Quizás no parezca sensato hacer un elogio de la lentitud en tiempos de máxima aceleración y de vértigo inusitado.Vamos siempre con la lengua fuera. La prisa lo preside todo. Las distancias que antes se recorrían en horas ahora se pueden realizar en unos minutos. La carta que antes tardaba meses en llegar, ahora alcanza su destino casi antes de enviarse. El ordenador que necesitaba minutos para procesar una operación ahora emplea milésimas de segundo.
Estamos sumidos en un ritmo vertiginoso. Estamos empeñados en ganar tiempo al tiempo. Se hacen muchas cosas. Cada vez más. Todas de forma acelerada. Todas con prisa. La consigna que se recibe desde todos los ámbitos (aprendizaje, industria, comercio, política, telecomunicación…) es la siguiente: “De prisa, de prisa”. Cada día hay más personas que se parecen al Conejo Blanco con el que se encontró Alicia: en su viaje al País de las Maravillas. “Tengo mucha prisa, tengo mucha prisa”, dicen mirando obsesivamente el reloj.
Esta invitación a la lentitud puede parecer un despropósito. Si te paras cuando todos corren, asumes el riesgo de ser arrollado. Si te detienes cuando todos aceleran, corres el peligro de quedarte atrás definitivamente.
Pero habría que preguntarse, con lógica desazón: ¿Sabemos hacia dónde vamos con tanta prisa? No hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada. Ya lo decía el clásico: “Tantas idas y venidas, ¿son de alguna utilidad?”. Nos levantamos con prisa, vamos al trabajo con prisa, conducimos con prisa, estudiamos con prisa, hacemos una cosa tras otra de forma tensa y acelerada. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Somos así más felices?
– ¿Para cuándo quiere este trabajo?, pregunta el trabajador estresado al estresado empresario.
– Para ayer. Ya lo tenía que saber: para ayer.
En la escuela se peca del mismo vicio. Los aprendizajes tienen que ser rápidos, por no decir precipitados. Aunque los investigadores más concienzudos nos hablan hoy de la importancia del ‘aprendizaje lento’. Se lo he oído decir con justificado énfasis no hace mucho a mi admirado Andy Hargreaves.
Los padres comparan el rendimiento de sus hijos con el de los alumnos que acuden a un Centro diferente. Si el nivel es más bajo se alarman porque creen que sus hijos nunca recuperarán el retraso. Consideran que el Centro al que acuden los otros niños tiene más calidad. Y se sienten angustiados, ocasionando una presión desmedida sobre los aprendices. Desde muy pronto empieza esa presión sobre los niños. Que aprendan cuanto antes idiomas, música, solfeo, piano, danza, judo, macramé, informática… Olvidando que ‘no por mucho madrugar amanece más temprano’.
Circulamos a una velocidad endiablada, como si en ello nos fuera la vida. Y, a veces, claro que nos va. He visto en una carretera de Argentina esta significativa advertencia: ‘El que no corre, vuelve’. ¿No se han fijado en la crispación que produce el conductor que circula con lentitud delante de otro que tiene prisa? Los exabruptos que salen por la boca del que encuentra un obstáculo delante son desproporcionados para el retraso que se le ocasiona. ‘Imbécil, vete andando y deja a los demás circular a su aire’. Con la de veces que hemos dicho y oído que más vale perder un minuto en la vida que la vida en un minuto.
Al abuelo de una amiga que circulaba con lentitud en una autovía generando tras de sí un largo atasco de coches, le detuvo la policía y le preguntó:
–¿Usted conduce siempre a esta velocidad?
–No, señor, suelo circular mucho más despacio, contestó el abuelo pensando que le iban a multar por exceso de velocidad. Él circulaba a su ritmo. La prisa es más una actitud que una necesidad perentoria.
Decía Baltasar Gracián que la prisa es la pasión de los necios. Cuando defiendo la lentitud no me refiero a la indolencia, a la pereza, a la apatía, a la desidia, al abandono. Me refiero a la calma, al sosiego, a la suavidad, a la ternura, a la tranquilidad. Suetonio nos propone un lema de acción y de vida: ‘Apresúrate lentamente’.
‘La rapidez, que es una virtud, engendra un vicio que es la prisa’, decía Gregorio Marañón. En efecto, la prisa no sólo impide vivir y sentir de forma plena, sino que da pie a cometer numerosos errores. Chesterton incluía entre los perjuicios causados por la prisa uno ciertamente paradójico: ‘Una de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo’. Así lo señala el refranero español: ‘Vísteme despacio, que tengo prisa’.
Nos falta tiempo para las cosas importantes: el café reposado, la conversación lenta y dilatada, el paseo despacioso, la lectura tranquila, la música bien saboreada, la amistad largamente compartida, el amor lentamente expresado.
No hay tiempo, decimos. Es que no tengo tiempo para nada. Pero el tiempo es el mismo para todos. Lo que pasa es que lo vivimos de forma subjetiva. Pensemos en el ritmo que tiene el tiempo en un pueblo tranquilo y en una trepidante ciudad. El tiempo objetivo es el mismo en ambos lugares. En los dos ámbitos el día tiene las mismas horas. Pero la actitud hacia la vida, hacia las cosas, hacia las personas es diferente en una y otra cultura.
Hacemos las cosas con prisa, pero nos gusta que nos atiendan con sosiego. No nos gusta que el médico nos eche un vistazo ante la presión de los enfermos que esperan (también de forma impaciente). No nos gusta que nos escuchen mirando el reloj. No queremos que el dependiente de la tienda nos despache en un santiamén de forma exasperada. La vivencia subjetiva del tiempo hace que tengamos una actitud determinada ante las cosas, ante las personas y ante nosotros mismos. Está claro, como afirma el proverbio afgano que ‘para un hambriento el pan cuece lentamente’. Cuando alguien presiona, cuando pretende o exige que adoptemos un ritmo acelerado para hacer las cosas, hemos de contestar: Mire, no tengo tiempo para tener prisa.
Quiero terminar con unas palabras de mi entrañable amigo y maravilloso cuentacuentos Paco Abril: ‘Para tratar de atemperar mi tendencia a padecer el síndrome de la prisa, llevo siempre prendidos en la memoria unos versos de Ángel González que dicen: ‘Si voy de prisa, el río se apresura. Si voy despacio, el agua se remansa.’ Elogiar la lentitud es, en suma, elogiar a quienes, con paciencia, nos remansan, cada día, los precipitados ríos de la vida’.
Remansar la vida
19
Feb