Un elegante y delgado caballero, de esos que todavía usan ternos clásicos con chaleco hechos a medida y sombrero, probablemente un Stetson, y de esos pocos a los que chalecos y sombreros sientan bien, nos cuenta una historia sorprendente, la de un voyeur. Dicho así, podría suscitar esa inquietante sensación que nos produce el acercamiento a los límites de lo obsceno. Pero no se equivoquen, Gay Talese es el que nos cuenta la historia, el dandy de los escritores de no ficción y uno de los fundadores del nuevo periodismo. Su libro, El motel del voyeur (Alfaguara, Madrid, 2017) constituye la historia de un hombre corriente, Gerarld Foos, un americano medio, casado, padre de dos hijos y propietario de un motel, al que convierte en observatorio de la vida sexual de sus clientes sin su consentimiento y en el tapiz de una mirada que no se conforma con el momento erótico que surge de la expectativa y de la presencia, sino que desea permanencia y, de algún modo, reivindicación de la experiencia propia, un espacio intermedio entre el mirón morboso, el sexólogo aficionado con pretensiones y el historiador social y por ello, surge un diario que recoge las historias de quince años de voyeurismo. De la experiencia a la trascendencia, ese es paso que da lugar a esta historia, evidentemente, en el marco de una personalidad contradictoria.
Talese tiene el enorme talento de convertir un tema fronterizo entre lo prohibido y lo turbio, en una manifestación más de la vida, esa oculta pero no por ello desconocida, obscenidad cotidiana que la rodea. La razón es que es un escritor en el que lo importante es la historia y su manera de contarla, señalando signos de una época que permiten entender el mundo que vivimos pero dejando libre al lector para que interprete cómo desee el mundo talesiano. Si La mujer de tu prójimo constituyó la particular visión de Talese de la revolución sexual en Estados Unidos, El motel del voyeur, que surge cuando estaba a punto de publicarse el primero, es el último capítulo del gran fresco sobre la sexualidad en Estados Unidos escrito desde el gran periodismo. Puede que Foos nos parezca entrañable en algún momento, repelente a ratos, egocéntrico en muchos y, desde luego, un voyeur épico, con método casi científico y pretensiones de un avezado Masters y Johnson. Sin embargo, en una historia perturbadora en el que los límites entre la intimidad vista y un consentimiento inexistente, cada uno juzgará a Foos con los matices que quiera pero, desde luego, como ese hombre corriente que participa de la obscenidad cotidiana de la vida que todos sabemos que existe.
Talese no juzga, simplemente narra. Juvenal Soto le define acertadamente como un escritor-narrador en su último libro: «El escritor suele ser un tipo con ínfulas de más allá; es decir, alguien que pretende, a costa de los lectores y de lo no sólo estrictamente literario, trascender la literatura para conseguir un fin, llámese recado, corolario o como prefieran. El verdadero narrador cuenta historias y, además, las cuenta con los mejores utensilios de la literatura. Su recado y su corolario son su propia narración, alejada, o no, de las torres de marfil y de las artes por el arte. Será el lector quien elabore sus propias conclusiones aunque no sea un requisito indispensable…Más difícil aún resulta encontrar un híbrido de escritor-narrador que comparta los caracteres de ambos prototipos y los aúne en un ente superior de los dos. GT puede que sea ese híbrido».
Talese nos deslumbró con su retrato de personajes americanos pero sin olvidar los desconocidos y los perdedores y, desde luego, sus orígenes, la mafia y su vida como escritor. A través de sus páginas deseamos ser más de una vez Frank Sinatra, comprendimos lo difícil que era ser Floyd Paterson y deseamos ir a ese Nueva York a cenar a los restaurantes con los que planeaba escribir un libro. Y nos damos cuentas que aparte de una crónica de Nueva York y de la América de su tiempo. Su último libro no es sólo un retrato de esos personajes desconocidos es una metáfora de la América y del mundo de hoy, porque al fin y al cabo ¿No somos voyeurs de Trump? Alguien que está acabando con todo lo que de noble tenía la política y nos hace vivir la política en el límite de una obscenidad casi cotidiana. Pero dejemos la política por un día. Si me permiten, concéntrese en el Talese que me hizo querer ser como un Frank Sinatra resfriado.