A fuerza de insistir en la importancia de la calidad de la enseñanza, los profesores y profesoras corremos el riesgo de olvidar la necesidad que tenemos de aprender. Una línea divisoria parece separar la etapa de ser alumno y la de ser profesor. Durante la primera se aprende y durante la segunda se enseña. Lo que voy a plantear en este artículo es la necesidad que tenemos los profesores de franquear esa raya para convertirnos en aprendices crónicos, la absoluta conveniencia de estar abiertos al aprendizaje.
Graciela Simari es una magnífica docente argentina. Me envía un relato muy significativo que ejemplifica muy bien lo que pretendo decir en estas líneas. Se trata de la experiencia de una maestra que acude por primera vez al trabajo. Como acaba de recibir su título de maestra piensa que ahora le toca enseñar. Ya se acabó para ella el período de aprendizaje. Pronto descubre que no es así. Que ella también puede aprender. En boca de la protagonista la historia es la siguiente:
“Era mi primer puesto de trabajo y no podía mantenerme tranquila ni por un instante. Llevaba la sabiduría recién adquirida en la formación y mis mejores notas. La escuela estaba en el medio de una zona casi despoblada y parecía un edificio a punto de derrumbarse. Cuando llegué a la dirección me encontré con Yolanda. Era una mujer de unos cincuenta años, morocha y regordeta, sentada tras un escritorio atiborrado de papeles que necesitaban ser ordenados con urgencia. Ella se puso rápidamente de pie para saludarme.
– Soy Yolanda, la directora de este establecimiento. ¿Eres la maestra de segundo?
Le contesté que sí y que era la primera vez que trabajaba como docente. Se sonrió y me deseó suerte. Yolanda me presentó ante los alumnos, les dijo que conmigo iban a aprender mucho, que aprovecharan que tenían una maestra jovencita que se podía agachar para leerles un cuento, cosa que su directora viejecita ya no podía hacer, puesto que su columna no se lo permitía. Luego me miró y me dijo que tratara de aprender todo lo que pudiera de esta experiencia que seguramente sería inolvidable.
En esto apareció. Se asomó a la ventana, empezó a mirar a todos los chicos y, a gritos, saludó:
– Hola, Cami. Aquí está mamá, ¿eh?
La nena la saludó y sus compañeras también. Yo la saludé con cortesía pensando que después de ver a su niña seguiría con sus actividades. Me equivoqué. Y cuánto. Puse en la pizarra una serie de problemas y Nelly pues ese era su nombre- comenzó a gritar: “Es demás el primero es de más. Camila, hija, es de más”. Mi asombro no tenía límites. pero tampoco me parecía apropiado que fuera a decirle a Yolanda que no podía solucionar esta irrupción, así que me acerqué suavemente y le dije a la señora que se fuera, que no interrumpiera la clase porque los nenes se distraían. Me pidió disculpas y se retiró. A la salida la divisé de lejos, apartada del grupo de madres que generalmente se encuentran cercanas a la puerta, y me acerqué a ella para dejarle claro el motivo de que se fuera de la ventana, porque sentía que, ante su invasión, había sido muy dura con ella.
– No hay problema, maestra. No voy a ir más.
Creo que me emborraché con el olor a vino que despedía su aliento. Sin embargo, recordé que cuando había aparecido temprano por la ventana, estaba sobria. Al día siguiente, Nelly se asoma de nuevo y mira el pizarrón. La consigna que estaba escrita era la de completar oraciones. Los chiquitos trabajaban pacíficamente. Nelly miraba a Camila y al resto de los chicos y también a mí. Pero no intervino en la clase. Se quedó mirando calladita. Sin embargo, me acerqué, la saludé y me quedé plantada delante de ella para que tomara la iniciativa de irse sin necesidad de que yo se lo pidiera. Mi miró y se fue sin decir ni mu. Los días siguientes siguió pasando exactamente lo mismo, con la diferencia de que cada vez que yo la miraba, ella se agachaba para ocultarse. Pero yo veía sus cabellos, la parte superior de la frente y, sobre todo, sentía su mirada de ojos parados posados en mí. Y me molestaba. Fui durante el recreo hasta la Dirección para decírselo a Yolanda. Le conté lo que venía ocurriendo desde hacía tiempo, pero no pareció darle importancia al tema. Me dijo que la tolerancia era un preciado don, que aceptar las diferencias.
