Este artículo no tendría que firmarlo yo. Su autora es Francisca Muñoz, mi médica de cabecera y de corazón a quien ya mencioné en esta sección a causa de la carta de agradecimiento que escribió a los profesores de su hijo pequeño cuando acabó la escolaridad primaria.
Hoy voy a reproducir íntegramente (el lector comprobará al leerlo lo acertado de mi decisión) el texto que le envió a su profesor de Lengua y Literatura cuando, no hace mucho, se jubiló de sus tareas docentes).
Pretendo al hacerlo dos cosas complementarias. Mostrar, en primer lugar, la influencia maravillosa que los profesores pueden tener cuando realizan su tarea con acierto y pasión. Se verá en esta carta –tan coherente en su estilo con el contenido del texto- cómo la acción de un profesional marca la vida de una persona. En segundo lugar, hacer patente la inteligente forma de aprender de aquella alumna adolescente (hoy excelente profesional de la medicina) y su sensibilidad para devolverle al profesor la gratitud por su buen hacer.
Estoy segundo de que aquel profesor tuvo algunos alumnos en cuyas mentes y corazones no caló de la misma manera el mensaje. La semilla ha de ser buena, pero la tierra que la recibe necesita una calidad y unas atenciones para que fructifique.
Reproduzco íntegramente el texto. Es el núcleo de mi artículo de hoy. De modo que Paqui muestra en él su gratitud hacia su profesor y yo muestro mi felicitación por sus hermosos sentimientos y por su capacidad para el aprendizaje.
“Yo tuve un profesor de Lengua y Literatura.
Contra todo pronóstico, lo que nos enseñó, no solo me ha acompañado toda mi vida, sino que tiene milagrosamente plena vigencia y actualidad.
Y no era de esperar por varias razones: la primera, teníamos alrededor de diecisiete años, esa edad entre la fragilidad y la insolencia en la que la influencia de los adultos no se reconoce ni bajo tortura; la segunda, eran tiempos de rebeldía social, todo tenía que ser de utilidad demostrada, todo estaba en tela de juicio, incluidas, por supuesto, las reglas gramaticales, el diccionario y las obras literarias más reconocidas; y tercero, éramos una clase de ciencias “puras”, a ver qué nos podía aportar a nosotros, futuros matemáticos, médicos, o economistas, el estudio de las palabras, por muy simpático, cercano a los alumnos o “enrollado” que fuera el profesor.
Pero nos equivocamos de todas todas. Y nos fuimos dando cuenta con el paso del tiempo cuando nos descubrimos utilizando su legado silencioso en formas muy diversas y sobre todo, cuando nuestros errores de adultos, mucho más graves, nos bajaron de ese pedestal de falsa seguridad y prepotencia que da la ignorancia.
Porque no fue solo lo que aprendimos sino cómo nos lo enseñó.
Porque su objetivo no fue el conocimiento del contenido sino el reconocimiento del continente.
Porque su diana no estaba en el estudio de los fonemas, la raíz de los vocablos o la compleja mezcla de palabras en aquellos castillos de análisis sintáctico de frases subordinadas y coordinadas, martirio de cualquier bachiller.
Porque con él aprendimos que lo realmente importante de las palabras eran las personas que las utilizábamos, lo que nos comunicaban, lo que entendíamos o dudábamos, más aún, lo que sentíamos ante ellas y por ellas, lo que pensábamos cuando las dábamos y las recibíamos. “Lo más importante del comentario de texto es la opinión personal”, decía, mientras nosotros le mirábamos de reojo sudando una respuesta personal e intransferible que no estaba escrita en ningún sitio.
Porque nos enseñó que el receptor (nosotros) y el emisor (un prestigioso autor) éramos equiparables, personas cómplices en un intercambio continuo y que el valor del mensaje no estaba en su estructura sino en el interior del que lo emitía y en el del que lo recibía, en la emoción que suscitaba o en la idea que hacía surgir en nuestros cerebros casi recién estrenados y así, reconocidos y validados; en nosotros, medio niños, medio pobres, medios.
Porque sorprendentemente eso nos daba mucho valor a nosotros mismos, como protagonistas del lenguaje y por extensión, de la vida, de una vida, la nuestra, a una edad en la que se precisa una dosis de autoafirmación cada ocho horas y en que la principal certeza es la incertidumbre.
