Las pancartas ya son buenas. Las hace buenas el señor Aznar. Y el señor Rajoy. ¿Cuántas veces acusó a los socialistas el entonces Presidente del Gobierno, con evidente menosprecio, de hacer una ‘política pancartista’? ¿Cuántas veces pudimos oír acusaciones contra quienes salimos una y otra vez a la calle para levantar una pancarta con el lema ‘no a la guerra’? Una guerra declarada de espaldas al Parlamento, contra la voluntad de la ONU y con evidente quebranto de la verdad, del derecho internacional y de la justicia. Ponerse detrás de una pancarta era entonces un gesto negativo. Hoy, por no sé que extrañas artes, se ha convertido en un gesto digno y responsable.
Mientras el lector recorre pacientemente estas líneas, el señor Aznar y el señor Rajoy avanzan por las calles de Madrid detrás de pancartas que condenan la política del Gobierno. Una política en este caso refrendada por todos los grupos parlamentarios, menos el suyo. Una política que él mismo señor Aznar puso en marcha sin someterla a la aprobación parlamentaria. La explicación es bien sencilla: las pancartas son ahora buenas porque algunos se colocan detrás de ellas. Los buenos. Todo lo que hagan los malos, aunque sea lo mismo, es consecuentemente malo.
Téngase en cuenta que lo que ha aprobado en el parlamento es dialogar para que se pueda alcanzar la paz. ¿Por qué dialogar es rendirse, ponerse a los pies de ETA, colocar de rodillas al Estado, faltar al respeto a las víctimas, claudicar ante los asesinos? Las víctimas tendrían que entender (y víctimas somos todos, no sólo los muertos, no sólo los familiares de los muertos), que no hay mejor forma de honrarlas que impedir que haya más víctimas.
Es el Gobierno quien tiene que dirigir la política antiterrorista. ¿Por qué no secundar sus iniciativas, sus propuestas, sus planteamientos? ¿Quién los tiene, si no, que marcar? No se ha dejado de lado la acción policial y judicial. Sigue la persecución, siguen las detenciones, siguen los juicios, siguen las condenas. ¿Cómo es posible que intentar lo que otros gobiernos hicieron sea tildado ahora de traición, de error imperdonable, de claudicación, de patente debilidad? Se ha dicho claramente que la condición ‘sine qua non’ para negociar es el abandono de las armas por parte de ETA. Se ha dicho que no se pagará un precio político por la paz. ¿Por qué no intentarlo?
No sé lo que harían y dirían quienes hoy se manifiestan en Madrid si el resultado de la negociación fuese el final de la violencia. ¿Pedirían perdón al Gobierno? ¿Se disculparían ante los votantes de los partidos que han apoyado la decisión? ¿Reconocerían su mezquindad y su pesimismo ante otras víctimas que sí apoyan la negociación? La soledad del PP es a la vez patética y dramática. El PP, una vez más, repite lo que decía el abuelo que veía desfilar a su nieto en el ejército: “Todos marcan mal el paso menos mi nieto”.
¿Cómo se puede negar que se está haciendo política partidista con los muertos, con las víctimas, con el terrorismo? ¿Cómo acusar de traición a quien, sin renunciar a lo pactado, inicia otras vías para conseguir la paz? No rompe el pacto antiterrorista quien inicia una vía nueva para alcanzar la paz sino quien no se une a ella. Dice con énfasis el PP que el pacto antiterrorista tenía arrinconada a ETA. Puede ser que acorralada, pero no muerta. Puede haber otros factores que han contribuido al debilitamiento, si es que éste existe: la colaboración más efectiva de Francia, la actitud del pueblo vasco, el cambio en algunos sectores de la misma ETA (por ejemplo, el de los presos)…
Se equivocó en otros tiempos el Partido Socialista cuando pretendió combatir el terrorismo con otro tipo de terrorismo, más detestable que el que pretendía eliminar. Como dice Norberto Bobbio, “sin democracia no existen las condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos”. Hay que buscar la solución en una cultura de paz. La historia y la cultura que se transmiten están asentadas en la mitificación de las victorias militares, en la conquista, en la dominación y en la fuerza. Frente a este culto del dominio, es magnífica la idea de ensayar el camino del diálogo y de la negociación.
Es evidente que puede fracasar el intento. Como ha fracasado en otras ocasiones. Entonces se dirá que “se veía venir”, “que no hay que fiarse de los asesinos”, que “no era previsible el abandono de las armas mientras explotaban las bombas”… Creo que el auténtico camino para la paz es el diálogo. “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”, decía Gandhi. Tachar de ilusos, de majaderos, de utópicos, de débiles a quienes apuestan por el diálogo es echar una zancadilla a quien avanza hacia la paz. Ojalá les pudiéramos decir a nuestros hijos y alumnos: mirad, lo que no consiguieron las pistolas y las cárceles, lo ha conseguido el diálogo y la negociación.
Es más grave, a mi juicio, la advertencia realizada por el señor Acebes. Dice que si existiesen incidentes en la manifestación, los responsables serían los miembros de las fuerzas de seguridad. Y lo dice un ex Ministro de Interior, sembrando la sospecha, de forma insidiosa, de que los hipotéticos reventadores sean agentes manejados por ciertos ‘autores intelectuales’.
Quiero contarle al señor Acebes (y a quienes comparten su argumentación) una sencilla historia. Si mal no recuerdo se la he oído contar a Fernando Savater. Una mujer tenía un amante con quien pasaba felizmente la noche en ausencia del marido. De pronto suena el teléfono. Es el marido que anuncia la llegada al aeropuerto y le pide a su esposa que vaya a buscarla. Sabe que para llegar al aeropuerto hay que atravesar una zona muy peligrosa. En ella se esconden salteadores que constituyen un gravísimo peligro, sobre todo a esas horas de la noche. La mujer le pide al amante que la acompañe. Y éste se excusa diciendo que puede verle su marido. Llama angustiada a la policía para pedir que la escolten, pero la policía le dice que los efectivos son escasos y que no pueden dedicarse a proteger a cada ciudadano. La mujer va sola al aeropuerto. En el camino es detenida por los delincuentes. Es robada, violada y asesinada por ellos. ¿Quién es el responsable de la muerte?
Unos dirían que el amante por no atreverse a acompañarla al aeropuerto, otros que la policía por no disponer de efectivos, alguno -quizás- que el marido por abandonar a su mujer y exigirle luego que la vaya a buscar, sabiendo que corre un alto riesgo. Puede que alguno la culpe a ella por osada e inconsciente.
Al señor Acebes, y a quienes le secundan en su forma de pensar y argumentar, no se les ocurriría pensar que los responsables del robo, de la violación y de la muerte eran los asesinos. Contra ellos tendrían que hablar y que manifestarse.
¿Quién es el responsable?
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Jun