Me di media vuelta y marché, ofendida, para el resto del recreo que aún no había concluido. Durante una hora libre que tuve, fui nuevamente a la dirección a hablar con Yolanda pero ella, esta vez, me hizo sentar. Me preguntó cómo estaba con el grupo y cómo seguía con Nelly. Le conté que todo seguía igual con ella, que se iba y que yo me sentía incómoda. También quiso saber si ella interrumpía el trabajo de los chicos y si Camila había bajado su rendimiento desde que su madre iba a visitarla. Le comenté que Cami seguía siendo tan buena alumna como siempre, que Nelly sólo había intervenido el primer día, pero que después no lo había vuelto a hacer, pero que yo no soportaba la mirada constante de la mujer, que su presencia me molestaba porque toda la tarde se plantaba en la ventana. Yolanda me miró con ternura y me dijo:
– Nelly es alcohólica. No bien deja a Camila en la escuela, corre para la fonda a tomar unos vinos. No tiene trabajo. Me dices que toda la tarde se queda sin interrumpir mirando a su hija por la ventana. Mientras Nelly mira a su hija, no bebe. A ti te molesta esa mirada constante, pero qué bien le hace a Camila ver toda la tarde que su mamá sobria quiere estar presente mientras su hija aprende.
No dije más. Me fui avergonzada del despacho porque había hecho pesar mis intereses por encima de los de Camila. Abracé a la directora porque me había dado una inolvidable lección”.
No hacen falta muchos comentarios. Sólo añadiré que hay dos tipos de personas: las inteligentes, que aprenden siempre, y las otras que tratan de enseñar a hora y a deshora. Por eso pienso que enseñar es el oficio de aprender. La vida, la escuela y el aula son libros abiertos. En cada persona podemos encontrar a un enseñante si de verdad nos sentimos aprendices.
Lamentablemente con el paso de los años y la “experiencia vital” siempre podemos caer en el infortunio de asumir como verdades incuestionables conceptos no tan reales. El precioso manjar de poder aprender y de poder ver algo nuevo es totalmente inexplicable con palabras, ya que, lo conseguido es mucho más que enseñando, no obstante nos vemos en la dificultad de soportar a pequeños “dictadores” que por edad y con el paso de los años te van a haciendo creer que los “que tienen más años o estudios saben más y mejor”, lo que ha destrozado a los autodidactas y a los intelectuales.
Sin saber que todo lo que saben es un escudo de su micro mundo para no sentirse indefensos ante opiniones que pueden desmoronar todas sus creencias y hundirles en la desesperación. Desgraciadamente, cuando como alumno los docentes, en su miedo por ser menos que sus alumnnos, se muestran intransigentes, peor aún cuando son docentes que intentan instruir a futuros docentes. Es realmente alarmante como se encierran en su pequeños conocimientos para intentar defenderse desde su lugar de “evaluadores”, aún cuando en muchos casos te queda preguntarte si tienen el derecho para “evaluarte”, aún con más conocimientos.
Realmente maravilloso el artículo, me he quedado sin comentarios, un bocado para el alma, diría mi hijo.
Gracias maestro por estar allí cada sábado recordándonos la importancia de las cosas simples, de las cotidianidades, de esos pequeños detalles que van esculpiendo día a día nuestro oficio, que más que oficio es arte, el arte de enseñar y aprender por siempre…
Gracias una vez más, por estar allí, por esa vocación de servicio, por sus ejemplos, por señalarnos caminos.
¡Cómo me hubiese gustado ser alumna y haber podido sentarme en el prmer banco para no perderme una sola de sus enseñanzas, en un aula donde usted fuera el maestro!
