Meterse en la piel del otro, pensar como los otros pueden pensar, tratar de sentir lo que los otros pueden sentir son ejercicios que conducen a la tolerancia, a la comprensión, al respeto y a la solidaridad. Muchos lectores habrán participado en experiencias que consisten en desempeñar papeles que no coinciden con lo que cada uno piensa y es en la vida. Recuerdo uno de estos ejercicios en el que una madre hacía de joven embarazada y una chica representaba el papel de madre conservadora que reaccionaba violentamente ante la situación. Ambas, al terminar, decían que habían comprendido, al ir hablando, lo que sus oponentes en la vida real decían.
No es fácil meterse en la mente del otro, ponerse en su lugar, intentar sentir como él. Porque nuestras concepciones, principios y actitudes se hacen rígidos e inamovibles. Cuando se piensa que el otro es el enfermo, el raro o el malo es muy difícil operar con sus presupuestos. Les pasa a los políticos con sus opositores, a los creyentes con los agnósticos, a los agnósticos con los creyentes, a los negros con los blancos, a los blancos con los negros, a los payos con los gitanos, a los gitanos con los payos, a los fanáticos con los relativistas, a los relativistas con los fanáticos.
Está muy en boga la oposición de ciertos sectores al matrimonio entre homosexuales (incluso, de forma hipócrita y ridícula, a denominar matrimonio a esa unión). Está muy vivo el rechazo contra la adopción de niños y niñas por parejas de gays y lesbianas. ¿Podríamos ponernos por un momento en su mente? ¿Podríamos intentar sentir lo que ellos y ellas sienten cuando se les niegan derechos que los demás poseemos?
Voy a presentar al lector una reflexión que pretende hacer pensar sobre esta importante cuestión. Me inspiro en un texto de autor anónimo titulado “También ellos tienen derechos” que ha circulado profusamente y que yo cambiaré, completaré y comentaré libremente. Las comillas son prestadas y, a la vez, son mías.
«Hay que estar a favor de que los católicos contraigan matrimonio. Parece una injusticia y un error tratar de impedírselo. El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, agnósticos u homosexuales.
Sus creencias son ‘increíbles’ (una virgen es madre, tres Dioses son un solo Dios, un hombre es infalible, en la comunión comen a un ser vivo…). Muchos comportamientos y rasgos de carácter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, pueden parecernos extraños a los demás. Incluso, a veces, podrían esgrimirse contra ellos argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo de los preservativos. Muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, pueden incomodar a algunos. Pero esto, además de ser más una imagen mediática que una realidad no es razón para impedirles el ejercicio del matrimonio. Lo mismo ha de decirse de la veneración de las reliquias más pintorescas que pueda uno imaginarse: el prepucio de Jesucristo, gotas del leche del pecho de la virgen, plumas de las alas de los ángeles… (Con las innumerables falsificaciones que la jerarquía no desmiente. Cuenta Umberto Eco que el guía de un museo religioso dijo a los visitantes: “Este es el cráneo de San Juan Bautista a la edad de doce años”. “Eso no puede ser ya que San Juan Bautista murió decapitado siendo adulto, arguyó uno de los turistas. “Pero ese cráneo está en otro museo”, precisó el guía).
Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es matrimonio real porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su Dios, en lugar de una unión entre personas. También, puesto que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la Iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por el qué dirán o por la simple búsqueda del sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio) incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas.
La Iglesia a la que pertenecen, a lo largo de la historia, ha incurrido en errores terribles, como bendecir las guerras, matar herejes, ponerse del lado de los ricos y los poderosos, bendecir armas, sostener dictadores, destruir símbolos sagrados de otras religiones, prohibir la lectura de libros… Pero eso no ha de ser óbice para que puedan casarse, tener hijos e incluso adoptarlos ya que ellos pueden ser buenas personas. El que sus obispos y sacerdotes no se casen, no quiere decir que menosprecien la familia, ya que la consideran teóricamente la piedra básica de la sociedad. De la misma manera, el hecho de algunos de sus sacerdotes abusen de niños y jóvenes, nada tiene que ver con que quienes pertenecen a la misma Iglesia no puedan contraer matrimonio. Resulta curioso que algunos de sus santos lleven nombres tan inquietantes y poco respetuosos como Santiago Matamoros, pero eso ha considerarse una reliquia del pasado y fruto de épocas de la historia culturalmente superadas.
Por otro lado, decir que el matrimonio entre católicos no es un matrimonio y que debería ser llamado de otra manera, no es más que una forma un tanto ruin de desviar el debate sobre cuestiones semánticas que no vienen al caso. Aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio y una familia, es una familia.
También hay que estar a favor de permitir que los católicos adopten hijos. Algunos se escandalizarán ante una opinión de este tipo. Es probable que algunos respondan con exclamaciones del tipo: ¿Católicos adoptando hijos? ¡Estos niños podrían hacerse católicos!”. No es una ley de la genética que los hijos sigan las creencias de los padres, pero existe una alta posibilidad de que así sea. Algunos se opondrán a que esto suceda y negarán el derecho de adopción a los católicos. Pero bueno, habrá que admitir ese riesgo en aras de la libertad.
Las familias católicas bautizan a sus hijos e hijas, quieran o no, al poco de haber nacido. Pero no ha de considerarse un problema para que adopten ya que esas criaturas, cuando crezcan, podrán hacer una opción personal. Los católicos tienen seminarios en los que, quienes se forman para ser sacerdotes se relacionan básicamente con personas del mismo sexo, pero eso no quiere decir que vayan a tener taras respecto al desarrollo psicológico. Así que, no debe entenderse como una lacra de los pertenecientes a esa religión».
Meterse en la piel del otro es un sano ejercicio para entender su forma de pensar y de sentir. Practicar la empatía es la intención prioritaria que impregna estas líneas.
Dentro de la piel del otro
17
Sep
Me encantó Miguel este artículo.Personalmente uso la frase de un filósofo; cuando quiero hacer entrar en razón a alguien que no usa la empatía, es esta «he cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas sino entenderlas»…Ahora voy a usar este artículo tan rico…¡¡¡ gracias!!!.Tus libros son geniales.
Sigo tus artículos desde cuando estuviste en Mendoza,Argentina y nos hablaste de este Blog y me gustan mucho.