Lo de “una imagen vale más que mil palabras” lo vamos a desechar ahora en este texto. Si atienden al título, estamos ya insinuando que las imágenes son palabras y muchas palabras son también imágenes. Con una leve acotación : no siempre, no todas. Ahí arriba tal vez identifiquen ustedes lo mismo que un día vi yo mismo : una cabeza de toro. De haber tenido una fotografía hecha con mayor panorámica, se podría ver la roca que marca el cuerno izquierdo, cuyo inicio sí se ve en esta imagen, y toda la papada del toro. En un texto anterior ya me ocupé de esta figura, y también señalé que no conocía nada escrito o publicado donde se destacara o simplemente se marcara esta imagen que ahí presento, así que para muchos que han estudiado esta Cueva ha debido pasar desapercibida, o si la han visto, no han caído en la cuenta de su posible importancia dentro de su contexto total, en la cueva.
La roca en cuestión está en el techo de una sala de la Cueva, y es totalmente natural, con lo que quiero decir que no ha sido aprovechada por la mano del hombre para configurar la imagen del animal que sugiere claramente o que se representa. Es obra exclusiva de la Naturaleza. Quizá, lo único que el primitivo ser humano haya hecho ya con su intención, es una serie de marcas y puntos de color negro como ahí se ven : en torno al ojo, cerca del hocico, y en otras partes que no recoge la foto. Y recalco : quizá.
En esta misma sala hay otros espeleotemas, como una forma pétrea que semeja ser un águila a punto de lanzarse en picado sobre su presa; además, una especie de cascada de agua de color de la nieve, muy blanca, de un tipo de caliza diferente al resto de las paredes; y en un rincón de dicha sala, que se llama “del Águila” por la ya mencionada figura también natural ( : como lo son los espeleotemas en general ); unas ralladuras tal vez “chamánicas”. Y en el suelo, unos estalagnatos, que están debajo de una una gran formación de estalactitas que cuelgan del techo de la cavidad sin llegar al suelo y formar estalagmitas.
Pero volvamos al toro, dejemos por ahora otras muy curiosas “cosas” que encontramos en la Sala del Águila y que, en algunos casos muy claramente sí suponen ya la mano del hombre como autor de estas marcas, rayas, signos o lo que sean. ¿Por qué “Sala del Águila y no Sala del Toro? Hay razones para eso, y espero apuntar un par de ellas. De momento me limitaré a nombrarlas, casi sólo a eso, y en un texto posterior, espero desarrollarlas sin caer en excesos de datos, evitando en lo posible minucias irrelevantes.
“Cosas” como la inmediatez de un altar prehistórico, donde se dio culto a una deidad lunar, (la llamada Diosa Noctiluca, que entró en tiempos ya históricos en el Panteón Romano), o como unas ralladuras que determinados especialistas han calificado de chamánicas, y que se encuentran en un rincón de la misma Sala del Águila ( o del Toro, como también me gustaría llamarla ahora ), así como en otra parte algo más escondida de la misma galería, y marcas de dedos humanos que se pueden ver en una de las paredes de la zona inmediata, entre la deidad antes nombrada y el Toro del techo de la gruta que ahí arriba representamos en parte.
“Cosas” como esas nos invitan a pensar que en esta zona de la Cueva el hombre prehistórico bien pudo haber imaginado una especie de “templo natural” que le acercaría a sus rituales de evocación de seres, ya fueran los propios antepasados fallecidos, o ya fueran las incipientes divinidades que con el tiempo llegarían hasta épocas plenamente históricas. No pocas de estas cosas fueron en su día razonadas y explicadas por mi propio padre, cuya dedicación a ir aclarando y sacando a la luz muchos de los enigmas que en esta Cueva son bien conocidos. No poco de lo que digo, de él lo aprendí. Pero vuelvo a la Sala del Toro o del Águila :
Un Domo o Sala de Cueva, pues, que era también “Templo”, y, para realzar datos de esta parte de la gruta, recordemos que la palabra “templo” procede del verbo indoeuropeo “TEM-NO”, que significa “Cortar, Acotar”. Pasa la palabra del griego al latín y el término “templo” viene a querer decir, en su etimología más inmediata, “Lo acotado, o separado del resto” : ni más ni menos a como los templos, desde Grecia y antes, muchos siglos antes, hasta la actualidad, quedaban separados del resto de todo lo circundante. Ya fuera en la ciudad, ya fuera en la lejanía de la zona habitada, como posiblemente debió ocurrir en esta Cueva. Y la palabra “templum” tiene también el sentido de “zona acotada para poder desde ella observar el cielo”, lo que aquí sólo puede entenderse en el sentido de un tipo de “observación mediata”, no directa. Me explico ; ese tipo de “observación que se logra tras de alcanzar estados alterados de consciencia” por los medios que fueren, muy posiblemente una profunda concentración, como se hace en el yoga; o quién sabe si con la ingesta de plantas o hierbas “ad hoc”, como la Salvia divinorum, entre otras.
Y ya termino por hoy : sugerente resulta lo que dice Marija Gimbutas en su obra “Diosas y dioses de la antigua Europa” sobre el Toro y la Mujer o lo Femenino. Algo que ya trataremos en relación con lo referente al Toro, la Diosa, y sus íntimas relaciones con la Luna como imagen de los ciclos de vida-muerte-resurrección. Y sugerente es también todo eso que aún ignoramos : porque es lo desconocido o ignorado lo que puede movernos a buscarle sentido, – o, a veces, “un nuevo sentido”- a lo ya conocido que, por ser conocido, pensamos que nunca será ignorado. Tal cosa puede inducirnos a errores, a “tropezar más de una vez en la misma piedra”. Evitémoslo.