En la ciudad de Rosario (Argentina) vi circular una camioneta con esta ingeniosa e inquietante inscripción publicitaria de una agencia dedicada a realizar derribos: ‘Bin Laden demoliciones’. Un ejemplo muy preciso de humor negro.
Es curioso el llamado humor negro, que provoca una leve sonrisa y, al mismo tiempo, entristece un poco el corazón. No nos reímos con fuerza porque parece que, al hacerlo, nos reímos también de las víctimas. Es un humor a través del cual el ser humano se ríe de aquello que le produce miedo, horror y angustia. Es una manera de defenderse de la desesperación. Lo calificamos con el color negro por ser éste, en nuestra cultura, el color del luto. No concierne sólo a la muerte sino que puede referirse a la guerra, a la enfermedad, a las catástrofes, al hambre, a los accidentes, al terrorismo… Riéndonos de estos problemas queremos expresar que no les tenemos miedo.
La risa es una victoria contra el terror, el miedo y la muerte. Estamos contentos de poder reírnos de lo que nos asusta. Un condenado a muerte, ante la pregunta de si quiere fumar el último cigarrillo, responde: “No, gracias, estoy intentando dejar de fumar”. Otro condenado a muerte iba un lunes camino del patíbulo mientras decía: “Mal empiezo la semana”.
Es conocida la confidencia que le hace la mujer al marido, ambos octogenarios:
– Pienso que, dada la edad que tenemos, uno de los dos podía morir y así yo me iba a vivir con la niña a Barcelona.
En su excelente libro ‘El sentido del humor’ dicen Ziv y Diem hablando del humor negro: “Es el mismo comportamiento del niño que silba solo en la oscuridad de la noche. La eficacia del silbido para olvidar la oscuridad es comparable con la del humor para disipar los peligros de la muerte: demuestra que estos mecanismos de defensa tienen una especie de poder mágico para darnos ánimos en los momentos difíciles”.
Hay también. en el humor negro un componente fatalista. Como no podemos hacer algo contundente ante estos males, podemos reírnos de ellos. Es posible preguntarse qué puede provocar la risa en un hecho tan terrible como la guerra. Hay, sin embargo, muchos chistes sobre ella. Todos recordamos las magníficas conversaciones telefónicas del soldado Miguel Gila con el enemigo.
– ¿Está el enemigo…?
– …
– ¡Que se ponga!
Nos hacía reír mientras nos preguntábamos: ¿Qué puede provocar la risa ante un hecho tan monstruoso? Precisamente su absurdidad. El hecho increíble de que jóvenes, niños y personas inocentes mueran por un hipotético ideal o por un mezquino interés.
Gracias al humor negro, es posible transformar, aunque sólo sea por un instante, el horror de la guerra en una sonrisa. El caricaturista norteamericano Mauldin creía en el poder del humor negro para levantar la moral de los soldados en el campo de batalla. Sus caricaturas, publicadas en un periódico destinado al ejército norteamericano participante en la Segunda Guerra Mundial, le valieron, de hecho, la concesión del premio Pulitzer.
El hambre es otra calamidad mundial. Aterradora. ¿Cómo es posible reírse ante una desgracia tan tremenda, perfectamente evitable? Pues también sobre ella actúa el sentido del humor. Dicen que en una campaña electoral el candidato a la presidencia llega a un pueblecito que está azotado por el hambre. En un típico gesto de generosidad electoral anuncia:
– Traigo juguetes para todos los niños.
Alguien, angustiado, precisa:
– Señor, en este pueblo los niños no comen.
– Pues si no comen, no hay juguetes, dice con severa actitud el candidato.
Dicen que el humor es una forma de bondad. Al menos cuando se utiliza como alivio del dolor. El sentido del humor es necesario para hacer una broma de este tipo, pero también para escucharla sin dramatismo, sin sentir que se está ofendiendo a alguien, cuando realmente no hay pretensión de ofender. Quizás no siempre sea así. Reírse de una sucesión de desgracias no es señal de haber perdido el juicio sino de estar haciendo algo sensato para no perderlo.
El humor sobre la enfermedad parece desazonador. En realidad permite aliviar a los que viven esta clase de experiencias. La realidad no cambia, pero nuestra actitud, sí. Muchos espectadores habrán acudido a ver la maravillosa película de Amenábar ‘Mar adentro’ con la seguridad de que era una película para llorar, no para reír. Y se habrán visto sorprendidos por los delicados toques de humor que provoca la actitud del protagonista ante su desgracia.
Un herido con las dos piernas amputadas, dice a su amigo: “Antes yo tenía un problema para acomodar mis piernas entre las dos filas de asientos en el teatro. Ahora, mi problema ha desaparecido…”.
He comenzado estas reflexiones con un hecho acaecido en Argentina. Lo voy a cerrar con un relato que mi amiga Verónica Comandi me envió hace unos años, en plena crisis del país.
Mueren varios mandatarios en una convención de jefes de Estado. Entre otros mueren Bush, Blair y el entonces presidente argentino Eduardo Duhalde. Se encuentran en el infierno. Bush está intrigado por lo que estará sucediendo en el país sin su presencia. Le dicen que hay un teléfono desde el que puede llamar. Lo hace y, cuando pide la factura, le dicen:
– Son cien mil dólares….
A pesar del fuerte impacto del precio, Tony Blair quiere hablar con su país. Comprueba, después de hacerlo, que ha estado hablando media hora. Cuando pregunta por el precio le dicen:
– Doscientos mil dólares.
Eduardo Duhalde, espoleado por la crisis, quiere hablar con su país. Así lo hace. Se lleva las manos a la cabeza cuando se da cuenta de que ha estado hablando tres horas.
– Usted debe solamente setenta y cinco centavos de dólar.
– ¿Cómo es posible? Un cuarto de hora, cien mil dólares; media hora, doscientos mil y tres horas sólo setenta y cinco centavos de dolar?
– Sí, es su tarifa. De infierno a infierno se considera llamada local.
Es importante lo que sucede, cómo no. Es también importante la actitud ante lo que sucede. Y en muchas ocasiones hay que reír para no llorar.
‘Bin Laden demoliciones’
9
Oct