En buena lógica a quienes debería dirigirse el Pontífice Romano no es a las familias sino a los solteros y solteras del mundo. Porque él y los cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que de él dependen son célibes, en su inmensa mayoría, por libre elección. Y algunos, bien es cierto, por clara, reiterada y firme imposición. Y de convocar a las familias, lo que debería explicarles es que la soltería es una opción maravillosa para afrontar la vida y, además, para el mejor servicio del mundo y de Dios. Resulta chocante que el soltero más famoso del mundo explique a las familias que éstas son la piedra angular de la sociedad y que la familia es la mejor forma de convivencia. Se supone que las familias lo saben y que por eso han elegido ese estilo de vida. Se explica menos que quien dice que la familia es el cimiento de la sociedad no se case. Y que imponga la obligación del celibato a quienes desean casarse dentro del sacerdocio. Algunos sacerdotes se preguntan por qué los apóstoles eran casados y ellos no pueden serlo.
No diré nada de tesis más radicales que se han defendido y se defienden considerando a los laicos y especialmente a los casados ‘clase de tropa’. Resulta que la clase de élite la integran los célibes al servicio de Dios. Pero no se cansan éstos de exaltar el valor de la familia y (ahí creo que está la clave) la obligación moral de ésta de educar en la fe, no tanto en la libertad de asumir la creencia, a todos los hijos e hijas de la familia.
En la reciente visita del Papa a Valencia para clausurar el V Encuentro Mundial de las Familias se ha puesto de manifiesto no sólo esta incongruencia sino otra de mayor relieve. El Papa ha venido a decir en un país que democráticamente acaba de formalizar el matrimonio entre homosexuales que la única fórmula válida de matrimonio es la familia tradicional integrada por padre, madre, abuelos y todos los hijos que Dios mande. (Todos sabemos que no los manda así porque sí, que hay que encargarlos primero. Y todos sabemos que no le es posible a una familia con sueldo base hacer frente a las exigencias responsables de una familia numerosa). ¿Y las familias monoparentales? ¿No existen? ¿No son buenas?
Los españoles y españolas que (henchidos por igual de fe y de patriotismo) abuchearon al presidente del Gobierno tendrían que haber pensado lo que sucedería si, en una visita oficial al Vaticano, hubiera expuesto solemnemente sus tesis sobre el matrimonio entre homosexuales en presencia de Su Santidad y el séquito Pontificio. No es ni siquiera imaginable. Porque no hubiera sido posible. Pero el ilustre visitante expone sus postulados sobre la familia a todo el país a través de transmisiones televisivas pagadas con fondos públicos entre los aplausos reiterados de los asistentes. Por cierto, sería interesante analizar las frases del Papa que arrancan los más fervorosos aplausos de la concurrencia… (No me meto con la libertad de aplaudir lo que cada uno desee, hablo sólo de la posibilidad de analizar los aplausos).
Está bien que el Papa imparta doctrina a sus fieles, pero no a una sociedad que tiene sus propias normas democráticas de organización, convivencia y gobierno. Inmiscuirse en las asuntos de otro país desde el Vaticano es poco cortés, venir al país que lo acoge (dedicando a la visita importantes cantidades del erario público) a dar lecciones de lo que debe hacerse, es difícilmente defendible.
Todo el acontecimiento (preparación, desarrollo y consecuencias) se integra en la ola de conservadurismo que pretende anclarnos en la historia. En los foros previos hubo quien pidió playas para familias cristianas decentes, quien defendió el matrimonio indisoluble como única forma de unión respetable, quien rechazó el control de la natalidad por métodos artificiales…Y está bien que lo hagan. Pero, por Dios, que dejen a los demás hacer lo que les parezca oportuno. Un mínimo de respeto y de caridad les exigiría pensar que los demás tienen tanta responsabilidad –al menos– como ellos.
No se niega a nadie la capacidad de convocar a quien quiera y de decir lo que quiera. La tiene la Iglesia y cualquier otra organización. El que haya (si la hay) una mayoría de católicos en el país no justifica que se pretenda imponer a todos su forma de pensar y de vivir.
Algunos creyentes deben pensar que cuando se aprueba la posibilidad de contraer matrimonio a los homosexuales se va a obligar a alguien a contraerlo. No es así. Está muy claro. Quien quiera que se case según la tradicional concepción del matrimonio y quien quiera (no hace daño a nadie) que lo haga según sus ideas. ¿Por qué sufren viendo que otras personas han encontrado su manera de quererse y de ser felices?
Algunos corifeos del magno acontecimiento valenciano han dicho que si todos hiciesen lo que hacen las parejas homosexuales el mundo se acabaría. No es así. Porque hay múltiples formas de concepción y de maternidad y paternidad, aunque ellos estén en el derecho de condenarlas y de no practicarlas. No piensan que si todos fuesen célibes como el Papa, existiría el mismo problema que denuncian.
Se escandaliza la Iglesia de que se aplique el término matrimonio a la unión de dos hombres o de dos mujeres y defiende que sólo se debe aplicar a la unión de un hombre y una mujer. Pero la Iglesia habla del matrimonio entre Cristo y la Iglesia, del matrimonio entre el alma y el Señor.
Sé que este escrito les parecerá ofensivo a algunos católicos. No pretendo ofender a nadie. Respeto plena y profundamente la opción de cualquier creyente. Pero pido y exijo respeto para aquellos que piensen de otro modo, que sientan de otro modo. Y, sobre todo, para una sociedad libre que tiene unas estructuras de decisión democrática autónomas y responsables. El engalanamiento de las calles con banderas españolas, la profusión de enseñas nacionales en las concentraciones multitudinarias, la presencia de las autoridades en actos estrictamente religiosos propician una mezcla que más que aclarar confunde. Una cosa es la visita de un jefe de Estado y otra la presencia de un líder religioso. Una cosa es la política y otra la religión. Una cosa es el poder civil y otra el poder religioso.
Movimientos de católicos progresistas se muestran contrarios a este tipo de eventos, tan propensos al boato, a la magnificencia y a la teatralidad. Imagino que muchos creyentes habrán vivido la visita del Papa como una experiencia religiosa irrepetible, pero la imagen que se ha proyectado está, a mi modesto juicio, cargada de interrogantes.
Familia y soltería
15
Jul