Acabo de leer la interesante novela “Aurora boreal” de Äsa Larsson. No haré ninguna glosa sobre ella. Solamente voy a remitirme a un breve pasaje que me llamó la atención por su interés pedagógico. Uno de los magníficos personajes de la novela, llamado Siving, le dice a la abogada Rebecka Martinsson:
“Aunque hoy en día parece que algunos críos no saben jugar fuera de casa por culpa de las películas y todos esos juegos de la consola. ¿Te acuerdas de Manfred, el que vive al otro lado del río,? Me contó que fueron a verle sus nietos este verano. Al final los tuvo que obligar a salir para que salieran fuera. “ En verano solo se puede estar dentro de caqsa si llueve a cántaros”, les dijo. Y los niños salieron. Pero no tenían ni idea de cómo jugar. Se quedaron allí en el jardín, totalmente apáticos. Al cabo de un rato Manfred vio que se había puesto en círculo cogidos de la mano. Cuando salió y lesa preguntó qué hacían, le dijeron que estaban pidiendo a Dios que se pusiera a llover a cántaros”.
Significativa anécdota. Un grupo de niños le pide a Dios que llueva a cántaros para poder estar en casa y no salir a jugar a la calle. ¿Qué pasa hoy en día con el juego de los niños y de las niñas? ¿Qué pasa con sus formas de vivirlo y practicarlo? En primer lugar, los juegos están diseñados, programados y organizados por otros. En segundo lugar son juegos que se pueden practicar en solitario, en tercer lugar, que hay que practicarlos sentados en un sillón y en cuarto lugar que son enormemente caros.
Dice Bruner: “estoy firmemente convencido de que un juego más elaborado, más rico y más prolongado da lugar a que crezcan seres humanos más completos”. Desde ese presupuesto, que comparto íntegramente, nos queda a los adultos de hoy preguntarnos lo que sucede con el juego de nuestros niños y de nuestras niñas. No me reprocharán mis críticos en esta ocasión que utilice ambos géneros, ya que hay peculiaridades muy interesantes en el juego de unos y de otras. Y hay repercusiones importantes diferenciales para unos y para otras.
Recuerdo los juegos de mi infancia en Grajal de Campos, un pequeño pueblo de la provincia de León. Todo el día en la calle. Todo el día en la libertad, en la relación y en la plena creatividad. Bastaba un aro y su guía, unas tabas, unas piedras que servían de portería… Todo gratis, claro. Todo en grupo. Todo inventado. Con una camiseta vieja y una cuerda se podía hacer un improvisado balón.
Sabido es que el pedagogo italiano Francesco Tonucci trabaja con niños y niñas cómo ha de ser la configuración de las ciudades Con buen criterio dice que si una ciudad está hecha a la medida de los niños y de las niñas, todo el mundo puede vivir en ella seguro: enfermos, ancianos, discapacitados. Si, por el contrario, una ciudad se construye teniendo como prototipo al conductor, varón, apresurado y violento, hay personas que no tienen cabida en ella. En cierta ocasión me contó que, cuando le preguntó a un niño cómo quería que fuese su ciudad, éste le contestó con aplomo representando los intereses de su colegas:
– Queremos jugar gratis.
Para que un niño pueda jugar hoy hace falta mucho dinero en cualquier ciudad. Es necesario pagar para entrar en los parques acuáticos, en los parques de atracciones, en las salas de cine… Es necesario pagar para jugar una partida de futbolín, o para conducir un cochecito eléctrico; hace falta pagar para subirse a una cama elástica o a un castillo hinchable… Todo se ha convertido en negocio. Hasta el juego de los niños y de las niñas, juego que necesitan como el aire para respirar. Es decir que les cobramos por respirar. Les cobramos por ser niños. Les cobramos por vivir.
¿Qué sucede con los niños cuyos padres no tienen dinero? Pues que deben adaptarse a una permanente frustración. Pueden ver y no tocar. Pueden envidiar cómo otros disfrutan sin que ellos puedan hacerlo. Jugar es caro en una sociedad mercantilista como la nuestra.
Además, las ocupaciones crecientes que les imponemos dejan un tiempo escaso para el juego. Los “deberes” de los colegios, con frecuencia desmesurados, comienzan muy pronto como exigencia de una escuela encaminada al logro más que a la felicidad. Cada profesor demanda unas tareas sin tener en cuenta lo que piden sus colegas. La suma de todos los trabajos ocupa un tiempo que no deja lugar al juego y al descanso.
