El título del artículo hace referencia al caso de una familia propietaria de un gran negocio. Un buen día (un mal día) muere uno de los miembros más conspicuos del clan. En la puerta principal del edificio el jefe coloca este curioso cartel: ‘Cerrado por defunción’ Y, entre paréntesis, añade : ‘Se atiende por el portón de atrás’. Lo importante era salvar las apariencias. Dar señales de luto. Lo más importante, no obstante, era no perder las pingües ganancias que proporcionaba el negocio.
En un mundo de apariencias, preocupa mucho quedar bien, mostrar una cara amable, cumplir con las exigencias formales, tener buena imagen, ‘dar el pego’, cuidar el escaparate, cumplir con los imperativos de lo ‘políticamente correcto’… Importa poco el cómo se es; lo verdaderamente decisivo es lo que se aparenta que se es.
Hay hipócritas sectoriales que intentan mostrarse extraordinariamente valiosos ante los jefes, o ante las mujeres o ante los amigos o ante los hijos. Hay hipócritas que pretenden engañar a todo el mundo, incluidos ellos mismos.
La hipocresía es un feo vicio que está a la orden del día. Consiste en mostrar una cara de bondad para ocultar las más perversas actitudes, en tener una fachada limpia y hermosa aunque el interior sea feo y maloliente, en blanquear el sepulcro que sólo contiene podredumbre…
Guardar las apariencias es el objetivo del hipócrita. No importa la bondad sino la apariencia de la bondad. Dice que acepta la homosexualidad, que no es sexista, ni racista ni xenófobo pero, en el fondo de su corazón sabe que odia a los homosexuales, a los inmigrantes, a las mujeres y a quienes pertenecen a razas distintas a la suya. Dice en público que hay que declarar con rigor a la hacienda pública, pero se las arregla para que la declaración le salga negativa haciendo todo tipo de trampas. Hace alarde de ser generoso en obras de caridad, pero es un ladrón de guante blanco.
En el frontispicio de la abadía utópica de Telémaco de Rabelais reza el siguiente mandato: “Aquí no entréis, hipócritas, santurrones…”. Unos siglos antes, Dante Alligieri metió en uno de los más terribles círculos de su infierno a los hipócritas, a quienes describe como “gente pintada”, que lleva una pesada capa y el semblante cansado y abatido.
El Diccionario de Oxford nos dice que originalmente la palabra hipocresía significó “desempeñar un papel en el escenario”. Más adelante precisa el sentido más específicamente vicioso del término: “La hipocresía consiste en adoptar una apariencia falsa de virtud o de bondad, con disimulo del verdadero carácter e inclinación, especialmente con respecto a la vida o creencia religiosa”.
Este último aspecto señala las dos variedades principales de hipócrita: el hipócrita religioso y el moral. Claro que hay muchos otros: el hipócrita político, el hipócrita social, el hipócrita profesional, el hipócrita cultural…
La hipocresía es la falta de sinceridad, de autenticidad, de transparencia. El hipócrita hace una adhesión meramente externa a las normas y valores convencionales. En el fondo los desprecia. ¿Cuántas veces hemos visto exclamaciones de este tipo ante el comportamiento repentinamente brutal e incluso asesino de algunas personas?
– Parecía un buen hombre.
– Era un vecino ejemplar.
– Nunca observamos en su comportamiento nada extraño.
– Era un individuo extraordinariamente amable.
Hemos visto a maltratadores de sus esposas mostrando una cara amable y simpática a los vecinos, hemos conocido violadores confesos que eran modelos en el cumplimiento de sus tareas laborales, hemos sido testigos de hechos de inaudita crueldad por parte de personas que eran generosas con los amigos…
Un caso extremadamente llamativo de hipocresía es el de los sacerdotes pederastas. Exteriormente ofrecen una imagen de bondad, de castidad, hacen predicación de la pureza, dicen que los niños son la imagen viva de Dios, pero sus comportamientos ocultos niegan radicalmente esas manifestaciones. Mantienen una doble vida que, desde fuera, parece imposible de compaginar.
“La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud”, dice La Rochefoucauld. Porque el hipócrita hace incluso ostentación de vida virtuosa y ejemplar. De lo que hace alarde es de una apariencia que está reñida con el mal. El puritanismo está directamente entroncado con la hipocresía. La persona puritana se escandaliza por hechos o palabras de escasa importancia y no repara en la gravedad de sus comportamientos.
Hay sociedades puritanas en las que los comportamientos sexuales más ridículos se convierten en obsesiones morales compulsivas, sin embargo admiten como naturales las atrocidades más detestables. Pienso, por ejemplo, en la pena de muerte.
Cuentan que la superiora de un convento hace una denuncia a la policía porque por las ventanas de su celda se puede ver a los miembros de una familia bañarse desnudos en la piscina. Acude el jefe de policía al convento para comprobar los hechos denunciados. Entra en la habitación de la superiora y no ve absolutamente nada llamativo y, menos, escandaloso. Ni siquiera se ve la dichosa piscina.
– Por esta ventana no se ve nada de particular. Su denuncia carece de fundamento.
– ¿Que no se ve nada? Súbase, súbase al armario…
El puritanismo hace alarde de una moral muy estricta, de una ética sexual de extrema continencia. Pero no se inmuta ante las terribles injusticias que diariamente recorren la tierra haciendo estragos en las casas de los pobres.
Por el portón de atrás
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