Un fuerte abrazo desde Córdoba, Argentina.
¡Precioso!
Hace dos años tuve oportunidad de concurrir al 6º Congreso de la Editorial Santillana.Justamente el lema de convocatoria de dicho congreso era “Enseñar o el oficio de aprender”.
Todos/as los que allí estuvimos fuimos aprendices de cuanto expositor/a participó, entre ellos Ud, mi querido Maestro. De todos/as los asistentes que nos enriquecimos con las disertaciones,algunos/as seguiremos siendo aprendices crónicos.Otros/as pensarán que cada vez saben más y se dedicarán solamente a enseñar.
Quiero agradecerle,Miguel, la oportunidad que me dio de seguir aprendiendo aquel día de encuentro en Argentina.Qué suerte que personas como Ud. “tienen varias sucursales”,que siguen aprendiendo y enseñando junto con la vida misma que también se encarga de enseñar y con creces.
Está en cada uno de los docentes abrir ojos y oídos y dedicarse a aprender.Seguramente con ese cambio real y sincero de postura pedagógica podremos enseñar mejor.
Un abrazo muy cálido desde Argentina.Gracias,Miguel.
Me emociona leer que hay cada vez más gente que va entendiendo que esto de enseñar debe correrse de la posiblidad de tomar el poder ya sea para evaluar o para sentir ese emborrachamiento que produce el propio poder en algunas personas dando órdenes, o exigiendo que las cosas sean como ell@s dicen que deben ser. En la escuela ese poder circula permanentemente y much@s docentes creen que son algo asi como l@s elegid@s para mandar, no toleran la más mínima interrupción o cuestionamiento y se ofenden cuando un niñ@ pretende enseñarles algo. En mi opinión la educación debe empezar a cambiar esta mirada del docente enseñante antes de que la escuela sufra de un desprestigio total que la haga desaparecer por completo. La escuela debe agiornarse, al compás de los cambios sociales actuales, que van a gran velocidad. Por eso leer estos comentarios y sobre todo la anécdota de Graciela, a quien conozco trabajando, trae nuevos vientos y me devuelve el optimismo acerca de la posibilidad de convertir a la educación en una busqueda diferente donde l@s niñ@s aprendan a autogestionarse y a la vez nos transmitan a l@s docentes, o debería decir a l@s adultos, todo aquello que ignoramos.
Un saludo cordial para tod@s quienes tienen esta mirada nueva y lo intentan cada día desde el aula.
Decía Márquez Rodríguez que “El oficio de enseñar es de vanidosos” la razón es simple porque el maestro cree que sabe más que los demás. Puede ser verdad pero ese “saber más” se consigue con cierta apertura a los nuevos saberes que tenemos frente a nosotros en está dinámica mundial tan cambiante. He trabajado durante 34 años y aún hoy con mis alumnos de posgrado aprendo,construyo conocimiento al relacionar la experiencia con lo nuevo que me aportan las nuevas generaciones, pues ese proceso de aprender va de la cuna a la tumba, y el de enseñar se entierra con la arrogancia, con la vanidad, con la creencia de sabérselas todas…
Mientras más se sabe de alguna cosa, más necsidad se sente de aprender más. Pienso que la falta de deso de aprender es consecuencia de la pereza intelectual. Sólo si se aprnde cada día se puede enseñar adecuadamente. Gracias por el artículo.
Sr Santos: ojalá la mayor parte de los docentes pudieran tener la sensibilidad de sentir que son capaces de aprender, que vivimos en una necesidad permanente de ir incorporando lo que sucede a nuestro alrededor para ser capaces de mejorar como profesionales y como personas. En todas las profesiones es necesario el contínuo aprendizaje pero en la tarea educativa es algo imprescindible. Gracias por recordárnoslo. Gracias por su, de nuevo lección magistral de un gran docente.
EXCELENTE ARTÍCULO….!!!!
