El Valle de Neander – que está al este de Düsseldorf y es un tramo del río Düssel -, se hizo universalmente famoso porque en él se encontró un fósil del pleistoceno que resultó ser el primer homo neanderthalensis. Esa palabra significa literalmente «hombre del valle del Neander», habida cuenta de que la palabra alemana Tal significa «valle».
Pero el «hombre del valle del río Neander», alcanza su máxima difusión entre los estudiosos de los temas paleo-antropológicos y los que atañen a las posibles conexiones entre neanderthales, cromañones y sapiens, todos ellos «homo», cuando surgen las divergencias entre los que establecen una línea divisoria muy estricta entre el llamado «homo sapiens» (esto es, nosotros en nuestros ancestros más directos) y los otros tipos, el de la cueva francesa de la que nace el nombre de Cromañón, y el de los del valle del Neander.
Estas divergencias entre los especialistas se difuminan un tanto cuando leemos algunas de las cosas que escribe, con absoluto fundamento, la doctora Ina Wunn en su obra «Las religiones en la prehistoria», cosas como las que reproduzco :
«Según Maringer, de los informes de los descubridores de hallazgos, se desprende sin duda alguna que el hombre primitivo creía en una vida más allá de la muerte.» (pág. 118).
Y más adelante, en la página 119, leemos :
«No sólo se consideraba seguro que los neanderthales enterraran a sus muertos; de los detalles de esos enterramientos se creía poder sacar amplias conclusiones sobre las ideas mágico-religiosas vinculadas a ellos».
Y un poco más :
«Algunos arqueólogos también parten hasta hoy de la base de que, desde el Paleolítico Medio, no sólo está demostrado que haya enterramientos sencillos, sino también testimonios de un tratamiento ritual de los muertos.»
Estas cosas son de sumo interés, lo que nos pueden decir sobre nuestro más lejano pasado son cosas de extraordinaria importancia. Por ejemplo, – y con ello sólo apuntamos a un hecho muy concreto – : esa obra que se considera «fundacional» de la Literatura Universal, y que conocemos con el nombre de «Poema de Gilgamesh», y que se halló en tablillas de barro, de la antigua Mesopotamia, tablillas con textos en caracteres cuneiformes de hará algo más de 5.000 años («before present»), pero antes de la cual muchos suelen creer que no hay nada literario, esa obra necesariamente tuvo que estar precedida de otras varias obras, dada la notable perfección que en sí muestra el Gilgamesh. Y digo «el Gilgamesh» como podría decir «el Quijote».
Pero ahora, y con vistas a lo que se va a desarrollar en textos sucesivos, a lo que vamos es a ese sueño que somos. Veamos algunas de las cosas que dicen autores y hombres de conocimientos solventes. En un libro que titula «Le Rêve éveillé» León Daudet nos dice que en el hombre normal los sueños están de manera casi constante. Incluso cuando no duerme. Y René Descartes dijo : «Sólo reflexiono tres horas al día, el resto del tiempo, sueño.»
Montaigne ya se había preguntado si nuestro pensamiento, lo que en lo que llamamos «la vigilia», no es nada más que otro modo de sueño. Y para Pascal no hay ninguna diferencia de naturaleza entre la vida del espíritu mientras sueña y la actividad de pensar. Y de C. G. Jung, tal vez la máxima autoridad en la materia de la naturaleza del llamado «inconsciente», escribe esto : «Puede demostrarse que el inconsciente teje. constantemente, un vasto sueño que, imperturbable, sigue su camino por debajo de la consciencia, emergiendo por la noche en los sueños, y a veces durante el día.»
No voy a seguir añadiendo citas. El comandante Cousteau ya llegó a decir que somos «agua de mar organizada», y del mismo modo, el pensamiento es un modo de sueño, a su manera, también organizado. Y ese sueño que somos es lo que, al con-formar pasiones, ya sea por el conocimiento del pasado, por los actos en sí del presente, por el arte o por el cine o por la mejor comprensión de los seres que nos rodean, por las plantas, por los cielos o por lo que sea, ese sueño que somos es lo que nos habita y nos perpetúa. Y se pregunta uno si no será que…, ¿y si hasta lo que llamamos Tiempo no es también una manera de Sueño?
El libro «La revolución del sueño» de Pierre Fluchaire, que se publicó en 1992, junto con el libro de la doctora Ina Wunn, cuya portada aparece al principio de este texto que ahora publicamos con el título ya visto ( : Ese sueño que somos ) así como una serie de reflexiones sobre sueños tenidos mientras dormía, y sobre otros sueños de otras personas que mucho me han enseñado sobre este fantástico «misterio aparente» de la vida, eso y lo que quiera que sea que ahora no sé decir, es lo que me ha movido a escribir lo que en realidad deberían de ser dos textos diferentes : el de la primera parte, sobre el hombre del valle del Neander, y el de la segunda parte, las cosas que suscitan ese especial estado de nuestras vidas que son los sueños.
¿Por qué los doy unidos ambos temas? Por esto : creo que fuimos homínidos, y fuimos neanderthales, y fuimos cromañones, y fuimos homosapiens (permitan que lo escriba todo seguido : sapiens son todos los seres vivos, cada uno a su modo y manera. Un perro, un gato, un gorrión, etc., son seres sapiens.
Soy consciente de ello : estas cuestiones, las de las diosas -piedras o dioses – nombres, las de los ancestros y sus avatares, las de sus creencias y todo cuanto suponemos que podían pensar, está aún muy lejos de nuestro cabal y entero saber. Y lo seguirá estando en tanto no seamos capaces de «soñarlos».
Cuando digo que hay que soñar lo que se quiere conocer no estoy tratando de elaborar una metáfora. Hablo de un voluntario y consciente acto donde a la vez que vemos el camino lo vamos recorriendo y soñando. Cuanto hagamos «fuera del sueño» será sólo un sueño «vacío»…
Comienzo a entender un sueño que tuve donde veía a don J. G. dar y dar vueltas en torno al betilo – Noctiluca. Su expresión, en absoluto dolorida o de fastidio, indicaba que más que sufrir un castigo estaba mostrando un camino.
Que se acepte o no la identidad total entre los hombres cromañones descubiertos en una cueva francesa y los otros tipos de sapiens (los cromañones eran plenamente «sapiens») es una mera cuestión terminológica: en estas ciencias los usos de tales o cuales términos y sus usos (y posteriores desusos) no alteran las realidades de los hechos, a mi modo de ver.