No aparece por ninguna parte

13 Ene

El séptimo sello, de Bergman

Cuando el príncipe de Kaunitz prohibió que en su presencia se pronunciara la palabra muerte, su ayuda de cámara hubo de pronunciarse así: «No aparece por ninguna parte el barón Binder». Eso se dirá de cada persona. Sin excepción. Pocas cosas hay más ciertas. Lo que sucede es que nos olvidamos de ello constantemente.
La muerte. He aquí el tabú. Un tabú sustantivo, no meramente verbal. No es el sexo, no es el pecado, no es el dolor… Es la muerte. De la muerte no se habla, en la muerte no se piensa, se ocultan con cuidado los cadáveres a los niños y se les camufla esa inexorable realidad con las explicaciones más peregrinas. Se ha dicho muchas veces que la finalidad de la escuela es preparar para la vida. Agustín de la Herrán (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid) y Mar Cortina (maestra, psicóloga y presidenta de la Asociación española de Tanatología) no lo niegan. Pero añaden una finalidad hasta ahora ausente de las pretensiones didácticas: preparar para muerte. Por eso han escrito recientemente un libro de especial interés: «La muerte y su didáctica. Propuesta para Educación, Infantil, Primaria y Secundaria». Un libro de casi quinientas páginas, que es fruto de una investigación de más de quince años.

Han sido valientes y nos han llamado la atención sobre un fenómeno paradójicamente vital: la muerte. Hacen una propuesta de orientación laica (ese es otro de los valores de este libro), compleja, y evolucionista, detallada, consistente y práctica. Digo que es un valor el que tenga una perspectiva laica porque el libro está pensado para una escuela que ha de ser laica al estar enclavada un país aconfesional.
Aunque está destinada a los profesores y profesoras de Infantil, Primaria y Secundaria, bien se puede decir que sirve para todas los niveles del sistema educativo e, incluso, para toda persona preocupada por el sentido de la vida y de la muerte. La obra ofrece un conjunto de materiales interesantes para trabajar en el aula y para pensar de forma serena y valiente en el la vida y la muerte de los seres humanos. De cada ser humano.
Cuando era monaguillo en mi pequeño pueblo de la provincia de León, tuve que acudir a muchos entierros. Recuerdo con precisión cómo sonaban las campanas «a muerto», cuáles eran los repiques que anunciaban la muerte de un niño, cómo sacaban el féretro de las casas, cómo caía el agua bendita sobre la indumentaria del difunto, cómo desaparecía bajo las paladas de tierra la caja con el cadáver mientras los familiares lloraban desconsolados. Sabía de forma contundente que las personas morían. Sólo creía en la inmortalidad del sacerdote ya que sólo él estaba en todos los entierros… Y un poquito en la mía porque yo tendría que estar allí para ejercer como monaguillo.
Hoy es diferente En las ciudades se ha silenciado el tañer de las campanas, se han suprimido los cortejos fúnebres, se ha levantado de las casas el cadáver del ser querido, se han instalado tanatorios en serie dentro de los cementerios y ha desaparecido el luto. Hoy, a través de la televisión, se nos presente al ser humano como un joven (y, sobre todo, una joven) hermoso, sano, vigoroso incluso, que no tiene por qué pensar en la muerte como un hecho que le atañe. La muerte no existe. Y si existe, está tan lejos, que no es inquietante.
Mueren todas las personas, mueren todos los animales, mueren todas las plantas… Pero no pensamos en la muerte ni tenemos en cuenta lo que ese hecho supone para la vida. La sociedad, la familia y la escuela miran para otra parte cuando muere una persona.
La muerte está en la vida, está tan inseparablemente unida a ella que no se puede hablar de la vida sin estar mencionando la muerte. La cultura nos remite a ese hecho inexorable incluso en el lenguaje. Cuando algo nos sabe bien, nos alegra mucho o nos emociona sobremanera, decimos: «está de muerte».
A la muerte, como al sol, no se les puede mirar de frente. Salvo que una buena propuesta didáctica nos provea de unas gafas adecuadas. Me refiero a la propia muerte y a la muerte de personas queridas o cercanas. Decía Montaigne: «El que enseñase a los hombres a morir, les enseñaría a vivir».
Cabodevilla escribió hace algunos años un libro sobre la muerte con título sugerente: «32 de diciembre». El título responde a su visión transcendente de la existencia. Dice que «la muerte no solamente limita la vida, sino que la abarca; no sólo la escolta, sino que la impregna; no sólo la interrumpe, sino que la consuma; no sólo la amenaza, sino que le da sentido». Yo creo que la vida tiene sentido en sí misma, en el hecho de que somos personas en este mundo que compartimos. ¿Por qué decir que si nada hubiera después de la muerte, esta vida no tendría sentido? Precisamente, para quienes no creen en el más allá, debería tenerlo todo ésta, la única. Por eso habría que buscar en ella con más ahínco la justicia, la solidaridad, la paz y el amor. Sin demoras, sin excusas.
No se puede huir de la muerte. Su realidad es inexorable. Heidegger definía a la persona como «un ser para la muerte». Acaso, cuando huimos, estamos corriendo hacia ella. Una leyenda persa cuenta que un jardinero, adolescente aún, suplicó a su príncipe:
– Esta mañana me he encontrado con la Muerte. Me amenazó con su actitud y su expresión. Salvadme, príncipe. Quisiera encontrarme lejos, quisiera llegar esta misma noche hasta Ispahan.
Magnánimo y comprensivo, el príncipe le proporcionó su mejor caballo. Al día siguiente, el príncipe se encuentra con la Muerte:
– ¿Por qué asustaste ayer a mi joven jardinero con un gesto de amenaza?
– No fue un gesto de amenaza, sino de asombro. Porque lo veía lejos de Ispahan y yo debía raptarlo allí esa misma noche.
No pensamos en la muerte. O porque la creemos lejana o porque pensamos que sólo afecta a los demás. El suicidio, la eutanasia, el asesinato, la pena de muerte… son problemas que no nos pueden dejar indiferentes. Y la muerte misma. Lo cual no significa que debamos vivir entristecidos. Se puede esperar y recibir la muerte con una sonrisa. E, incluso, provocarla en los demás. Como hizo el autor de aquel epitafio que leí en un cementerio de Georgia: «Te dije que estaba enfermo». Decía León Felipe: «Aprende a escribir para redactar un epitafio».