Las familias, por motivos diversos (interés por los aprendizajes, dificultad para atenderlos, comparación con lo que hacen otras familias, compensación de viejas frustraciones…) se empeñan en que, a una edad temprana, los niños y las niñas realicen una serie de aprendizajes añadidos a los que brinda la institución escolar. Aprenden piano, ballet, canto, baile, judo, macramé…Son actividades que les gustan, decimos. Pero lo cierto es que les gustaría más estar jugando libremente.
Resulta dramático pensar en ese grupo de niños cogidos de la mano pidiendo a Dios que se ponga a llover a cántaros para poder entrar en la casa y dedicarse a juegos sedentarios, individualistas y diseñados por otros. ¿Qué nos está pasando? ¿No serían más felices nuestros niños y niñas si tuviesen más tiempo para jugar en la calle, juntos y a juegos que ellos mismos se inventasen?
Parece que sólo son efectivos y valiosos los aprendizajes formales Escuchemos a Bruner: “El juego proporciona una excelente oportunidad para ensayar combinaciones de conductas que nunca serían intentadas bajo condiciones de presión funcional”. El tiempo de juego no es tiempo perdido, sino plenamente aprovechado. No les robemos el tiempo de juego. No les encerremos en jaulas, aunque sean de oro.
Hay que preguntarse si avanzamos o retrocedemos. En este asunto que nos presenta hoy el autor del artículo está claro que hay serias dudas. Loas niños tienen cada vez menos tiempo para jugar. Y ese tiempo se constriñe con un dirigismo que deja la inicitiva en manos de la televisión y de los fabricantes d juguetes. La creatividad ha sido desbancada por el dinero.
no se le cae al personal político la palabra ciudadano de la boca pero en la práctica peta esa cosa productiva de “consumidor”.y el arbolito desde chiquitito.y no difieren izquierdas y derechas ni centros en el tema:ordenador,internet,videoconsola…todo vale.consumo y pasividad social.y el ocio por la tele,que la pagamos sin darnos cuenta.
Además, los juegos sedentarios y programados están diseñados para que duren mucho tiempo, para que produzcan adicción y así se asegura que no pare la infinita rueda del consumo. Se trata de ocupar mucho tiempo, demasiado tiempo. Alguien dijo que “quien mata el tiempo no es un asesino, sino un suicida”. Convendría tenerlo en cuenta.
¿Para cuándo la Pscomotricidad Libre con materiales blandos, seguros y suficientes, además de lo menos definidos, en todas los colegios en Educación Infantil?
También los niños y niñas necesitan aprender a jugar y aprender a aprender a jugar. La convivencia viene servida y el respeto no disminuye.
Gracias y hacer votos para que por lo menos no llueva en los recreos.
Gracias por este artículo profesor… porque con ello está justificando un área como la Educación Física, tan maltratada en estos últimos años…
Gracias porque un Pedagogo como usted y como tantos otros, acaso hemos olvidado a un tal Piaget, una vez más, eche la mirada a las posibilidades formativas del juego, en este caso del juego motor.
Vivimos, de nuevo, en años de instrucción, de información, de individualismo, de introversión… y si bien los currículum abogan por el desarrollo de competencias que van más allá de todo ésto, sin embargo las cargas horarias de las áreas y la prioridades educativas se olvidan de la necesidad de que el alumno juegue, y con el juego: se relacione, se comunique, aprenda, cultive la creatividad, autoafirme su personalidad… es decir, desarrolle competencias que se dirigen a todos los ámbitos del desarrollo integral del individuo: afectivo, social, físico-motor y cognitivo, y como he escrito en múltiples ocasiones, vuelvo a decir, ¿y quién da más?…
¿Qué áreas del currículo ofrece tantas posibilidades de aprendizaje? Pocas… ¿verdad?, quizás sólo aquellas que llevan el prefijo “Educación” por delante, física, plástica o musical. Y llevan este apelativo porque son áreas fundamentalmente formativas, pero sin embargo tanto los currículum oficiales, los propios docentes, como la sociedad general,le dan la espalda, las infravaloran y la menosprecian.
Claro que el niño tiene que jugar, y como bien dice usted, el mundo actual no le ofrece grandes posibilidades para ello, es más, se las reduce o limita, pues bien, disponemos dentro del horario escolar de un instrumento ideal para este fin, las clases de Educación Física.
Las sesiones de nuestra área pueden ofrecer a los niños no sólo la posibilidad de que jueguen, sino que practiquen y vivan una gran diversidad juegos: libres, adaptados, reglados, cooperativos, adaptados, competitivos (¿por qué no?), cooperativos-competitivos, recreativos, populares, autóctonos, tradicionales, de ficción, sensoriales, gestuales…
Debidamente planificados, estos juegos propician una infinidad de situaciones didácticas y secuencias de aprendizaje que enriquecen la formación del niño en todos los planos de su desarrollo, como he advertido anteriormente.
