Volvamos a Michaux. Un sueño (1)

14 Feb

La pintura (indagadora y terrible) de Michaux es tan intensa y a la vez tan íntimamente, tan «violentamente propia», que se sabe condenada a «espejear su ser», el más escondido y personal, el que se disuelve como en una endósmosis y descubre que no puede salir de sí mismo si no se entrega de alguna manera al «otro fantasmal» que a cada uno habita. Esto nace en él, en Michaux, del modo de «mirar y ver» con que quisiera ponerse frente al mundo. Y uno se pregunta : ¿no es esto lo que desde el inicio de nuestra cultura occidental ha venido ocurriendo, entre otras cosas?

Esto debemos ahora hacerlo más nítido con un ejemplo. Y buscándolo, me encuentro con dos «muestras» de la cultura occidental; vista la cultura desde la Roma clásica hasta la contemporaneidad. Los nombres de dichas «muestras» son el «poeta satírico» latino, Marcial, y el aspirante a profundo «indagador de almas», Michaux. Ambos, de alguna manera, introducen en sus manifestaciones «creativas» ese licor que llamamos rabia, o dolor y lucha que se acercan a la rabia. Cada uno a su manera, obviamente.

A su manera cada uno : porque Marcial, ese hispano-romano nacido en Bílbilis (hoy Calatayud), sólo se podría asimilar en cierto modo en los más furiosos epigramas, no en todos. Y más : Marcial satiriza el mundo que ve, lo que percibe en el mundo que conoció en la dura vida de la Urbe ( : Roma ), en tanto que Michaux lo que quisiera es poder «retratar temperamentos», como afirma en su escrito de 1946 que se titula «Pensando en el fenómeno de la pintura». Pero ambos se muestran profundamente occidentales.

A aquella afirmación de querer «pintar temperamentos», Michaux añade :

«Probablemente parecerá que he pintado sobre todo almas de monstruos. Esto es cierto, les veo mejor que a los demás. No obstante, por vergüenza, o por una enojosa preocupación por la armonía, me he quedado por debajo del espectáculo.» (Pág. 82 de «Escritos sobre pintura». Edición, traducción y Prólogo de Chantal Maillard. Murcia. Colección de Arquitectura. 2000). Pero ahora dejemos esto y sigamos :

La obra de Henri Michaux puede parecer en algunas ocasiones, o si se prefiere, en algunos aspectos, desconcertante. Uno a veces puede pensar que estamos ante un creador que intenta acercarse al arte prehistórico (suponiendo que el propósito entonces fuera «hacer arte»), el que conocemos sobre todo a través de lo hallado en las pinturas de las cavernas, y en otras ocasiones podríamos pensar que lo que pinta o dibuja es un simple conjunto de signos-símbolos que más parecen un casi del todo conjugado juego de niños. Hablo de su obra pictórica, no de sus reflexiones sobre la poesía, el arte de escribir, o la pintura misma. Y decía dos líneas atrás «… un casi del todo conjugado juego de niños».

Aquí me explico : juego de niños, en el sentido de que si ponemos a un niño a recrear garabatos con un lápiz sobre un papel, tal vez podría ser que viéramos dibujos parecidos a los que encontramos en Michaux. Y «casi del todo conjugado» en el sentido de que posiblemente el niño habría acabado emborronando todo el papel, mientras que el belga-francés se contiene y al final nos deja algo que mantiene su propia (y tan desconcertante, casi siempre) coherencia. Pero dejo esto ahí, por ahora, y salto de pronto a lo que anunciaba : el sueño. Mejor dicho : un sueño. Antes, una breve aclaración : no son pocas las ocasiones en las que, cuando inicio un texto con la intención de publicarlo, interpongo en mi tarea cosas como acudir a la Cueva del Tesoro, o revisar fotografías que conservo de sus infinitos recovecos, o releer diferentes autores más o menos relacionados con el que esté en ese momento engolfado. Y esto, (imagino, supongo, me da la impresión), bien podría ser la causa de cosas como la que pasaré a explicitar ahora.

Hace unas pocas semanas, cuando aún no tenía claro qué tema abordaría en próximos días, me dormí rememorando salas y zonas de la Cueva del Tesoro, a la que acudía desde mis catorce o quince años con mi padre y sus colaboradores en sus estudios e investigaciones. Y recuerdo que me dormí pensando en esas manchas que habían sido fotografiadas por mí, meses atrás del tiempo ahora presente. Manchas que me semejaban ser como figuras humanas veladas por una cierta bruma o tal vez así vistas por un pintor prehistórico que debía ser sumamente miope.

Me quedé dormido con esas deliberadas ensoñaciones. Debían ser las once y media o tal vez las doce de la noche, y cuando me desperté, recordé con bastante nitidez un sueño que tuve, y donde yo visualizaba un extraño alfabeto, un conjunto de signos que más bien parecían letras garabateadas por una mano aún inhábil. Despierto ya, y con el sueño aún muy vívido, me puse a anotar lo que en esencia había soñado : unas extrañas «letras», que eran más bien como garabatos, pero que al estar todas ordenadas de una manera no casual y ser todas aproximadamente del mismo tamaño, me parecían un alfabeto.

El sueño me tuvo pensativo bastante tiempo, y una y otra vez trataba yo de relacionarlo con algo antes visto, o quién sabe si con algún otro, muy semejante, y soñado tiempo atrás. Algo que desde luego descartaba que fuera un «dejà vu» pero que me llevaba a tratar de recordar, como diciéndome a mí mismo «¿dónde he visto yo antes algo así?» Renuncié a descubrir nada al respecto, y me volví a quedar dormido. La cronología de los momentos antes descritos muy por encima sería esta : recordando las formas que había yo fotografiado en la Cueva, (a lo que he llamado antes «deliberadas ensoñaciones»), son las doce de la noche, aproximadamente. Me despierto recordando un sueño «alfabético», a las 3,40 ya de la madrugada. Me despierto ya del todo por la mañana, y son las 7 horas a.m. No recuerdo haber soñado nada entre el sueño alfabético y el despertar. Pero ahora viene lo mejor : al mediodía de hoy, cuando escribo estas líneas, repasando tanto la fotografía de las formas coloreadas de la Cueva como el sueño anotado, me topo con las páginas 56 y 57 del libro «Escritos sobre pintura» que antes he citado, he aquí lo que veo, y recuerdo haber visto antes. Dicho de otro modo : he aquí lo que sospecho que ha podido inducirme a tener ese «sueño alfabético» : ni más ni menos que el «Sans titre (Alphabet)» de Henri Michaux, que se reproduce al inicio del libro ya citado que sacó Chantal Maillard en el año 2000.

Lo que todo esto despierta en mí, es cosas que trataré de explicar en la parte 2 de este texto. Gracias, lectores.

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2 respuestas a «Volvamos a Michaux. Un sueño (1)»

  1. Fascinante reflexión. Sueño y arte unidos y muchas ganas de leer más de Michaux y ver si obra pictórica, que desconocía por completo. Disculpa que no lo haya podido leer hasta hoy. Un abrazo grande

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