Y MÁS AÚN POR VENIR DE UNA COMPAÑERA DE TANTOS AÑOS DE APRENDIZAJES…..!!!!!
Excelente lección!! para los que enseñamos y aprendemos permanentemente con el hacer y el decir.
Todo son flores en primavera, parece que sobre el papel todos coincidimos en la necesidad de aprender a lo largo de toda nuestra vida, pero cuantos estamos dispuestos a hacerlo, vivivos anclados en la comodidad y los automatismos emocionales, comportamentales, incluso intelectuales que tienden a simplificar nuestra vida,nos dan seguridad y nos evitan el esfuerzo de tener que renovarnos continuamente. Ayer mismo miles de estudiantes se manifestaban contra Bolonia, seguro que la gran mayoria al igual que sus profesores no tienen ni idea de los que representa, antes nos quejabamos del aprendizaje memoristico y del curriculum a prueba de profesores de moda en los 70, que por cierto no se extingio sino que se traspaso de los libros de texto a las neuronas de los docentes, ahora nos quejamos de tener que aprender, escuchaba con asombro a un alumno justificarse en su protesta diciendo que era mejor estudiar el dia antes y no tener que hacer tantas practicas y evaluaciones continuas. Aplaudo su sinceridad y es del todo comprensible en un pais en donde la gente se limita a sacar las credenciales y vegetar en el puesto de trabajo hasta la jubilacion, cumpliendo con esa moral catolica tan enraizada en esta España que nos dice que el trabajo es un castigo divino. En este pais esta mal visto trabajar y mucho mas cuestionarse la vida en rebaño; el futbol, las procesiones, los toros, eso si es vida y motivo de interes nacional, seguro que Raul, la virgen de la macarena y el litri nos dan trabajo mañana.
Es cierto que aprendemos cada dia con la practica docente pero eso no nos exime del principio de precaucion por el cual antes de trabajar debemos saber que nuestra actividad producira mas beneficios que daños colaterales, a la universidad corresponde asegurar que los docentes tienen la cualificacion para ejercer, algo que brilla por su ausencia en la actualidad y que convierte a los discentes en coballas experimentales, tres años ejerciendo sin saber en una escuela suponen tres generaciones de alumnos que padecen inmerecidamente un castigo.
Suena muy poetico el proceso de reconversion de la profesora, y me parece fantastico que tomara conciencia del problema con tanta rapidez y claridad, pero no es el caso de la mayoria de personas sin cualificar que cada año se incorporan a la docencia y que la ejercen siguiendo unas recetas prefabricadas durante años sin cuestionarse nada mas.
Hoy he tenido la suerte de escuchar al profesor Miguel Angel hablar sobre este mismo tema en un acto academico en la Universidad da Coruña. LLevo mas de 15 años dando clase y hoy he seguido aprendiendo. Muchas gracias Miguel Angel y que envidia me da tu inmortalidad!
Sí, señor. Siempre he pensado que soy profesor no porque me guste enseñar, sino porque me encanta aprender.
Pobre de mí el día que la vida deje de sorprenderme, porque en el asombro , en la sorpresa está el descubrimiento. Cada mañana cuando abro los ojos me alegra saber que fuera de ese habitáculo me esperan cosas nuevas, porque eso nos permite darle sentido a la vida. Tengo 50…. y tantos y todavía soy joven para aprender. No aprendo de mí, aprendo de los otros y trasmito a otros lo que aprendí. Aprendí de mi madre, de mi padre, de mis hermanas, de mis amigos, de mis…… Y ahora soy maestro porque seguir aprendiendo, porque quiero seguir desafiando a mi ignorancia. Descubrí en ese caminar que no soy el ombligo, soy una parte del todo, soy una parte de esos alumnos, soy una parte de sus padres, soy una parte de la sociedad….Porque en la medida que ellos, los otros, crecen yo me puedo agigantar, en mi alma, en mi espíritu. Por eso elegí ser maestro, por eso sigo siendo maestro.
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