«Pedro cuidaba del riego de la huerta. Levantaba la llave de la alberca, abría las compuertas, conducía el agua por la acequia, la repartía por los surcos.»
«El agua rodaba por la pendiente, pasaba por los canales, centelleaba por los bancales.»
«Y Pedro miraba la luna, el membrillo, la transparencia de la huerta.»
«Cielo de junio, limpio como ninguno.»
Hay libros que son como campos de trigo y lo que en ellos se puede espigar, entre las palabras convertidas en ese fruto rubio que es la espiga, son esas cosas que llamamos con nombres como «memoria» o «poesía». Recuerdos que son vida y vida que se nos ha tornado – de pronto, y a la vez, poco a poco, año tras año…- en palabras tan adentradas en uno que ya no son tanto palabras como alma, alma. Y «Los niños del cauce», de Jorge Alonso Oliva, es uno de esos libros.
Los cuatro fragmentos que abren este texto de hoy están tomados de la página 62 de ese libro que acabo de citar, en ese capítulo que el autor titula «Pedro, el de la huerta». Si ahora me preguntaran a qué otra obra literaria podría recordar ésta, tan breve como intensa, que su autor centra en un tiempo, en unos lugares, en unas memorias (elevadas a pura poesía) en torno a un verano, que deviene eterno aun siendo ya pasado, y que son a la vez todos los veranos de la adolescencia que se va sembrando en la memoria y crece como juncos junto al agua de la vida, yo no podría dejar de lado fragmentos de un libro de otro extraordinario poeta; me refiero ahora a Juan Ramón Jiménez en su «Platero y yo», tan cenital, a mi entender. Pero volvamos a los textos citados al inicio, pues en ellos me quiero centrar para poner de manifiesto este primer aspecto que estimo de alto valor : el del decir poético.
Vean en el primero las cadencias y el número de los verbos : «Pedro cuidaba /…/ , levantaba /…/, abría, conducía, repartía…» Son cinco verbos, todos en pasado simple, los primeros acabado en -aba; los otros tres, en -ía.
Hay un modo de cadencia en absoluto casual, una cadencia que podrá ser elegida por el autor del magnífico libro poético que es «Los niños del cauce», o que podrá ser (lo que dudo) inconscientemente producida, pero en todo caso, eso no es casual : hay ahí el modo de poesía que alberga el lenguaje en sí y que sólo se manifiesta cuando el que usa el lenguaje «se entra de lleno» en la poesía misma que le llevó a ir organizando el libro en su conjunto, en su total hechura.
Ahora pasen a la segunda cita : «El agua rodaba /…/, pasaba /…/, centelleaba…» Este segundo fragmento de los textos elegidos, con esos tres verbos de nuevo en el mismo tiempo y forma acabada en -aba, se enlaza con el tercero : «Y Pedro miraba…» : «…la luna. el membrillo, la transparencia de la huerta.»
Ahora estamos ante tres nuevos elementos del lenguaje, son esos tres nombres : la luna, el membrillo, la transparencia (de la huerta). Debemos recordar aquí que los dos modos de palabras esenciales de nuestro lenguaje son el nombre (sustantivo o adjetivo) y el verbo. Desde el punto de vista, desde la perspectiva estrictamente lingüística, nombre y verbo son las palabras de lo esencial.
Y vayamos ahora a ese final de lo que hemos llamado «capítulo», el titulado «Pedro, el de la huerta.» Miren que broche final el de la página 62 de este libro :
«Cielo de junio, limpio como ninguno.»
Es el proverbio con que Jorge Alonso Oliva decida cerrar esa página 62 de su obra. Y ese «viejo proverbio» es, a su vez, un límpido verso de doce sílabas, ordenadas en 5 + 7 :
«Cielo de junio // limpio como ninguno.»
Con lo dicho, poco más por ahora debemos añadir. Recordar cómo hemos titilado este comentario de un libro lleno de clara luz y rotunda vivencia : Memoria y Poesía, para referirnos al libro mismo, «Los niños del cauce».
Creo que este obra de Jorge A. O. no podrá ser, andando el tiempo, una obra menor en su trayectoria como escritor y poeta. Crecerá en sus ya altos valores humanos y vivenciales, y se citará como ejemplo señero donde el hombre ya en su madurez recuerda su años de infancia y primera juventud. Y entre las obras de su autor, tendrá necesariamente un lugar especial : porque en ella la memoria se disuelve en poesía y la poesía se transmuta en memoria viva.
Muchas más cosas pueden destacarse, a mi juicio, de este libro tan pleno. Pero ahora nos quedamos con lo hasta aquí dicho, y dejo ya, para otro momento, exponer en otro texto y en este mismo foro, esas otras cosas que entiendo deben ser destacadas. Porque es mi intención volver a tomar este mismo libro como objeto de reflexión y comentario. Y termino : gracias, Jorge, por ese regalo a una Málaga que ya es pasado, mas pasado vivo.