Mi querido amigo Enrique Mariscal (un amigo es una persona que, a pesar de conocerte muy bien, te sigue queriendo) ha escrito un nuevo libro titulado ‘Cuentos para regalar a personas incorregibles’. Un libro que, según dice el autor en el prólogo, fue concebido en la ciudad de Málaga.
Una de sus interesantes y numerosas historias ha dado lugar a este artículo. Cuenta Mariscal que en un censo realizado en la ciudad de Santiago del Estero (Argentina) el funcionario de turno pregunta a un anciano que disciplinadamente ha acudido a las oficinas censales:
–¿Cuántos hijos tiene usted?
–Diez, contesta el interrogado.
–¿Todos vivos?, inquiere el funcionario.
–No. Dos trabajan, responde con aplomo y seriedad el anciano.
La contestación de este curioso personaje me ha llevado a compartir con el lector algunas ideas sobre esos individuos a los que vulgarmente se denomina chupópteros, caraduras, ‘vivalavirgen’ o, sencillamente, listillos. Se trata de individuos que suelen arreglárselas muy bien para cobrar un buen sueldo sin dar golpe, que tienen un radar para detectar chollos, prebendas, regalos, recompensas extraordinarias, pagas especiales, ofertas que para otros resultan invisibles e ilocalizables.
Los listillos suelen ser, además, graciosos. Alardean de sus habilidades, hacen gala de su pericia para encontrar la mejor oferta, el mejor puesto, la mejor ocasión. No se dan cuenta de que, al jactarse delante de ti de que burlan los impuestos, te están diciendo que tú eres uno de los imbéciles que pagan por él.
Hay listillos en todas las instituciones, en todos los grupos, encualquier lugar y ocasión. Estudiantes que entienden el trabajo en grupo como una excelente oportunidad para beneficiarse del esfuerzo de otros.Trabajadores de una empresa que saben escaquearse de cualquier esfuerzo que entre todos los demás se reparten. Políticos que se apuntan a todos los viajes gratuitos, que reciben todas las prebendas imaginables y que se benefician de todos los dividendos que graciosamente se reparten.
¿Quién no conoce a personas que alardean de disfrutar de una baja tras otra, hábilmente encadenadas, sin tener la menor dolencia? Cuando te lo cuentan, creen que hacen una gracia enorme, que deslumbran por su inteligencia y por su perspicacia. Creen que son más listos que nadie.
Conozco el caso de una persona que se se daba sucesivamente de baja por depresión mientras preparaba unas pruebas e, incluso, las realizaba sin el menor reparo ante el escándalo público que su comportamiento conllevaba. Una persona lista, claro está.
Tiene otra habilidad el vivo. Cuando se trata de presentar el expediente de los méritos, aparenta como el que más, hace ver que nadie hace mayores esfuerzos que él, es capaz de aparecer como víctima propiciatoria de la indolencia ajena.
Caminan los listillos bajo las andas del santo sin arrimar el hombro, pero haciendo ver que están derrengados por el esfuerzo. Se las arreglan para disimular de tal forma que, sin soportar un gramo de peso del varal, parecen que son ellos los que llevan la mayor parte de la carga.
Algunos son así ya desde niños. Aprovechados, perezosos, hipócritas, gorrones. Ante la autoridad ofrecen una imagen de trabajadores esforzados. Ante las amistades se presentan como inteligentes evasores del esfuerzo.
La picaresca ofrece innumerables ocasiones de zafarse de cualquier sacrificio. El ingenio se agudiza en ese afán de escaqueo. Se diría que trabajan más para evitar el trabajo que si realmente lo realizaran. Pero ese es su juego, ese es su blasón.
Durante las horas de trabajo, un compañero invita a otro a tomar un café. Su respuesta no pudo ser más convincente:
–No, que me espabilo.
El lema del vivo parece ser: “Pudiendo no hacer nada, ¿por qué tendría que hacerlo?” Es decir, que si le pagan el sueldo sin esforzarse, no tendrá sentido hacerlo. Si puede conseguir beneficios sin pagarlos, sería de estúpido entregar el dinero.
Cuando se trata de gastar dinero público parece que son unos magnates. Si tienen que ponerlo de su bolsillo nunca encuentran la cartera. No sé cómo no se les cae la cara de vergüenza, porque sus tretas llegan a ser tan escandalosas, tan obvias, tan descaradas que resultan patentes a distancia. Si al lado de ellos se encuentra una de esas personas que actúa como ‘burro de carga’ no tendrán el menor reparo en poner sobre su espalda el peso de su trabajo y de su responsabilidad.
El problema es que ese tipo de estrategia se convierta en el modelo que se debe imitar para ser considerado una persona lista, espabilada y eficazmente establecida. ¡Hay que ver fulanito, qué bien vive! ¡Y sin dar golpe! El que trabaja, el que se esfuerza, el que ayuda parece un imbécil que no sabe desenvolverse. El que cumple con su tarea e, incluso, comparte la de los otros es un ingenuo que todavía no ha madurado.
Decía una persona a sus amigos que, de niño, había sido especialmente inteligente y, entre otros datos, comentaba lo pronto que había aprendido a caminar. El listillo de turno hace su gracia diciendo que él fue más inteligente ya que tuvieron que llevarlo en brazos hasta los tres años. Y cree que, además de inteligente, resulta gracioso. Lo malo sería que cada vez lo creyeran a pie juntillas más personas.