Porque aprendimos que una palabra es correctamente usada cuando comunica, dice, reclama, critica, apoya, consuela, discrepa, argumenta, enamora, o maldice, como reconocimos en tantos textos que nos hizo desmenuzar como un azucarillo en un café, para después beberlos a sorbitos durante el resto de nuestra vida.
Porque nos hizo descubrir que, fuese cual fuese el oficio que eligiéramos, o que más bien nos eligiera, estaríamos abocados a esa bendita maldición de comunicarnos en todas nuestras acciones.
Porque nos enseñó que el arte es una de las pocas razones por las que uno puede sentirse orgulloso de pertenecer al género humano, y que se escribe con minúsculas, y que también estaba en nosotros, no solo en esa pieza musical, escena de teatro, texto o cuadro, sino en la luz que milagrosamente encendía en esa cueva limpia y oscura que es el alma en construcción de un adolescente.
Ahora todo lo que aprendimos forma parte de su legado, de ese gran tesoro que nos regaló a tantos tanto tiempo y que, instalado en nuestro disco duro nos persigue como una maldición en nuestra vida de adultos: la de querer conocer, la de querer opinar, la de querer pensar, la de querer querer, la de querer ser.
Yo tuve un profesor de Lengua y Literatura.
Gracias, a él y a toda esa generación de profesionales de la enseñanza pública, que con su trabajo discreto y anónimo han sido capaces de tantos y tan enormes milagros cotidianos”.
No hay mucho que añadir. El texto habla por sí mismo. Es elocuente y muestra bien a las claras lo eficaz del aprendizaje. En ocasiones no somos conscientes de las cosechas que producen las sementeras de la educación. Claro, la de los buenos profesores. Lamentablemente, podemos encontrarnos con otros que aplastan el deseo de aprender y generan aburrimiento y rabia. Porque hay torpeza en la forma de ejercer la profesión y desamor en la manera de relacionarse.
Permítaseme añadir una breve y sentida referencia a la importancia de la escuela pública. Por ser la escuela de todos y de todas, por ser la escuela para todos y para todas. Hace años escribí un artículo titulado: La escuela publica o la causa de la justicia.
Hasta el título de este artículo es hermoso. Lo he tomado del texto que he querido glosar. Son muchos los milagros que produce la enseñanza. Milagros tan duraderos como la vida de los alumnos. El recientemente fallecido Rubem Alves escribió hace años un libro titulado “La alegría de enseñar”. De él extraigo esta cita: “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra… Por eso el profesor nunca muere”. Así es.
Siento ser «soberbio», pero has de reconocer, que la semana pasada yo tenía razón: nunca dejarás de «darnos clase».
No recuerdo donde (creo que en alguna referencia a Henry Adams, aunque eso poco importa) pero leí que «el profesor trabaja para la eternidad» y por tanto es también eterno. Gracias y ánimo.
Hermoso texto el de tu médica.
Qué magnífico ejemplo de las satisfacciones que consigue un profesor cuando hace bien su tarea.
Me ha emocionado.
Gracias por compartirlo.
Saludos
Tu médica de cabecera y de corazón, tal como tú mismo dices Miguel Ángel, no solo ha escrito una hermosa carta que ennoblece la labor docente, sino que literariamente es brillante, y eso que su autora no encaminó su formación profesional hacia la literatura sino a la medicina.
Y ahora viene la incómoda pregunta que podemos hacernos: ¿Cuántos profesores o profesoras son capaces de escribir un texto tan bien construido y con tanta riqueza de lenguaje como el que hemos leído?
Me hago esta pregunta porque una de mis obsesiones es que los estudiantes que tengo en mis asignaturas o a los que dirijo los trabajos fin de grado escriban correctamente no solo gramatical y literariamente sino también con coherencia comunicativa. La mayor parte de ellos (¡pobrecitos míos!) llegan a finalizar los estudios con grandes deficiencias, sin que sus niveles correspondan con la titulación que están a punto de recibir.
Exámenes en forma de test, ejercicios memorísticos en los que no entra ni por asomo la creatividad de los aprendices, trabajos individuales o colectivos que consiste en “corta y pega” y que el profesorado no se los lee y ellos ya lo saben… y, excepcionalmente, casos en los que te llevas una gran alegría y te dices para dentro: estos sí que merecen la pena.
Y merecieron la pena los trabajos de dos chicas del último tribunal que presidí. Estaban muy bien escritos y era un placer seguirlos desde el principio hasta que finalizaban con la bibliografía recomendada.