El juego da placer y sirve de distracción(Schiller), repara energías gastadas (Claparede), libera tensiones y canaliza las tendencias antisociales (Carr), permite la autoafirmación del niño y le prepara para la vida adulta (Hall), se realizan los sueños que no se pueden lograr en la vida real (Freud), es el motor central del desarrollo del niño, originando intereses y motivaciones, que son los incentivos de toda maduración (Vigostki), contribuye íntimamente a la construcción del pensamiento o favorece las relaciones sociales (Piaget)… Como decía anteriormente, no sólo lo dice Usted, lo dicen otros expertos, pues entonces… ¿qué estamos haciendo?
Si señor, ¡a jugar a la calle!, pero también se puede jugar a en la escuela, por tanto, digamos también ¡a jugar a la escuela!…
Como siempre, conviene contextualizar adecuadamente unas tesis, que en el caso del artículo, tendrían que haberse plasmado adecuadamente en forma de todo el conjunto social. ¿Dónde han quedado los espacios de juego en las zonas urbanas? Se ha construido a mansalva en los últimos años sin que las “zonas verdes” hayan estado presentes en la inmensa mayoría de los casos. ¿Qué fue de aquel ocio de juegos en la calle, donde todas las competencias básicas se desarrollaban de un modo natural, en convivencia constante? Se puede contestar a esta cuestión, con otra pregunta: ¿qué fue del papel de las familias, en muchos, muchos casos, para con sus hijos en el terreno de infundir a éstos hábitos de juego saludables, convivenciales? Los legisladores, en la primera cuestión que planteo, se olvidaron, desde los respectivos ayuntamientos, de exigir una construcción urbanística ordenada y con presencia manifiesta de parques, jardines, etc; en cuanto a la segunda, un niño debe, en el hogar, tener un horario estructurado de estudio, ocio y diversión, siempre socializado y donde se aunen por supuesto, nuevos tecnologías pero también otros tipos de juegos acorde a un desarrollo socializado de sí mismo. La educación, recuerdo, es cosa de todos: la escuela, las comunidades educativas, los responsables políticos locales… y así hasta el conjunto de toda la sociedad. Y los profesionales de la educación sabemos que las familias, en estos ultimos tiempos de neoliberalismo económico, quizás en muchos casos no hayan estado a la altura. Saludos.
Es un placer estar en los pueblos durante las vacaciones escolares, ver a los niños disfrutar de sus bicicletas, jugar a los juegos de siempre, buscar materiales para construir cabañas como antes hicieron sus padres y sus abuelos. Y ya, si los mayores se implican, como es el caso de que yo conozco, y les organizan actividades -campeonatos de fútbol, excursiones culturales, un día con el pastor donde si hay suerte asisten al parto de una oveja, cuentacuentos en comunión con la naturaleza, sesiones de cine nocturnas al aire libre- esos niños crecerán en el amor a su pueblo y a sus mayores mientras se divierten y se cansan y ríen y se socializan e inician en el sentimiento de la amistad. En las ciudades hay lo que hay, pero el pueblo siempre está esperando para ofrecer lo que nunca debió perserse.
Hace muchos años, en una de esas tantas reuniones escolares, una maestra de jardín nos hacía a un grupo de madres y padres la devolución del “boletín” de uno de mis hijos, de cuatro años. Nos explicó a cada uno de los que allí estabamos los logros alcanzados en el área de lengua y en la de matemática y en la de sociales y… Yo escuchaba horrorizada. Cuando terminó la reunión pedí hablar con la directora y le pregunté el motivo de ello. Me contestó que los padres habían pedido que se hiciera así, para asegurarse unas mejores condiciones en el futuro escolar…
Siempre estuve convencida que esos espacios solo son para jugar y ser felices.
Los niños y niñas no juegan y los adultos tenemos mucho que ver en ello. Desde el hogar, desde la escuela, desde la sociedad toda tienen que existir nuevas miradas sobre ello.
Tengo tres hijos y una hija adolescente. Fue muy difícil que el televisor estuviera apagado cuando niños, y no tuvieran permiso para el ciber hasta los 14, y el uso de celulares después de los 13. No hubo nunca ninguna actividad extra escolar antes de los 8 años. Y después solo si ellos elegían hacerlo. Tenemos horas de plaza y campo encima. Horas de charlas y de cuentos…
Son elecciones de vida en este mundo en exceso tecnificado. Es poder elegir entre mejor nivel de vida económico o mas tiempos con nuestros hijos. A veces ambos padres tienen que trabajar para cubrir necesidades básicas, pero también se puede en los espacios que quedan. No es cierto que niñas y niños solo necesitan caliad de tiempo. También necesitan cantidad del mismo.
