá que tiene. Enhorabuena, pues, Sofía.
Y sí, como padres y como maestros nos enfrentamos a la gran cuestiono que se plantea en el artículos: ¿educamos?, ¿adoctrinamos?
Ya es un paso plantearse la cuestión.
Las pistas que ofrezco al terminar puede servir para diferenciar una cosa de otra.
De la misma manera hay eu diferenciar educar de instruir y educar de socializar.
Un abrazo.
MAS
Saludos Miguel Angel
Inquietante cuestión descubrir cuándo educamos o cuando estamos adoctrinando. Suelo decir que educamos como somos. Con mis hijos tengo más ocasiones para pedirles disculpas o corregir, con mis niños no tanto, por eso trato de ir con más tiento. Te cuento lo que yo hago? Primero procuro no olvidar que ante todo son personas, con todas sus capacidades y potencialidades, al día de hoy. Mi intromisión en su crecimiento tiene que ser casi, pidiendo permiso, porque voy a entrar y voy a dejar una huella seguramente. En segundo lugar, creo en el diálogo, en la pedagogía de la pregunta. Las preguntas mías y las de ellos y así lo que aprendemos a diario nos sirve a todos. Por último, todo lo fiel que puedo ser a misma, les repito y repito que el conocimiento lo construimos entre todos, que todos tenemos algo de la verdad y que lo que yo les muestro tiene que servirles para sentirse mejor y que si no es así, que lo olviden.
Igual me estoy equivocando porque después de tantos años en esta tarea una se acostumbra a ir cambiando (de colegio, de directivo, de curriculum, de compañeros, de niños, etc)
Un abrazo Mendocino y Argentino.
Querida Graciela:
Gracias, en primer lugar, por leer y por participar.
En efecto, es una cuestión inquietante. Yo también digo que educamos como somos. Pero, claro, también Hitler “educaba” a Pierrot como era. El problema es si eso es lo que habría que ser.
Me parece bien las ideas que comentas:
– el respeto a la identidad de la persona que te lleva a hablar hasta de intromisión. Creo que tenemos que ayudarles a pensar, no a que piensen como nosotros.
– el diálogo que permite expresar, argumentar y escuchar al otro.
– la fidelidad a ti misma, la autenticidad.
Hay una metáfora de Holderlein que me parece estupenda: los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose. Lo ue nos dicen los hijos y los alumnos es : ayúdame a hacerlo solo.
Besos y gracias.
MAS
¡Qué interesante artículo! Personalmente siempre me he preguntado ante los adoctrinamientos de adultos a niños si los adultos creen de verdad lo que inculcan a los niños, o son más bien unos taimados hipócritas que los manipulan adrede, lo cual hace que esos adultos sean unos desalmados. Más bien creo esto segundo. El que envía uno a la muerte por la creencia en unas doctrinas inculcadas y no va el que las inculca por delante ya indica su maldad, hipocresía, mentira.
Estoy totalmente de acuerdo que la educación debe llevar a la crítica y en consecuencia a tomar uno las propias decisiones. En este sentido me pregunto, ¿cuántas veces los educadores nos sometemos a la crítica de nuestros alumnos? Yo diría, que incluso en las conversaciones normales, más que exponer nuestras ideas y someterlas a la crítica del interlocutor, lo que se intenta es, más bien, imponer nuestro punto de vista. Los debates son el mejor ejemplo de esto. No he visto un solo converso en la multitud de debates que he visto.
Te agradezco, Miguel Ángel, no sólo tus artículos sino también los libros que nos recomiendas. Tú no impones, nos ayudas a pensar, para imponer otros ha habido y hay…
Saludos
Querido Joaquín:
Ya veo que sigues al pie del cañón de la lectura. Y es de agradecer que estos tiempos de calor y de viajes dediques un tiempo a la leal causa de leer lo que otros escriben. GRACIAS.
Es verdad, no hay conversos en los debates. Porque cada uno quiere imponer su criterio a los demás y no siquiera escucha.