Puesto que la Facultad en la que trabajo no se puede incluir en el trabajo fin de grado el nombre del tutor o de la tutora para que se evalúen con la máxima imparcialidad, al terminar y darles la máxima calificación, a la compañera de Lengua que se encontraba formado parte del tribunal le pregunté: “¿Por casualidad, sabes María quién ha dirigido estos trabajos?”.
“Es ‘fulanita de tal’, quien se ha responsabilizado de ellos”. Pues bien, ‘fulanita de tal’ (expresión que digo con el máximo respeto y cariño) es una gran profesora con no muchos años en la Facultad, pero que se ha ganado a pulso el aprecio de sus alumnos por su entrega y entusiasmo.
Voy cerrando. Como bien dices, Miguel Ángel, los buenos docentes dejan una profunda huella que pervive más allá del tiempo… y los malos ¿qué dejan?
Querido Aureliano:
Atinadas sugerencias.
La primera relacionada con el el magnífico texto redactado por Francisca Muñoz.
La segunda es la pregunta que te haces sobre el domino de la expresión escrita, tanto por parte de profesores como de alumnos.
También es una de mis obsesiones. Hace unos años publiqué con dos compañeros de Lengua un libro titulado:LIBRO DE ESTILO PARA UNIVERSITARIOS. Nos preocupaba esa parcela porque estábamos convencidos de que el buen estilo es también precisión.
Tenemos que trabajar mucho más y mucho mejor esa parcela.
Un gran abrazo.
MAS
Querido Miguel Ángel:
Tal como te prometí la semana pasada, este domingo sale en los diarios digitales el artículo en el que hablo de la jubilación, de tu jubilación, por lo que me permito poner el enlace para aquellos que deseen leerlo.
Por otro lado, incluyo el nombre de tu blog, pues son muchas las gentes que te conocen pero no tienen noticias del mismo, por lo que espero que se sumen a la larga lista de los que te leen.
http://www.montilladigital.com/2015/05/aureliano-sainz-el-ultimo-dia-de-clase.html
Un gran abrazo y que tu jubilación sean tan fructífera como lo ha sido tu largo camino sembrando conocimiento, ilusión y entusiasmo por las aulas.
Aureliano
He leído con emoción tu artículo «El último día de clase». Emocionante.
Y bien escrito, como sucede siempre contigo.
Muchas gracias.
Un abrazo
«Calumnia, que algo queda», parece ser el refrán de la política ordinaria (de la de cada día y de la soez, a la vez). Hace poco un compañero, ya jubilado que estaba recogiendo firmas para «La renta básica de las iguales», en la puerta de un Ambulatorio médico, nos contó que una mujer le dijo que todavía se acordaba de las buenas charlas de psicología que les daba. Él lo hacía, como tutor, en las reuniones que tenía con las madres y padres de su alumnos.
Sin embargo, hoy, más que nunca, tenemos que decir con la nueva ley de Educación (por decir algo)donde priman la excelencia de la cantidad de contenidos, que hay que dar salida a la creatividad, a la reflexión, a la comunicación, y que la escuela pública no sea como el titular de un artículo que leí, hace muchos años: ¿Escuela pública, escuela desconcertada? Hay que sembrar buenos modos de educar, de comunicarnos, de escucharnos, de respetarnos, porque puede quedar hasta mucho.
Se me ha ido la pinza y se me olvidó entremeter otra confesión de un alumno que le dijo a un maestro de Primaria, «Si yo hubiera tenido en el Instituto un maestro de Lengua como tú, habría escogido Letras». El maestro le respondió que también en las ciencias y las técnicas (el alumno era de «teleco») hacían falta y está bien que haya gente con sensibilidad y humanidad.
Jesucristo, en la parábola del sembrador, nos habla de la buena semilla, como puede ser recibida de distintas formas por la persona. Nada dijo de la mala semilla, pero ha de entenderse que puede ocurrir lo mismo que con la buena: unos la asimilan y entra en sus vidas y a otros les resbalan o, como se suele decir, por un oído me entra y por otro me sale.
Todos los que nos dedicamos o nos hemos dedicado a la educación día a día y durante tantos años ¡Cuánta siembra! Si lo hemos hecho con amor yo creo que de una forma u otra y en su tiempo fructificará.
Miguel Ángel, ya que se habla de siembra, tú sabes que yo te he buscado a ti después de cuarenta años,sin saber de ti, por lo que tú sembraste de ayuda y generosidad conmigo cuando éramos niños. Ya, entonces, eras genial. Gracias por todo.
