Un cuadro que califiquemos, pongo por caso, de simbolista, puede ser a la vez «algo naïf» (o infantil «fuera de tiempo» : cuando algo que hacemos hoy, con el tiempo adquiere tintes infantiles. Eso he querido decir). Odilon Redon, autor de ese «Cíclope», nació en 1840 en Burdeos. El cuadro se pintó hacia 1898 Adscribirlo a una corriente u otra, es tarea que aquí no se aborda : en la Historia del Arte podrán leer ustedes para casi todos los gustos. Él tenía bastante claro lo que hacía y, por ejemplo, así se auto-describe :
«Toda mi originalidad consiste en dar vida, de una manera humana, a seres inverosímiles y hacerlos vivir según ls leyes de los verosímil, poniendo dentro de los posible, la lógica de lo visible al servicio de lo invisible.»
Tengo ahora a la vista un breve escrito de Henri Corbin, sobre lo que llama «la imaginación creadora». H. Corbin aplica dicho concepto a la obra de Ibn Arabì, y nos dice que la imaginación tiene una gran importancia en determinados «momentos» ( como el que conocemos con el nombre de Romanticismo) y se convierte en un «elemento mágico y mediador entre el pensamiento y el ser», de acuerdo con sus palabras, que acabo de reproducir.
En este campo, al que no hemos hecho nada más que asomarnos or una rendija, hay mucho que decir y poner en cuestión. Vean ustedes, si no, es texto de Kant que se titula «Sueños de un visionario, comentados por los sueños de la metafísica». Es un ataque muy duro a las visiones de Manuel Swedenborg, un sueco visionario y cercano a los místicos ( en mi modo de ver las cosas) que Kant no logró entender. Y como no se ajustaba a los principios de su racionalismo, lo atacó duramente.
Los dos tocayos (ambos se llaman Manuel, tanto Kant como el científico y visionario sueco, Swedenborg) eran ejemplos de lo que podemos ser los seres humanos cuando nos situamos unos en las antípodas de los otros. El científico e ingeniero nacido en Suecia era muy respetado por su trayectoria como tal, en el campo de la ciencia y la ingeniería, pero sus escritos y relatos «visionarios» que tanto iban a impresionar en su tiempo (y a partir de entonces también), molestaban a al filósofo racionalista que era Kant. Y ahí surge el conflicto, del que, a nuestro entender, sólo es Kant quien no sale bien parado.
Pero esto es otra historia, aunque no dejaré de dar aquí un link : busquen en la Red «Kant contra Swedenborg : sueños de un racionalista.», por Máximo Lameiro. Pero sobre todo : lean algo de Swedenborg, y de paso también lo que sobre este extraordinario hombre del pasado cercano a nosotros escribió J. L. Borges.
Ahí arriba tenemos un cuadro donde vemos dos aspectos que, si los consideramos en una visión amplia y ya desnuda de perjudiciales prejuicios, -si me permiten ese casi juego de sonidos, y casi de palabras-, vemos cómo un ser monstruoso o al menos asimilable a los monstruos, el Cíclope, está contemplando a Galatea, que despreocupada, ¿duerme? desnuda junto a su amor, o al menos su amante, Acis.
Hay otro cuadro, anterior al de Odilon Redon, que se titula «Acis et Galatée se cachant de Polyphème» ( : «Acis y Galatea se esconden de Polifemo»), de 1877. El tema ya había sido tratado por Ovidio, en su magnífico latín clásico, y luego por don Luis de Góngora en un fantástico poema; y en el siglo XIX se retoma por los pintores y músicos y cobra de nuevo auge. ¿Por qué? ¿Se trata sólo de reiteraciones, más o menos «académicas» de pintores, reiteraciones de un tema clásico?
Esta pregunta, que muchos podrían responder con datos y más datos, no la hacemos gratuitamente : el porqué que nosotros buscamos no es «historicista», ni estrictamente literario. Es una pregunta que trata de apuntar directamente al corazón del espíritu de la sociedad moderna, la que se inicia en el siglo XV y XVI y ya da luego lugar a todo el derrotero que nos ha llevado justo a este lugar que ahora ocupamos : un feroz choque de mentalidades, de ideologías, de estados de «aculturación» frente a otros de «culturas neofágicas», esto es, «devoradoras de última generación», y de cuyos móviles ahora no tratamos. Y cuando digo «móviles» no me refiero a los smartphones, sino a las motivaciones de fondo.
Sobre estas cosas quiero decir algunas más, entre otras, por qué escribir como título de este texto «Cultura versus Cuchillos». Bueno, para empezar, las dos palabras son hermanas de madre : Kult- : da de sí «culto», «cultor» ( en «agricultor» : el que ara el campo, donde el arado es KULT y campo es AGRI) y de «cultellu», sale la palabra «cuchillo». Kultellu es un diminutivo de Kult-or. Seguiremos con estas cosas, pero por ahora, sepamos bien que este mundo, de una y mil maneras, sigue en guerra. Básicamente, consigo mismo.
No pasemos por alto la expresión como «aniñada», de niño inocente, del Cíclope (Polifemo). A veces las caras no son espejos del alma : porque o el alma está en otros limbos, o porque la cara esconde su expresión interior : la que no se ve, o sólo se puede intuir.
Que nuestra cultura se mueve por razones básicamente económicas, hoy por hoy es incontestable. Creo. Pero que en un cierto trasfondo podemos intuir que se llegarán a fraguar nuevos modos de ver y entender, (y por ende «tratarse con…»), el mundo, es algo que no dudo.
Porque, o cambiamos los modos de plantear las cosas, o lo que nos espera en unos muy pocos cientos de años son sólo catástrofes. Así que ¡ojo con irse al ártico y por amor de sacar petróleo, cargarse lo que nos queda del ártico!
Una de las más grandes «misiones» (tal vez mejor sería decir «tareas») del lenguaje es dar cuerpo, (hacer visibles), a las cosas que no lo tienen, que sólo son «ideaciones».
¿Cómo podemos representar cosas sólo imaginables, dar visibilidad a lo invisible? Pues a través del símbolo, idearon siglos atrás muchos grandes hombres.
Uno de los más grandes en este sentido : Emmanuel Swedenborg.
El lenguaje no sólo nos permite nombrar lo que vemos o incluso sólo imaginamos, el lenguaje también sirve para crear mundos que sólo existen en ese ámbito : el de las palabras.
Desde el «Preferiría no hacerlo» de Bartleby hasta «Con la iglesia hemos topado», de don Quijote, o el «Introibo ad altare Dei» de la misa (o del inicio del Ulisses de Joyce), ¿no hay mundos enteros como viviendo en el «aire de nuestros pensares»?