Los dos términos que he unido en el título no parecen buenos aliados. No son aliados naturales en una sociedad sexista. Una buena madre se dedica a cuidar a los hijos. Mamá cuidadora, mamá cocinera, mamá limpiadora… suenan mejor. Tampoco son muy naturales los binomios mamá ministra, mamá ejecutiva, mamá directora… Obsérvese que no pasa lo mismo con la palabra papá y el resto de palabras compañeras citadas. Más bien sucede lo contrario. Es una señal más de que todavía queda mucho camino por andar para conseguir la igualdad.
He vivido este año en clase una interesante experiencia. Una alumna se matriculó en una de mis asignaturas de la carrera de Pedagogía. Acudía puntualmente todas las mañanas a las ocho y media, participaba con frecuencia y abandonaba el aula unos minutos antes para acudir al colegio en el que es profesora. El último día de clase, al hacer la evaluación de la experiencia (no deben ser evaluados sólo los alumnos) a través de palabras y dibujos pintados ‘libremente’ en el encerado (ya sé que es un condicionante la presencia del profesor para que se expresen con libertad), esta alumna se emocionó y contó a los compañeros y compañeras lo que le había pasado durante el cuatrimestre. Sus dos hijos (luego supe que tienen 13 y 10 años) se quejaban del ‘abandono’ de su madre cada mañana y, de alguna manera, le reprochaban que tuviese más interés por los estudios que por ellos. En el momento de finalizar el curso, la ‘mamá estudiante’ sentía la pena de terminar una experiencia de aprendizaje y, a la vez, la alegría de poder dedicarse a sus hijos y de comunicarles el fin de aquella situación que habían vivido dramáticamente.
Pensé en la situación, más allá del caso concreto de mi alumna. Es probable que muchas madres hayan abandonado estudios, carreras y trabajos para atender a los hijos. O que ni siquiera los hayan iniciado. Decidí escribir una carta a los hijos de mi alumna. Más o menos les dije, después de presentarme como profesor de su mamá, que podían sentirse orgullosos de ella, que no era igual tener una madre que estudiaba y se esforzaba en seguir aprendiendo que una madre desinteresada por el conocimiento y reacia a un esfuerzo suplementario. Les dije que quien más había sentido no estar en casa en esas horas era ella. Y que tenían que comprenderla y ayudarla.
Días después me llegó, en sobre cerrado, una contestación de los niños. Fue iniciativa suya escribirme, según me cuenta su madre, a la que no mostraron el texto. Lo tengo delante y dice así:
“Soy Paula (el nombre es supuesto) y quiero que sepa que sus palabras me hicieron pensar y creo que lleva mucha razón con todo lo que nos dijo a mi hermano y a mí. Los dos estamos dispuestos a hacer un esfuerzo por nuestra madre porque sabemos lo importante que es esto para ella. De nuevo muchas gracias. Un beso”.
Es un pequeño ejemplo de una realidad todavía muy extendida. El no estudiar lleva aparejadas muchas otras cosas, además de la renuncia al conocimiento. No se sale de la casa, no se conocen otras personas, otras formas de vida, otras formas de pensar… Se renuncia a seguir cultivándose, a seguir avanzando, a superar los obstáculos, a enfrentarse a las dificultades.
Se mantienen y solidifican así los estereotipos de género. Siguen repitiéndose las mismas afirmaciones: mamá hace la comida, mamá limpia, mamá friega, mamá lleva al médico, mamá compra, mamá cura… Pero no se oyen estas otras: mamá va a clase, mamá estudia, mamá hace un examen, mamá obtiene una matrícula, mamá hace un trabajo con su grupo, mamá lee, mamá busca información, mamá hace la tesis, mamá escribe un libro…
Una parte del análisis hay que hacerla en tiempo presente. Pero hay otra que debe plantearse con perspectiva de futuro. Los hijos, por ley de vida, crecen, se independizan. Y los padres seguirán su vida como pareja, ya en solitario. Incluso en el caso de que todo vaya bien (si ‘ir bien’ se identifica con seguir juntos, que no siempre es así), la madre tendrá un horizonte vital, cultural, profesional y laboral mucho mejor en el caso de que haya estudiado.
Una directora de cine francesa llamada Januick Bellon filmó hace unos años una película titulada ‘La mujer de Juan’. En ella mantiene una tesis tan sencilla como cruel. Una señora casada es ‘la mujer de Juan’ hasta que Juan se va de casa. Como sólo es la mujer de Juan y deja de serlo, a partir de ese momento ya no es nadie, ya no es nada. No tiene trabajo porque el trabajo era el de Juan, no tiene amigos porque los amigos eran los de Juan, no hace proyectos de viaje porque los hacía Juan, no sale a cenar porque iba con Juan, no sabe cómo funciona la comunidad de vecinos porque lo sabía Juan…
Las teorías del ‘techo de cristal’ explican que las mujeres tienen por encima de su cabezas un techo invisible, pero firme, a través del cual se ven muchas cosas, pero que no pueden romper para acceder a ellas. Pone ese techo la sociedad androcéntrica que aplica estereotipos descalificadores cuando una mujer lo rompe Lo más grave es que muchas mujeres hacen suya esa cortapisa diciendo: No es que me lo imponga la sociedad, es la naturaleza la que lo hace, son los genes, soy yo misma. Si no existiese ese techo, ¿qué sería de la familia? El techo no es una ley que impida subir, no es una prohibición moral o social. Es una invisible barrera nacida del sexismo. Las consecuencias de la existencia del techo son abrumadoras e incontestables. En todos los terrenos de la vida: académico, político, social, científico, económico… Las mujeres no llegan a donde llegan los hombres a pesar de ser igualmente inteligentes y estando igualmente o mejor preparadas.
Desde esa perspectiva será no digo ya difícil sino imposible romper el techo y dar cumplimiento a conseguir derechos de igualdad. Sin tener que sentirse malas madres y sin aceptar que otros, dentro y fuera de la familia, las acusen de ello. Y que lo hayan hecho no sólo de buen grado sino con entusiasmo. Lo primero son los hijos, se han dicho. El problema radica en que el padre no vive la misma necesidad y cuando deja la casa para acudir al trabajo o al estudio los hijos no le achacan abandono, desamor, descuido o egoísmo. Resulta que el padre hace todo lo que hace porque quiere a sus hijos. Aunque se trate de unos estudios meramente ornamentales y no encaminados a la obtención de recursos indispensables para la familia. El espacio propio del hombre en una sociedad andocéntrica es el espacio público. El de la mujer, es la esfera privada. Los niños de la mamá estudiante han ayudado a su madre a romper el techo de cristal.
Mamá estudiante
29
Abr