La ciudad no deja la alegría, a pesar de que no haya muchos motivos. La gente se aglomera por la calle Larios y aquí parece que no sucediera nada grave
Un visitante, profesor emérito de psicología, que ha estado de paso por aquí se asombraba, al pasear por el centro de la ciudad, de no sentir ni ver por ningún sitio la crisis que decimos padecer. El puerto a rebosar de paseantes y algarabía. Los museos con cola para visitar las itinerantes. Las calles peatonales cumpliendo su cometido. Los comercios, restaurantes y bares en el alboroto propio del mediodía de caña y conversación. ¿Crisis, qué crisis?, recordaba citando en inglés aquel título del ya icónico disco de Supertramp.
Pero la ciudad esconde sus cuitas. La procesión va por dentro. La escasez de recursos va minando esa aparente calidad de vida que un visitador desprevenido pueda celebrar a simple vista. Ahí están, como elefantes soñolientos, los grandes proyectos detenidos o reconvertidos a la baja. El Metro que no termina de llegar, con su proyección hacia el Este guardada en un cajón. El Astoria durmiendo su prolongada siesta. Las ambiciones de la Casa de Picasso, recogida en su esquina del tiempo. El Puerto plagado de comercios temblando a la espera del discutido mercado de lujo, y con los turistas-navegantes sin escalas. La rehabilitación del Centro histórico viendo pasar otro siglo. La catedral con goteras. Los empleados públicos en sus puestos con los bolsillos saqueados. Las calles sucias y peor pueden ponerse si en la empresa de las escobas no llegan a un acuerdo, que es el mismo que en todas partes: bajar los salarios. Una smart city plagada de alegría escenográfica.
Los proyectos, que se publicaban en pomposas ruedas de prensa, han dejado paso a amagos de arreglos, a parches para tapar la falta de presupuestos. Ya nada es ni será como antes. Sin embargo, hay pistas para el optimismo. Vienen más turistas que nunca, pero el sector no emplea a más personas. Se atiende con los que hay, la calidad baja su nivel. Crear un puesto de trabajo es tarea difícil. Los niveles de desempleo siguen por las nubes. Los augurios dicen que poco cambiarán. En estas tierras de olivos y aceite milenarios, vamos ganando esa carrera. Más parados que en parte alguna y en niveles de pobreza aguda, un 40 por ciento de la población, y eso es mucha, demasiada gente. Desde la administración estiran los dineros para 2014, pero no se ve que vayan a cerrar ni uno de los chiringuitos que pululan por esta Andalucía, donde el sol aún es gratis.
Desde Madrid piden más sacrificio. Hay que seguir adelgazando, abriéndole agujeros al cinturón de esta pobre Comunidad, que de autónoma sólo tiene el apellido. Esta globalización de la economía, de los mercados mundiales, es el verdadero primer poder, el único que manda y gobierna. El mundo estuvo tembloroso mientras la economía pública americana se detuvo durante un par de semanas. Fue la verdadera amenaza fantasma. Hasta el último minuto los inversionistas estuvieron rezando para que republicanos y el gobierno de Barack Obama se pusieran de acuerdo. La sangría no llegó a las bolsas. La española goza de una buena salud sorprendente. Y uno de los popes de la banca proclama alborozado que está llegado el dinero fresco de todas partes, claro a su banco donde queda represado. La macro economía no entiende de las cuentas del personal de a pie.
Las estadísticas son tozudas. Las cifras que asoman son alarmantes. Su análisis da una perspectiva sombría. Los signos de recuperación son halagüeños para la gran inversión, pero el ciudadano de a pie sigue contando las monedas que le faltan para llegar a fin de mes. Lo cierto es que mientras aquí no se cree empleo la crisis no se va a acabar. La semana pasada varias empresas privadas, algunas con marcas de toda la vida, como suele decirse, han avisado de que pueden quebrar, una cascada de cierres, de gente a la calle. Esto va camino de ser una pesadilla inacabable. Lo único que mantiene en pie ese río de optimismo callejero, que apreció el visitante por el animado centro malagueño, es una poderosa economía sumergida, que mantiene a flote el barco. Tal vez por eso Málaga todavía es una fiesta, una smart city a la moda.
Y el alcalde Francisco de la Torre, que tiene un morro como el de Levante, está en Corea y después va a Japón. Pa cagarse.