En un principio pensé titular esta entrada del blog con una sola palabra : Generaciones. Luego, mirando la imagen de esta plaza de Bratislava, añadí lo que leen arriba : «de caminantes». Generaciones de caminantes pues, se sea lo que sea en tanto se vive, todos somos caminantes. El que ahí ven, parece haber caminado mucho y, apoyado en el banco de la plaza, sólo espera o descansa un poco. Por su atuendo se deduce que es un soldado, un soldado de la época romántica. Pero es un soldado caminante que ni siquiera ante el banco atiende a sentarse : reposa, pero reposa de pie.
Las botas y el sombrero apuntan a esa idea : es un soldado. Y por la leyenda que le acompaña sabemos que es un soldado de Napoleón que puso fin a sus caminos y andanzas allá, en la Stare Mesto o «Ciudad Vieja» de Bratislava. Sus compañeros de filas abandonaron un día la ciudad, el país, las luchas incluso, pero él permaneció en la ciudad, esperando a su amor, una joven eslovaca de la que se había enamorado. ¿Acaso el siglo XIX no es el siglo romántico por excelencia?
Las leyendas tiene un especial encanto, y cuando uno en sus diferentes andanzas y lecturas, en sus viajes y recuerdos, escucha la leyenda de algún desconocido como es aquí el caso, siente a veces como si algo adentro se le encendiera. Acaso los seres humanos en realidad pertenecemos a los caminos, somos habitantes de incontables senderos. Y construimos ciudades y aldeas sólo para establecer puntos de reposo entre una caminata y otra, entre unos andares y otros. Y así además, las historias que se nos cuentan, son como otros modos de caminar : caminar con la imaginación, con la mente, en tanto esperamos que el sueño nos alcance y empecemos un nuevo día.
Recuerdo que en esta plaza, hermosa y cuidada, muy limpia y con un cierto aire de misterio, recordé otra plaza también muy singular : la de Amberes, donde habita otra historia muy digna de ser contada. Si en Bratislava era un soldado de las tropas de Napoleón que se queda ya varado en el camino porque un amor le retiene, en la Plaza Central de la gran ciudad belga, era un centurión romano quien protagonizaba la leyenda de rigor : cansado de los abusos de un gigante que obligaba a pagar dinero a todo el que cruzara el río Escalda, un día le cortó la mano de un tajo y la arrojó al río, poniendo así final a sus hábitos intolerables. Y poniendo también así nombre a la ciudad, pues Amberes es Ant Twerpen, esto es, «La Mano Arrojada».
En ambos casos los ciudadanos de estas ciudades han recogido las respectivas leyendas y las han plasmado en figuras, como la de este «soldado desconocido», – tan desconocido como a la vez famoso – , o como la del héroe que arroja al Escalda la mano ambiciosa del gigante abusón. Y con las leyendas caminan las generaciones de ciudadanos y de viajeros, que van llevando, siglo tras siglo, de acá para allá, las historias que una y otra vez renacen en nuestras maneras de imaginar lo que se nos cuenta, sin atender ni a lo verosímil (o no) de lo narrado, sino tan sólo a eso que podemos llamar, de un modo muy genérico, «poesía de los cuentos y leyendas». ¿Cabe mejor modo de viajar en los viajes que escuchar a veces las historias de las ciudades, los mitos de sus moradores? Lo dudo.