Querido Joaquín:
Nuestra amistad de la infancia/juventud estaba grabada muy profundamente m mí. Por eso fue un reencuentro magnífico el que tú propiciaste. Gracias por tus palabras, que sé sinceras y cálidas.Creo que la amistad es una de las columnas que sostienen este mundo. Yo me siento muy honrado por tu amistad.
Un gran abrazo.
MAS
Excelente texto. Muy sentido y muy bien escrito.
Es una buena ocasión para pensar en las cosechas que producen las siembras que se hacen en las aulas.
También hay que pensar en los desastres que producen los malos docentes.
Es una enorme responsabilidad.
Saludos.
El artículo es fantástico. Los profesores tienen en ese texto un magnífico testimonio de lo que puede significar su tarea.
Resulta que una médica, después de tantos años, muestra de forma clara que aquellos aprendizajes le han marcado la vida.
Hermosa tarea. No hay otra en la que se reciban tantas y tales recompensas.Muchas gracias a ese profesor, a la doctora y al autor del articulo.
Miguel Ángel.
Un título como éste en un láico como tú rechina un poco… Milagros…
Los milagros suenan a algo excepcional, quizás por su escasez, supongo que no, por eso tú hablas de tantos milagros. Me imagino que este tipo de milagros son más habituales de lo que creemos. Pienso que sí…
Quizas al hablar de milagroso te referías a la importancia de las obras que realizan los buenos docentes. Sin duda alguna…
Puede que lo realmente milagroso sea que confluyan buenas semillas con buenas tierras… Es posible que esa fuese la circunstacia que concurrió entre esta doctora y su profesor…
Milagros, milagros, milagros… Para un laico sería más apropiado hablar de trabajo, entusiasmo, amor, responsabilidad, gratitud, esfuerzo, ejemplo, capacidad, competencia, eficacia, formación, conocimiento, magia, arte,…
Me quedo con este último vocablo ARTE. Cuando el docente hace de la enseñanza un arte y se convierte en artesano seguro que producirá obras artísticas, diferentes, diversas, únicas, irrepetibles, especiales,… seguro que la mayoría buenas, tendrá que descartar pocas…
Adios artista.
Querido Juan Carlos:
Gracias por participar en el blog.
Tus comentarios siempre son valiosos.
Pues sí, la palabra milagro está utilizada no en su sentido estricto sino en un sentido metafórico como algo asombroso, maravilloso, espectacular… Entiendo que la acción «milagrosa», en el caso al que se refiere el título, se debe no a la divinidad sino a la acción persistente y eficaz del profesional.
Pues sí, el arte también permite hacer obras de naturaliza hermosa y original.
Saludos.
MAS
Emocionante texto. Tan bien pensado y tan bien escrito. Es coherente lo que dice con lo que escribe. Dice que le enseñó a amar las palabras y el texto hace que uno se entusiasme con ellas.
La importancia de la acción del profesorado es muy grande, para bien y para mal.
Ojalá hubiera muchos docentes como este profesor de Lengua y Literatura.
Me parece muy importante el gesto de la doctora. Hay que cultivar más el sentimiento de gratitud.
Es bueno agradecer a aquellas personas de las que recibimos afecto, conocimientos, bienes…
La palabra GRACIAS debería estar más presente como expresión de un sentimiento que debe a muchos muchas cosas.
El texto escrito por la doctora, Francisca Muñoz, evoca respeto y agradecimeinto hacia la figura docente, aspectos que hoy en día quedan un poco descuidados y considero que debíamos potenciar. Leerlo ayuda a tener presente que enseñar va más allá de la transmisión de conocimientos y que como docentes que somos debemos procurar un aprendizaje significativo en los alumnos, de forma que les sea útil a lo largo de toda su vida y no englobe sólo contenidos, sino también valores como los implícitos en el texto.
Querida María:
¿Eres tú? Si es así, déjame que te agradezca especialmente la lectura que has hecho del texto y el comentario que has enviado.No es una lectura cualquiera la de una colega que lee a un colega ni es un opinión cualquiera el de una catedrática que ha explorado durante tantos años y de forma tan eficaz la didáctica de lectura y de la escritura. Me ha alegrado mucho verte en este pequeño foro de la educación.
Un beso.
MAS
Me ha encantado el artículo.
Tiene fuerza y tiene emoción.
Y desvela algo en lo que tenemos que insistir más: las tremendas repercusiones (para bien y para mal) que tiene la buena y la mala enseñanza.