Es inquietante que cada uno pueda entender el concepto de educación como se le antoje y pueda lavar el cerebro a las personas condicionándoles la vida, como en los casos que comentas.
Un abrazo, querido amigo.
No sabes con cuanto afecto te recuerdo siempre.
MAS
Hace un par de décadas, como miembro del Colectivo de Educación y Paz de la Universidad de Córdoba, coordiné investigaciones en el las que participaron compañeros y compañeras de distintos Departamentos universitarios o como docentes de Educación Primaria.
Uno de esos trabajos se concretó en una extensa publicación titulada “Signos y cultura de la violencia. Una investigación en el aula”, donde se abordaban los distintos modos o presencias de la violencia: en la educación, la psicología, el lenguaje y los medios de comunicación.
En ella no solo se trataba la diferenciación entre agresividad y violencia, sino que también se estudiaban las distintas caras de esta última: violencia física, psicológica, lingüística, simbólica y estructural. Aunque la más visible sea la violencia física, todas ellas, de algún modo, se interrelacionan, de modo que no es posible comprender los hechos violentos desde una única causa, sino que suelen ser multicausal.
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En el anterior artículo titulado “Los motes del profesorado”, Miguel Ángel planteaba una reflexión sobre el origen y la función que cumplen los que los estudiantes les dedican a algunos profesores o profesoras.
Fue un artículo en el que hubo bastantes intervenciones. En mi caso, no lo hice esta vez, considerando, por un lado, que en la Universidad no es habitual que los estudiantes nos dediquen motes, pues han superado la etapa de la adolescencia y ya no funcionan grupalmente o en pandillas, como años atrás. Por otro lado, pensaba que sería interesante que, en otra ocasión, se prestara atención a los motes que se suelen dar entre los escolares o los que estudian en Secundaria, dado que estos sí pueden adquirir la categoría de verdadero acoso o humillación en quienes los sufren.
Esta reflexión conecta con las últimas informaciones recibidas de la reciente tragedia acontecida en un centro comercial de Múnich, en la que han perdido la vida, entre otros, varios adolescentes a manos de un joven germano-iraní, Ali Sonboly, de 18 años, que, según las declaraciones aportadas por un vecino que lo vio y le escuchó desde su balcón, sufrió acoso durante siete años por lo que estuvo en tratamiento psiquiátrico.
Si a partir de los 11 años sufrió acosos, entre los que me imagino aparecerían los motes más despectivos, ¿no lo vio o escuchó ningún profesor o profesora? ¿Ningún docente se preocupó de la situación de Ali? ¿Nadie estaba al tanto de lo que le sucedía?
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Curso 2014-2015.
Dentro de un grupo de una asignatura de Educación Primaria tengo un alumno, Julio (nombre cambiado), que no se relaciona con nadie. Muy delgado, introvertido, tímido, mirada evasiva. Está obsesionado con las calificaciones, pues constantemente me pregunta por las notas de los trabajos realizados. En alguna ocasión hablo con él, puesto que veo que no está centrado en lo que explico; me dice que está estudiando dos carreras para ocupar todo el tiempo. Pregunto a un grupo de sus compañeros y compañeras con los que tengo confianza la razón por la que le dan de lado; me responden que es imposible trabajar con él, pues el curso anterior lo intentaron y les fue muy difícil por su carácter.
Una mañana que me han pedido poder asistir a una conferencia, les doy permiso para ello. Permanezco en el aula. Allí se queda Julio conmigo. Busco charlar con él, intentando penetrar en la razón de su total aislamiento. Me dice que como escolar sufrió bullying, algo que le ha marcado. También me indica que su padre, que es maestro, vive en otra ciudad y que desde pequeño “pasa totalmente de él”.
Le hablo con bastante sinceridad para que se dé cuenta que si en algún momento lo necesita puede buscarme y, sin ningún problema, podemos charlar tranquilamente.
Ya en este curso que se cierra, sentado en un rincón de la entrada de la Facultad, me vio a lo lejos y me saludó con la mano. Le devolví el saludo.
