En dos décadas se ha hecho mucho. Ya era hora. Aún quedan espacios desaprovechados, cicatrices urbanas, calles por barrer, ‘verde que te quiero verde’
Carlos Pérez Ariza
Esta ciudad amable, que presume de ser ‘primera en el peligro de la libertad’, y lo es; tiene una deuda con sus ciudadanos. Sufre de escasez de zonas verdes en la periferia. Un parque, llamado ‘Benítez’, espera por su rehabilitación. Como vivimos entre las pinzas de las administraciones, el césped se seca y los árboles se lamentan, mientras en los despachos de aquí y de Sevilla, el papeleo juega al escondite. Una montaña urbana, coronada por un castillo del pasado árabe, sigue asombrada el transcurso de los tiempos, para que la conviertan en un entorno amable para el paseo, la merienda campestre, el solaz de los niños excursionista, sin ir más lejos. Los carriles bici, que han ganado espacio más tarde que en otras ciudades europeas, sigue sin completarse en un esperar donde las dos ruedas se detienen. Urbanismo, que traza rutas, permisos e impuestos, es una casa de lentitud exasperante. Es cierto, que desde el gobierno autonómico tampoco es que se den prisas por las cosas de Málaga, donde gobierna su oposición. Y hay edificios, el Astoria, reino de ratas, donde sigue en pie la desidia, la indecisión, la falta de ideas para una ciudad, donde todo equipamiento cultural se echa en falta.
Otro tema, enquistado en la administración local, es el de la limpieza de la ciudad. ‘Málaga está sucia’, no es un eslogan arrojadizo. Basta dar una caminata breve por las calles de cualquier barrio, El Palo, por tenerlo más cerca, y se ve que por algunas de sus arterias no ha pasado una escoba, ni una manguera desde que se empezó a escribir la historia de Málaga. Exageración periodística aparte. El principal problema de la ciudad, capital de la Costa del Sol, la que inventó el turismo europeo en los cincuenta, es que es una metrópolis sucia. La discusión de si la empresa que maneja el asunto, Limasa, es privada/municipal o sea pública a secas, no aclara que se vaya a resolver la limpieza, y por arte de magia Málaga amanecerá limpia de basura por sus calles.
Es raro que la oposición no haya planteado un plan de mejoras y soluciones para convertir a esta capital de provincia en una ciudad del siglo XXI. Sólo se apuntan como bandera esa conversión de privada a pública, pero no aclaran la suciedad. Y eso que el propio alcalde ha tomado como suya la municipalización de Limasa. El esquema administrativo no resuelve por sí mismo el tema nuclear. Mucha diatriba consistorial, pero esto sigue sin limpiar. Una de las claves, además de una reorganización de los servicios de dicha empresa, es el cambio de carácter de los ciudadanos en relación a su responsabilidad de no ensuciar. Siempre es más barato no hacerlo, que tener que limpiar. Ni un ejército de operarios y máquinas quita basura serían capaces de dejar lustrosa a la ciudad. Los malagueños la embadurnan más rápido que tales esfuerzos.
Los acontecimientos urbanos de este vértigo cibernético aceleran los males, mientras inventan nuevas alternativas de ocupación. La avalancha de turistas es un ejemplo. El Centro Histórico, donde se concentran los monumentos a visitar, se ha convertido en una versión posmoderna de Parque temático, donde se hospedan, en apartamentos acoplados, esos turistas pasajeros de aluvión. Han desalojado a los habitantes usuales. Han convertido a esa almendra urbana en un trasiego diurno y, sobre todo, nocturno de ‘Málaga era una fiesta’, barata, cálida, una juerga interminable. La idea de peatonalizar ese centro, que lleva en efecto casi veinte años, lo ha embellecido, lo ha liberado del gas maligno de los automóviles. Pero, como casi todo en la vida, ha abierto la veda a la invasión de las mesas en terrazas robadas a los peatones, que cada día reclaman más espacio para ver pasar la vida sentados. Y en eso tiene mucho que ver el incremento de los turistas que allí consumen. Un germen difícil de tratar. Molestan, pero gastan y de eso vive mayormente esta ciudad, al igual que Andalucía y España en general.
El río, Guadalmedina, el que atraviesa y rompe en dos a la ciudad, cuyo nombre recuerda a nuestro pasado árabe, es la gran cicatriz que aún supura. Como una solución de desagüe del embalse superior, sigue esperando por una adecuación al entorno urbano que ha desbordado su cauce. La solución pasa por resolver el drenaje de dicha represa, de manera que el lecho del río ciudadano puede ser convertido en un paseo actualizado. Eso lleva esperando casi tres décadas. Un desvarío del sistema, tras los informes técnicos, que encuentra difícil un consenso político que nunca llega.
Como en toda actuación pendiente, estas que comentamos, no están aisladas. En Málaga, que lleva tres mil años en pie, basta con clavar un pilar, una estaca y puede romper un yacimiento arqueológico. Fenicio, romano, árabe. Eso, y el Metro eterno es un ejemplo, ralentiza, dificulta cualquier actuación urbana. Sin que tal realidad sirva de excusa, las cosas tienen un límite en las discusiones entre administraciones. Convertir el ‘Benítez’ en un parque público, donde hay escasez de esos espacios. Adecuar el monte Gibralfaro en un entorno urbano verde. Completar el carril bici. No requiere de mayores estudios arqueológicos. La espera desespera.