De la misma manera que hay que agradecer y felicitar a los buenos docentes, habría que exigir responsabilidades a los malos docentes. No se puede pagar un sueldo a profesionales para que hagan daño.
Saludos.
Hola Miguel Angel y a todos los lectores que le siguen.
No sabía que eras tan carrozón como para jubilarte; por tu forma de hablar, de expresarte, de decir lo que dices pensé que eras un adolescente de 45 años.
Tanto el texto de la semana pasada como el de esta semana, me han producido un montón de sensaciones en el cuerpo, emociones buenas y malas, tristes y muy motivantes a la vez.
Soy de los que defiende a muerte a los profesores, a los maestros, a los educadores, a la educación pública. Me duele cuando toda crítica popular se centra en las vacaciones.
Como amo tanto esta difícil frofesión, como otras que yo considero con un gran porcentaje vocacional (lo cual no quiere olvidar la formación, y permanente), y como ya han sido todo parabienes, yo quiero poner un par de ejenplos buenos y malos; y también lanzar unas preguntas que entre todos deberíamos pensar.
Mi primera experiencia escolar fue con el libro El Parvulito, aquel que decía que Franco, en glorioso levantamiento, nos había salvado de los matamonjas y quemaconventos; escuela rural, maestro anciano, se quedaba dormido encima de la mesa; maestros los mayores, te preguntaban, no sabías y hacían lo que habían visto, reglazo en la punta de los dedos.
Segunda experiencia. 9 años interno en un colegio privado. Ahí se produce mucho de lo que soy como persona. Tenía 8 años y me costó un par de meses adaptarme al cambio de planeta. Epoca dura, profesores de todo, pero considero que buena educacíon para los tiempos que corrían. Recordemos que se permitía pegar, pero creo que había alguno que lo difrutaba.
Ahora viene lo moderno. Y lo que más me fastidia, dado que pensé que me iba a encontrar con los mejores, por lo menos en lo que respeta a su preparación en conocimientos de la materia y su didáctica. Tanto estudiando Magisterio como Psicopedagogía me he encontrado de todo.Profesores que se les veía que amaban lo que hacían ( Suso Jares, Xurxo Torres, Manuel Peralbo y otros que no recuerdo su nombre), y otros que nos daban la signatura al dictado. Yo alucinaba. Formadores de futuros educadores. Facultad de Ciencias de la Educacion. Profesor dicta y alumno copia, así un o dos horas.
Mis preguntas. Y vamos a recordar que siempre nos queremos comparar con los médicos, por ejemplo. ¿ Cómo se forma al profesorado? ¿Cómo se selecciona a los futuros educadores de nuestros hijos? ¿ Se les da un título en un año determinado y nos olvidamos para siempre? ¿Quién evalúa al evaluador? ¿ Es suficiente con ser un erudito en una materia? Estoy cansado de escuchar lo de que la vida es así, no la he inventado yo, como acaba de decir en la radio la famosa psicóloga de la tele. Búscate la vida. La vida son dos días, para qué te vas a meter en eso, para qué te vas a complicar la vida. O lo escuchado en el Congreso de los Diputados: que se jodan.
Con los alumnos menos formados es donde más duras deberán ser las pruebas para los profesores en aspectos de saber hacer, saber ser, evaluarlos por sus propios alumnos y compañeros de profesión. ¿Cómo? ¿No lo sé?
Pero siempre hay profesionales dañinos. En educación no nos lo podemos permitir. ¿Por qué muchísimos niños no quieren ir al colegio? ¿ quién te tocó el año que viene? Ostrás.
Miguel Angel, tú dices que la evaluación es para conocer, compartir y CAMBIAR. MEJORAR.
Vivan los profesores valientes, estregados, que hacen más de lo que pueden y deberían, vivan las buenas personas.
¿Alguien se imagina a un médico o cirujano que se le mueran los pacientes y no se haga nada?
Bueno, en el ejército o en la política te ascienden.
Ah. Se me olvidaba la Iglesia.
El texto me ha parecido extraordinario. Me imagino cómo se habrá sentido el profesor de Lengua al leerlo. Me parece muy bien que se explicasen los sentimientos que se tienen y que muchas veces se quedan encerrados en quien los vive, sin que se compartan con nadie.
Me parece un ejemplo estupendo el de esta médica, Si mal no recuerdo ella fue la que escribió a los profesores de su hijo para darles las gracias por lo que habían enseñado a sus hijos.
Dos gestos admirables.
Enhorabuena.