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Hace unos días, salgo de casa para dar la caminata que realizaré por el paseo denominado Vial Norte de Córdoba, hasta llegar a un parque alejado.
Una vez que giro hacia la derecha, una señora que sale del centro de salud del barrio al pasar a mi lado le oigo: “Estos son los que menos pagan y los que se creen que tienen más derechos que los demás”.
En la otra acerca (la calle es estrecha) camina una mujer joven de raza negra con un niño de unos tres años al que coge de la mano. Instintivamente, me dirijo a la señora que se aleja y le digo: “Oiga, señora, no vuelva a decir lo que acabo de escuchar. Todas las personas, usted, yo y esa señora tenemos la misma dignidad”.
Se aleja dando voces, repitiendo “que llegan y se les trata como si fueran de aquí”.
Se me acerca la madre con su niño para preguntarme qué ha sucedido. El pequeño me mira como si él hubiera sido el causante de las voces. “No he escuchado lo que esa señora ha dicho”, me indica. “No se preocupe. Es una persona con poca educación. No merece la pena… Pero lo que no podemos permitir es que se digan expresiones racistas”, le aclaro.
Se despide dándome las gracias en un perfecto español.
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Continúo la caminata. Hacia el final suelo verme, primero, con Peter y, después, con Bobby, dos jóvenes de raza negra que, apostados en los semáforos, cada cual en el suyo, ofrecen pañuelos de papel y ambientadores. Ambos son de Nigeria. Tienen todo un historial, que me han narrado, desde sus pueblos natales hasta su llegada a España.
Peter habla bastante bien español. Ya me presentó hace tiempo a Patti, su niña, de la que se siente muy orgulloso, y que cumplió 5 años, por lo que entrará este curso en Primaria. Hablamos mucho de todo, especialmente de fútbol, pues es del Real Madrid y yo del Barcelona.
Bobby es más joven. Tiene un grave problema en la columna. Los médicos le recetan pastillas para el dolor, pero entiende que esa no es la solución, por lo que se ha informado de lo que costaría una intervención. Sería en Bilbao, en un hospital privado: un precio inalcanzable para él.
En esta ocasión me detengo con tiempo a charlar con él. Como nunca pierde la sonrisa, a pesar de su dolencia, veo que hay gente que le saluda.
“Bobby, veo que hay bastante gente que te conoce y que creo que te aprecia”, le indico. “Sí, es verdad. La gente es Córdoba es muy amable… aunque el otro día me sentí muy mal”. “¿Qué te sucedió?”, le pregunto, al tiempo que compruebo que le cuesta contármelo.
Por fin se decide. “Pues que llegó una señora con una niña de la mano y al pasar a mi lado escupió al suelo”.
Indignado le vuelvo a preguntar: “¿Y qué hiciste?”. “No pude hacer nada, pues si le digo algo quienes me ven en sus coches o los que pasan por aquí pueden pensar cosas malas de mí”.
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Racismo y xenofobia cotidianos. Machismo cotidiano. Clasismo cotidiano. Discriminación cotidiana… No debemos mirar nunca para otro lado.
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Para cerrar, por si tenéis ganas de seguir (a pesar de la extensión del comentario), os adjunto el enlace de un artículo que publiqué hace poco en el que hablo de la admirable actuación de una mujer valiente: Tess Asplund.
http://www.montilladigital.com/2016/05/aureliano-sainz-tess-asplund.html
Querido Aureliano:
Si contemplásemos con atención lo que pasa en la vida cotidiana, encontraríamos muchos elementos para el análisis y para el compromiso con una sociedad mejor. Hay muchas cosas que mejorar. Primero hay que verlas como nos nos muestras en tu comentario. Luego hay que analizarlas. Y, en tercer lugar, hay que tener confianza en que se puede ir superando.
Estupendo el caso de Tess Asplund.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo y feliz verano.
MAS
¡Querido Maestro!
Siempre es constructivo y aleccionador leer sus artículos.¡Cuanta verdad hay en sus palabras!No es igual educar que adoctrinar.Yo prefiero la primera,me da más garantía de éxito y de construir buenas mentes y grandes personas.