Trabajo con niñas y niños muy pequeños (desde que nacen hasta los tres, cuatro años) y veo muchas dificultades de lenguaje. Desde hace un tiempo vengo dándome cuenta cuantos beneficios produce la estimulación sensorial. Tirarse al piso rodar, saltar, hamacarse. En lugar de sentarme con material para favorecer la producción del lenguaje, armo una plaza de juegos en mi sala de atención. Pelotas grandes y ruedas y tobogán y colchonetas etc, etc, y mucho contacto corporal… Es impresionante los efectos que produce jugar en el lenguaje, en la atención, en la comprensión.
Jugar tendría que ser obligatorio…
En este sentido creo que soy una persona muy afortunada. Crecí en el campo, donde jugábamos con mis hermanos en el patio hasta muy tarde, y no existía luz eléctrica rural por esos tiempos, no tan, tan lejanos. Mi madre peleaba para que entráramos a casa, pues ya era noche. ¡¡Y qué maravilla si había luna llena, cómo disfrutábamos jugando a las escondidas entre luces y sombras, entre algarrobos y madreselvas!!!
Mis hijos tuvieron la suerte de pasar gran parte de sus vidas en el campo, pero especialmente a la orilla del río, mi esposo y yo por muchos años estuvimos a cargo de una cantina de balneario. Ellos han vivido tantas experiencias maravillosas que cuando se reúnen y comentan anécdotas dicen que podrían escribir más de un libro.
Siempre recuerdo que el menor de mis hijos cuando estaba en primer grado (hoy ya en la universidad) me dijo un día: ¿Sabés mamá? Mis compañeros tienen muchas cosas que yo no tengo, pero ninguno tiene un río en el patio…
Cada noche era una lucha para recogerlos a los cuatro dentro de la casa, cada noche acababan muertos, agotados, durmiendo con un cuento que mi esposo y yo les leíamos o les inventábamos…Sí, ya sé que en estos tiempos es muy difícil, y muy caro…Nosotros éramos pobres, pero creo que el dinero no hizo la diferencia…o sí.
Enséñenles a los niños de hoy a jugar, ellos no saben porque nunca tuvieron oportunidades. La naturaleza ofrece tanto! Sucede que mientras más desarrollados son los países, más se necesita de dinero para pagar eas cosas, que de pronto han pasado a ser lujos.
Un fuerte abrazo Miguel Ángel, bellísimo el artículo.
Feliz semana paa todos.
Desde un pueblito del interior Córdoba, Argentina.
Excelente artículo! México, mi país ocupa el primer lugar en obesidad infantil y nos preguntamos ¿por qué?, una razón muy importante es que nuestros niños ya no juegan cómo nosostros lo haciamos, no corren, no pueden salir a la calle, no hay seguridad y donde hay las circunstancias adecuadas,el televisor y los juegos de videos han sustituido a los juegos al aire libre.
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Me parece importante que la educación no se obsesione con la adquisición de conocimientos. Me preocupa ver a los niños con tantas tareas escolares que les impide hacer lo que más les gusta: jugar. Ahí también puede estar presente la educación: para alentar juegos creativos, cooperativos, sanos, coeducativos…
Creo que vamos a oleadas… a bandazos. Resulta que hubo un tiempo en el que identificábamos “callejero” con niño semiabandonado o falto de controles paternos. Como no tenemos término medio, hoy te dicen algunas mamás orgullosas que sus hijos “no juegan en la calle”… Sin más. Posiblemente, todo sea problema de “medida” y en el medio debe estar la virtud, pero nos quedamos cortos o no llegamos.
Hoy tienen los niños necesidad de juegos en la calle, sobre todo en ciertas etapas en las que es necesario aprender cosas que no están en los libros ni en la casa.
Gracias de nuevo, profesor, por abrir este foro.
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Juagar es tan necesario para los niños como comer. ¿Cómo es posible que tengan dificultades para poder jugar libre y gratuitamente? Si cada vez se juega menos y peor, ¿por qué decimos que estamos progresando mucho?
Son demasiados días de clase en relación a los días disponibles para jugar. Y a ocho horas diarias. 5/2 es un proporción exagerada en los primeros años. Los niños de cuatro años tienen más horas que los obreros de la construcción.