Dicen que son usos parlamentarios, pero yo creo que son auténticos abusos. Insultar, patear, ridiculizar, desobedecer, abuchear, interrumpir, ausentarse, ‘hacer novillos’. Lo peor es que se televisan y pueden ser contemplados por adultos y por niños como si de comportamientos normales se tratara. Incluso de comportamientos ejemplares, dado el rango social de los protagonistas. De todos modos quiero decir al comienzo que no todos los políticos son malos y que no todos son iguales.
Haré referencia a cuatro (ab)usos que una y otra vez se repiten en las prácticas políticas del máximo órgano de representación del país. La primera es la falta de respeto que se muestran unos a otros. Se diría que vale todo con tal de desprestigiar al adversario. Hace unas semanas, el diputado popular Martínez Pujalte fue expulsado del hemiciclo por el presidente del Congreso. Por si alguien no se enteró del escándalo, resumiré lo sucedido. Todos los miércoles hay sesión de control al Gobierno, una excelente práctica que canaliza la crítica exigente y pruebe la transparencia del poder. Se preguntó al Gobierno en esta ocasión por la detención de dos militantes del PP que, supuestamente, habían agredido o intentado agredir al ministro del Interior en una manifestación convocada en Madrid por la Asociación de Víctimas del Terrorismo. El señor Martínez Pujalte, pide a gritos libertad como si de un gamberro se tratase. Reconvenido por el presidente de forma reiterada, de manera sarcástica y burlona dice casi a gritos:
– ¿Me van a detener?
Tras nuevas advertencias del presidente, es expulsado del recinto parlamentario. Se niega a salir el señor Pujalte como si fuera un escolar díscolo y atrevido. Y, cuando por fin sale, hace una reverencia burlona a la bancada del PSOE y otra no menos chulesca al presidente del Congreso.
Como si hiciera gracia abandona el hemiciclo con una sonrisa de oreja a oreja. Claro que a los suyos sí les hace gracia. Los suyos le jalean y le aplauden. Algunos dicen, para justificar la actuación de su compañero, que el presidente del Congreso se ha extralimitado en sus funciones. Cuando el dedo señala la luna, el necio mira la mano.
Me imagino al señor Pujalte recibiendo a su hijo expulsado del colegio. De forma congruente a un comportamiento le dará unas palmaditas de felicitación en la espalda, diciendo con satisfacción y orgullo:
– Así se hace, hijo.
El segundo (ab)uso es el abandono masivo que se produce cuando toma la palabra el representante de un partido minoritario. La cámara recoge una y otra vez la vergonzosa desbandada. ¿Es que no puede decir nada importante un portavoz parlamentario por tener su partido una escasa representación? ¿Es que no merece que le escuchen? ¿Es que ya saben lo que va a decir? Parece ser que el respeto es directamente proporcional al número de votos. A quien no le ha votado nadie no merece que nadie le respete.
La escucha es una tarea difícil. Para escuchar no basta estar sentado, callado y con los oídos sin tapones. Hay que escuchar con atención, interiormente, sin distracciones. Hay que tratar de entender. Hay que rebatir. ¿Cómo puede rebatir adecuadamente el jefe de la oposición que tiene ya escrita la réplica antes de escuchar al presidente del Gobierno?
El tercer (ab)uso es la inasistencia. Ya sé que existen otros deberes parlamentarios, pero la asistencia es uno de ellos. Es inadmisible ver esa generalizada inasistencia que solamente es condenada cuando por la falta de algunos parlamentarios un partido pierde una votación decisiva.
El cuarto (ab)uso al que quiero hacer referencia es al escaso rigor ingenio con que argumentan. La falta de coherencia en los juicios. Tiene uno la sensación de que lo más importante es seguir las consignas del partido y destruir al adversario. Por eso se aplauden las sandeces del representante propio y se abuchea al adversario aunque diga algo de profundidad, interés e importancia. También quiero hacer referencia en este punto al lenguaje impreciso, incorrecto y poco elegante de algunos parlamentarios.
Olvidan que están en el escaparate siendo contemplados por todo el país, especialmente por niños y jóvenes. Están impartiendo clases de manera constante. Están diciendo con su forma de proceder cómo hay que comportarse. Si los grandes triunfadores del sistema educativo que son quienes gobiernan los pueblos, están escasamente preocupados por ser un ejemplo vivo de ciudadanía, ¿por qué hablamos de éxito del sistema educativo? No saben que la forma más bella y más eficaz de autoridad es el ejemplo. Y lo más grave es que algunos alardean de sus irresponsables formas de proceder.
El fallecido y celebrado cronista parlamentario Luis Carandell escribió en 1986 un libro singular titulado ‘El show de sus señorías. Antología de anécdotas parlamentarias’. Nos recuerda en dicho libro que en las Cortes de la República había gran afición a poner motes a los diputados, según cuales fueran sus actitudes en la Cámara. Por ejemplo a los ultraconservadores se les conoció con el nombre de diputados cavernícolas. A los alborotadores se les conoció con el nombre de jabalíes. Lo de jabalíes fue una invención de José Ortega y Gasset, que formaba parte de aquellas Cortes. En un debate de 1931 el filósofo dijo: “Es preciso que no perdamos el tiempo. Nada de divagaciones ni de tratar frívolamente los problemas. Sobre todo, nada de estériles e inútiles vocingleos, violencias en el lenguaje o en el ademán. Porque es de plena evidencia que hay sobre todo tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: el payaso, ni el tenor, ni el jabalí”.
Lo de diputados jabalíes hizo fortuna. Media docena de miembros de la cámara, particularmente revoltosos, que interrumpían constantemente las sesiones con sus comentarios, se sintieron satisfechos de pertenecer a aquella gloriosa minoría. Intentaron incluso ganar a su causa a alguno de los más prestigiosos parlamentarios. En una ocasión, por ejemplo, uno de ellos le dijo a don Miguel de Unamuno: “Usted, don Miguel, es el mejor jabalí de la Cámara porque es el que tiene los colmillos más autorizados”. A Unamuno, sin embargo, no le gustaba esta denominación. Siempre decía que cuando oía gritos y protestas le daban ganas de gritar: “Amoníaco, amoníaco”. En cierta ocasión cinco de estos intempestivos diputados se acercaron a saludar a Unamuno en el pasillo del Congreso y le dijeron: “Don Miguel, aquí tiene usted a los cinco jabalíes de la Cámara”. Y dicen que Unamuno respondió con la rotundidad que le caracterizaba: “Imposible, los jabalíes van solos o en parejas, los que van en piara son los cerdos”.
(Ab)usos parlamentarios
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Jul