Si bien estoy contigo que el adoctrinamiento se utiliza cuando se percibe la inocencia de las personas por eso se utilizan a los niños y a las personas de buen corazón para hacer de ellas trapos vivientes para usar y tirar.!Que dolor en las entrañas me parece esa mala utilización de las mentes y de los sentimientos de los demás!
Que desastre humano las matanzas que hay en el mundo a través de esa forma de vida que es el adoctrinamiento.
Propongo la calma y la paz, la palabra y la razón,la quietud y la perseverancia,el respeto y el amor, la tolerancia y la fe, la nobleza y la libertad de todos para llegar a tener un mundo con mejores sentimientos.
Gracias a todos por sus comentarios tan instructivos.
Y sin más me despido, con un calor insoportable, pero con ganas de seguir aprendiendo,con un cordial y afectuoso saludo.
¡Disfruten del verano!
Querida Loly:
Hermosas palabras. Hermosas propuestas.
El problema es cómo intervenir para que la educación sea realmente educación y no caiga en el adoctrinamiento de las personas que, además de lavar el cerebro de las personas, produce luego esos desastres terrible: matanzas, atentados, destrucción…
Hay una parte de reflexión que nos afecta a cada uno en la medidas que ejercemos influencia y una parte que nos interpela respecto a los adoctrinadores…
¿Se puede dejar que un camión vaya matando a las personas por la calle sin ejercer la violencia para detenerlo?
Besos Y gracias.
MAS
Buenos días,
He leído con detenimiento. Se me echa la calor encima y las obligaciones de riengo, las plantas son seres vivos y acusan la sed con gravedad.
Iba a escribir algo, pero, mejor suscribo literalmente el comentario del Sr. Alvarez. Gracias Sr. Alvarez.
Y para corregir estos agravios que ya anuncia el Sr. Alvarez, creo que vale la pena intentarlo siguiendo los pasos de la Srta. Maidana.
Y gracias a todas/todos por sus aportaciones. Especialmente al Sr. Guerra, por traer a colación este peliagudo tema.
Tengan un buen día.
Estimado Quintiliano:
Por mí, mejor de tú puesto que a ti también te parece mejor.
Veo con agrado que no solo lees el artículo que desencadena los comentarios sino los que se publican al respecto. Sabia decisión.
Porque es bueno tener presente el contraste de opiniones.
Gracias por leer y por participar.
Y por regar. No te voy a decir el importe del recibo que acabo de pagar hace unas horas por el agua del mes…
Pero hay que salvar las plantas de este calor. Cueste lo que cueste.
Saludos.
MAS
Un texto que va al meollo de la cuestión.
¿Qué es educar?
Porque hay muchas tropelías que se han justificado con ese concepto.
Se citan tres ejemplos en el artículo pero podíamos pensar en muchos más.
Asusta cómo, en cada época, se entiende por educación lo que hoy podríamos llamar maltrato.
¿Qué sucedía con aquellas palizas que se daban para ENCAUZAR A LOS MKALOS ALUMNOS?
Hay que hilar más fino en asuntos tan importantes.
Me ha hecho pensar.
La educación se ha confundido y se confunde con muchas cosas.
Existe el lavado de cerebro.
Lo vemos muy claro en el adoctrinamiento de los yihadistas. Lo curioso es que los “maestros” de estos chicos no se inmolan. Les dicen que tiene que hacerlo ellos
La desvergüenza no puede ser mayor.
El artículo de hoy se las trae. Si no estamos educando, ¿qué estamos haciendo?
la pregunta no puede tener más calado. No es solo una cuestión conceptual. Es un asunto de fondo.
Todos dicen que educan o que forman o que hacen difusión del bien y de la verdad.
Pero, claro, en los tres ejemplos que se ponen en el artículo hay muchas dudas (o pocas) sobre lo que pasa: el nazismo, el yihadismo y los noviciados. Ya sé qu.
Eso interpela a cada uno e interpela a la sociedad. ¿Puede permitir esos procesos de abducción en aras de la libertad?