9 respuestas a «No aparece por ninguna parte»

  1. Excelente! He llegado a este artículo por una recomendación en un foro. Me ha parecido no sólo bien escrito sino genial que lo escribieras. Seguiré recorriendo tu blog. Un saludo.

  2. ¡Qué buen artículo! Gracias.
    Cuando murió mi abuelo, yo tenía seis años. Había sido su escudero inseparable durante muchos meses y le adoraba. Días antes me llevaron a su habitación, porque él quería hablar conmigo. Recuerdo que despues de estar unos minutos escuchándole, sentado en su cama, salí tranquilo, casi feliz. A los pocos días yo era uno de los monaguillos que llevaban el cirio en su funeral, y me sentía el niño más orgulloso del mundo, acompañando a su abuelo en el último paseo por el pueblo. ¿Qué me dijo aquel día ese anciano lleno de sensibilidad, para que yo me sintiese tan bien? Muchas veces he intentado recordarlo, pero no he podido.
    Al leer este artículo he comprendido la necesidad de que haya gente capaz de hacerle entender esas cosas a un niño, de una manera tranquila y natural,como la vida misma,como hizo mi abuelo.

  3. Evitando la muerte pasamos de puntillas por la vida. Genial. Gracias Miguel Angel, una vez más, por lo mucho que nos hace reflexionar, sentir, vivir, … morir nuestras viejas ideas para seguir creciendo.

    Un abrazo.

  4. Magnífico! Un tema tan interesante y de fundamental relevantia, pero tan poco mencionado dentro del mundo educativo…En mi opinión, el miedo ante la muerte se convierte en un gran límite para el disfrute de la vida. El silencio, camuflaje, ocultamiento que pesa sobre la muerte, o su única presentación como lo que ha de ser \

  5. /»la muerte digna occidental» dan una visión limitada y antinatural a un hecho que bien podría ser tomado, como se manifiesta en este artículo, desde otra perspectiva. Recomiendo el libro de Philippe Ariés: «Historia de la muerte en Occidente», como estudio y reflexión acerca de la transcendencia del cambio de mentalidad ocurrido, que también afectará de diversa forma al ámbito escolar.
    Muchos Saludos

  6. He de reconocer que nunca me había planteado tratar en mi aula el tema de la muerte. Sin embargo, tras leer este artículo, comprendo que es un tema que no puede resultar ajeno a ningún proceso educativo, pues eso sería poner la educación de espaldas a la vida. Muchas gracias por regalarnos tus palabras cada sábado 🙂

  7. No pensamos en la muerte, por el instinto de vida que es tan fuerte. Pero creo que una educación para la muerte es educar para la vida. Nuestra muerte tendrá mucho que ver con la manera en la que hayamos vivido. Vivir cada día como si fuera el único y el último.
    Nadie quiere morir y todos quisiéramos el secreto de la eterna juventud. No sé si es tan importante una educación para la muerte, como una educación para envejecer con prudencia y sabiduría, aceptando las limitaciones que los años nos ponen y disfrutando de la sabiduría que estos nos dejan.

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