Emocionante y emotivo texto. Es una realidad contada a la que más de uno/a debería de escribir en algún momento de su vida, porque significaría que en algún momento de su enseñanza adquirió ese afecto y solidez gracias al docente que te impartió cierta o ciertas asignaturas.
Excelente texto.
Muy clarificador para lo que se pretende explicar.
Enhorabuena al profesor, a la alumna y MAS que nos lo ha contado.
Saludos.
Estoy convencido de que muchos profesores se merecen palabras como las de la doctora Francisca Muñoz. Pero otros, no. Lo curioso es que les pagan a todos lo mismo.
Saludos.
Todo es hermoso en el artículo.
La acción del docente, la gratitud de la alumna y la forma en que todo se expresa.
Son artículos que inyectan optimismo en el cuerpo debilitado del profesorado de la escuela pública.
Gracias.
Emocionante el artículo de hoy. Imagino lo que habrá sentido el profesor de Francisca al leer su carta.
Es gratificante que le pase eso a alguien. Mwe refiero al profesor de Lengua. Pero también es estupendo que alguien viva lo que ha vivido la doctora. Y que haya tenido el noble y hermoso gesto de exprexsarlo. Digo esto porque a muchos les pasa algo parecido pero no lo expresan.
Hay que animarse a hacerlo.
Saludos cordiales.
Me parece un artículo que invita a la reflexión, porque permite que la sociedad entera sea consciente de la influencia de los maestros en el desarrollo de los alumnos, aunque se pretende echar por tierra su trabajo y dedicación argumentando erróneamente la falta de vocación (cuando muchos, como Francisca, sí que la tenemos). Considero que actualmente la sociedad tiene estereotipados a los docentes, en vez de detenerse en historias como esta. Y pese a las problemas diarios (como en cualquier profesión, es un trabajo gratificante cuando ves que el alumno aprende y se vuelve autónomo gracias a personas que se implican y luchan por él).
Un saludo.
¿Quién no ha sentido en sus carnes las palabras que relata su médica? ¿Quién no ha tenido un profesor que le ha marcado para siempre? Mi vida, al igual que la suya, también cambió por completo tras cursar el Bachillerato de Ciencias de la Salud, pues en la asignatura «Historia de España» (asignatura troncal en todas las especialidades de bachiller) me encontré con una profesora que cambió por completo mi perspectiva, mi forma de ver y comprender el mundo, hasta el punto de haber sido la luz que ha guiado mi formación y la elección de mi profesión.
Todavía recuerdo haber cursado otras asignaturas de historia en las que el aprendizaje memorístico y la adquisición de contenidos teóricos englobaban gran parte de las horas lectivas. Por tanto, antes de entrar en el fantástico mundo de mi querida profesora, un modelo distinto al tradicional era inconcebible para mí. Ésta nos enseñó a aprender la historia de una forma particular, analizando la influencia de los hechos históricos en nuestra vida diaria, haciéndonos partícipes de estos de forma individual y mostrándonos que lo sucedido en el pasado no queda precisamente ahí, sino repercute directamente en la vida presente. Esta forma de enseñar despertó en nosotros, muchachos de 17 años, el interés y motivación hacia contenidos que, hasta entones, nos parecían inmensamente lejanos.
Por último, yo también quiero dar las gracias a mi profesora, gracias por enseñarme a amar tanto mi profesión, por enseñarme lo bonito y sorprendente que es el mundo de la docencia.
Gracias, Carmen, este precioso testimonio.
Gracias por compartirlo con todos los lectores y lectoras del blog.
Dice la profesora inglesa Joan Dean que si los profesores compartiésemos las cosas buenas que nos suceden tendríamos una fuente inagotable de optimismo. Tu testimonio es un precioso ejemplo.
Un beso y gracias.
MAS
Una carta inspiradora, también para los que todavía no hemos podido ejercer la docencia, y un título acertado el de la entrada por reconocer la grandeza de una vocación que, cuando en realidad lo es, va dando sus frutos en el alumnado aunque éstos muchas veces no se vean y la figura del docente se vea maltratada tantas y tantas veces.
Ojalá algún día pueda dejar una huella así en mis alumnos y alumnas.
Querida Belén:
Seguro que dejarás huella, si ahora piensas así. Te deseo que, cuando estés en la práctica, tanto las satisfacciones como las dificultades te hagan mejor. Hay profesionales a quienes la práctica destruye y hay otros a quienes la práctica les salva. Serás del segundo grupo.
Un beso muy grande.
MAS