No he leído el libro, pero creo que no hace falta para plantear con fuera la cuestión. ¿Estaba EDUCANDO Hitler a Pierrot?
Mi respuesta es muy clara: NO, Lo estaba pervirtiendo, lo estaba destruyendo intelectual y emocionalmente.
Para pensar.
Estimado Alberto:
Para mí también está claro. Lo estaba pervirtiendo, lo estaba destruyendo. Pero, ¿ quién se lo impedía?
Es es la cuestión respecto a los adoctrinados. ¿Quién se lo impide? Es más: ¿se les puede impedir?
Saludos y gracias por participar.
MAS
Este artículo pone n cuestión todas las prácticas de educación.
Con muchas tranquilidad decimos si estamos haciéndole bien o mal, pero la cuestión previo es: ¿qué es hacerlo bien?
Hitler hacía bien lo que pretendía, pero mientras mejor lo hacía, peor para Pierrot. Esa es la cuestión.
Estimada María:
Pues sí, eso es lo que quería decir. Que mientras mejor se adoctrine, peor.
El problema es: ¿quién decide lo que es educación y adoctrinamiento?
¿Sólo el interesado?
Podemos establecer criterios para que cada uno se los aplique, pero ¿que sucede en el caso de que no los quiera aceptar?
Ahí entra en juego la libertad del individuo y la libertad tiene dos protagonistas: libertad del adoctrinador y libertad del adoctrinado.
Y ¿qué pasa cuando ambos están de acuerdo como en el caso del libro que comento?
La tía de Pierrot planifica, en la novela, el asesinato de Hitler. ¿Tenía legitimidad moral para hacerlo?
Saludos.
Besos.
MAS
Leeré el libro, porque ha suscitado mi atención.
Pero lo importante el tema que ha suscitado y que se pone a nuestra consideración.
Es un tema de mucho alcance y de difícil solución.
¿Qué tenemos quehacer cuando a los niños se les adoctrina?
¿Callarnos?
Pero, ¿cómo intervenir?
La reflexión que tiene que hacer cada uno es inquietante también.
A pensar.
Tiene razón Esther. El problema es cómo, quién y cuándo puede intervenir:
Hay casos que son flagrantes. Hay indoctrinación o adoctrinamiento clarísimo. Pero . cómo se intervine en esos casos? ¿Con qué autoridad?
Las palizas físicas son más fácilmente detestables, el lavado de cerebro, menos.
Lo cierto seque hacen un daño irreparable. Algunas veces también físico porque acaban con la vida del adoctrinado.
No había pensado en esta cuestión, pero es muy importante. El artículo me ha abierto los ojos ante algo que nunca había considerado.
No todo es educación. ¿Se puede hacer lo que se quiera con los niños y las niñas en el ámbito de la educación?
¿Se les puede engañar impunemente?
Lo que Hitler estaba haciendo con Pierrot era un lavado de cerebro que acabó con lo mejor que tenga. Le convirtió en un monstruo.
Pero acaso él se sintiera orgulloso de verle llevar el uniforme de las Juventudes Hitlerianas..
Lo estaba destruyendo, no educando.
Estimada Carmela:
Tienes razón. Hiitler se sentiría orgulloso de su influencia sobre el niño y el joven Pierrot.
Pero esa influencia le estaba convirtiendo en un monstruo.
Yo creo que el problema que se plantea es muy importante.
¿A qué llamamos educación?
¿Quién lo decide?
¿Qué se hace cuando no se está educando sino adoctrinando?
Lo podemos aplicar a nosotros mismos y a los demás.
Gracias por participar.
Besos..
MAS
Estimado José Antonio:
Me hubiera gustado conocer tu opinión sobre el núcleo del artículo de esta semana.
Sé que no tenemos todo el tiempo del mundo para atender todas las solicitudes que nos hacen.
Por eso,si no tienes tiempo o ganas: TRANQUILIDAD.
Claro que no tienes que comprar más libros que los que quieras leer. Ya sé que es un vicio. Yo también lo tengo.
SALUDOS.
MAS