En una cavidad natural, ya se trate de grandes cuevas o de pequeños abrigos, «cualquier cosa» que, 1º), tengamos la certeza que procede de la acción humana; 2º), que tiene una muy notable y determinada antigüedad; y 3º), que puede obedecer a un cierto propósito, (aun cuando ignoremos tanto la fecha exacta como el propósito o la intencionalidad de dicha «cosa»), cualquier cosa con esos requisitos, es importante.
Desde luego la constatación de que estamos ante el resultado de actos humanos, y de que tales seres humanos pertenecen a un muy lejano pasado histórico, es algo clave. Y dado que podemos estar ante algo que sobre ser importante no ha sido aún estudiado, – ya sea porque no se ha reparado en ese algo, o ya porque quien lo ha percibido no ha llegado a darle importancia -, darlo a conocer cobra entonces pleno y cabal sentido, con lo que no es sólo importante, sino que va más allá : es cosa plena de sentido, cosa que pertenece a la humana sensatez.
Desde el mismo momento en que podamos dar suficiente fe de que estos requisitos se cumplen, ya estamos ante algo que no debemos dejar pasar sin más, limitándonos a esperar a que, si aquello que vemos y captamos, aquello que aún no entendemos, llegue a ser descubierto por alguien que tenga la suficiente formación y experiencia, y desde luego, conocimientos de la materia en cuestión : tenemos pues que pasar a dar cuenta de lo que vemos y pensamos sobre lo visto por nosotros, aunque aún no del todo lo entendamos.
Hago todas estas reflexiones porque entrar a hablar de materias que, aunque uno haya estudiado en su día en aulas universitarias, son sin embargo asuntos que no constituyen lo que llamaríamos «materia de profesión por uno mismo asumida», y eso es cosa que puede parecer a muchos un atrevimiento, cuando menos : de ahí mi presunta osadía. Sin embargo, pensemos : ¿cómo se inicia el estudio de lo que llamamos «arqueología»? ¿Cuándo y cómo se inicia el conocimiento por el hombre contemporáneo de las cosas y el arte y los útiles…, etc., de la prehistoria? Por sólo hacernos un par de preguntas.
Es obligación nuestra, – a mi modo de ver – , el dar cuenta de las cosas que estén en nuestro conocimiento y que puede que, por las razones que fueren, aún no sean conocidas por las personas idóneas para entenderlas. Eso es lo que voy a tratar de hacer en este breve texto : dar a conocer estos que llamo «puntos rojos». Al llamarlos «puntos rojos» sigo un camino ya abierto por un reciente libro sobre cuestiones que atañen al más lejano pasado de la humanidad. Al menos, camino ya abierto ante mi personal conocimiento de estas cuestiones. Y entro ya en materia más de lleno :
La imagen que ven arriba es la fotografía que hice de un saliente en una pared de una Cueva. Se trata de un saliente de considerables dimensiones, que no llega a estar suelto o desligado de la pared de la gruta, sino que, junto con otras anfractuosidades, compone esa «sinfonía de rocas», calizas de una cavidad de formación marina y, como exclamara en su día don Alfonso Canales, visitando la Cueva con mi padre, calizas que «¡parecen un museo natural de arte abstracto!» Algunas veces eso sugieren : arte abstracto; otras, incluso surrealista; y otras veces, en fin, plenas de un realismo que asombra : ¡hasta hay formas rocosas que parecen extraños rostros humanos!
Lo que ahora nos llama la atención son los puntos rojos que hay sobre esa gran roca saliente del muro. Son más de dos, pero están dispuestas como en una extraña forma de ordenación por pares, aunque no sean del todo parejas de puntos rojos iguales : hay desemejanzas entre dichos puntos, y eso es cosa que veremos en otra toma de imagen de la misma roca.
De todo este tema en concreto pienso ir desgranando algunas de las cosas que puede el lector encontrar en el estudio (a mi juicio, innovador) de G. von Petzinger, así como las que en mis propias observaciones en la propia Cueva constituyen lo que considero un tema de sumo interés y, desde luego, insoslayable a estas alturas : ya que los estudios más recientes nos están invitando a revisar algunas ideas acerca del pasado de la humanidad. Por sólo citar algún nombre : Robert Foley («Humans before humanity», 1995. hay traducción a nuestra lengua de Isabel Merino, en 1997) y Brian Fagan («Cro-Magnon. How the Ice Age Gave Birth to the First Modern Humans» Bloomsbury Press. Hay traducción al español por Alcira Bixio, Editorial Gedisa, 2011).
Como se trata de un tema tan interesante como complejo, ya que en el fondo lo que se busca es responder a una pregunta tan simple en apariencia como fundamental en realidad. Es la pregunta que se formula la autora del estudio que ahora tomo como referencia bibliográfica para acercarme a una cierta comprensión de las «cosas extrañas» que observo en esta cueva, algunas son cosas ya estudiadas y otras, (aún) ni nombradas, que yo sepa. La pregunta es : «When did we become us?» y se encuentra en las páginas 15 a 16 del libro de Genevieve von Petzinger, «The First Signs. Unlocking the Mysteries of the World´s Oldest Symbols», New York, 2016. Manejo la primera edición en ATRIA Paperback, March, 2017. Esperemos que no tarde una traducción a nuestra lengua de este estudio.
A lo largo de esta semana, con más detenimiento que en estos momentos, daré más datos tanto del libro de Genevieve von Petzinger como de algunas de las cosas que, vistas y documentadas en la gruta que suelo visitar, estimo son de suficiente importancia para que se les preste atención. Gracias.
Nota.-
Que tanto Alfonso Canales como mi propio padre, a quienes nombro en este texto de hoy, descanse en Paz. Laus Deo!
Creo que estos puntos rojos, al estar en una parte de la Cueva que «no es cualquier parte», sino que se liga con otra notable serie de curiosos fenómenos, unos de la acción de la naturaleza y otros debidos a la actividad intencional humana, adquieren un sentido significativo notable : pudieran ser «marcas» indicativas de que se estaba en una zona especial de la cueva. Pudiera ser eso, o ¡quién sabe qué!
Elucubraciones sobre esta cuestión no nos faltarán, y que sea el buen juicio de cada lector lo que dé a tales elucubraciones su cabal papel.
Por lo pronto, algo que podemos pensar sin mayores problemas : si un punto, en nuestro caso, rojo, equivale a una marca, ¿vale también como unidad? Quiero decir con esto que si eso implica que hay ya noción numérica en quienes marcaban esos puntos.
Y que sean rojos no debe ser cosa extraña : no sólo por la simbología positiva del color rojo ( : sangre, vida ) sino porque es un color más visible a la luz de las antorchas. Desde luego, que hombres de hace unos 30 ó 40 mil años marcaran las rocas con puntos de color y los dispusieran en pares o en otros tipos de formaciones, ya en sí es un notable tema para pensar en ello y tratar de encontrar respuesta a la pregunta de : ¿qué podrían significar?
El cuidado que se debe observar con estas cuevas es muy importante. Son como «museos naturales», y contienen restos de nuestro pasado que si se destruye es como sí rompiéramos parte de nuestra historia.
En venideros comentarios daré cuenta y razón de algunas de las cuestiones que, estudiadas inicialmente por D. Lewis Williams, y más recientemente por G. Von Petzinger, podemos ver ahí en esos «rincones» de esta notable gruta.