Sánchez aprueba Quebec

25 Sep
Trudeau de azul a la moda y Sánchez internacional. Estos jóvenes presidentes se entienden en CETA y en torno a los secesionistas

 

Dejando atrás por unos días la pesadilla de gobernar, Sánchez se ha ido a América. La agenda oficial es profusa. En Canadá cursa sobre Cataluña

Aunque al leer esto, Pedro Sánchez ya habrá pasado por el otoño canadiense, con la mirada puesta en aquel Quebec secesionista que no puedo ser, un documento oficial del gobierno de Canadá expone los puntos a tratar en esa visita fugaz. No parece un viaje oportuno, tanto por la situación dentro de este reino de titulares agitados, como por las diferencias que ha tenido el presidente parlamentario español en relación al Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA) entre Canadá y la Unión Europea. Sánchez ha manifestado su desacuerdo, aunque en Toronto acaba de alabarlo, siguiendo la máxima leninista de dos pasos adelante y uno atrás. Tal alianza tiene como objetivo general incrementar en 23% el comercio bilateral, eliminando aranceles y ofreciendo mejores garantías a las empresas sobre sus inversiones en ambos territorios. El Tratado está vigente desde febrero de 2017, cuando fue validado por el Parlamento UE. CETA es el mejor acuerdo económico bilateral que ha negociado hasta ahora la UE. Coloca a Europa como el segundo mayor socio comercial de Canadá. Crea un área de negocios con unos 550 millones de consumidores. Se estima unos 26.000 millones/€ en intercambios y un incremento del PIB/UE de 12.000 millones€/año. Las reticencias de Sánchez, parecen haberse disipado en Canadá. España no podía estar ausente de tal acuerdo.

Plagios arriba o abajo, que es el menor problema de España, la gira por Canadá y EEUU tiene otros significados. Según la comunicación oficial del gobierno canadiense, la agenda allí es la siguiente: 1) Reunión Justin Trudeau-Pedro Sánchez 23/9, Montreal, en el marco del Foro convocado por la Fundación Europea de Estudios Progresistas. Ambos mandatarios se enmarcan en el socialismo democrático, hasta que no se pruebe lo contrario. 2) El tema del acuerdo CETA, ya reseñado arriba, que Canadá defiende, y ahora Sánchez asume. 3) Los asuntos de seguridad internacional. La ‘agenda oculta’ es el tema de la secesión catalana. Los canadienses tienen la experiencia del espinoso asunto de Quebec, que pudieron resolver y que en la actualidad reposa en paz.

Estos jóvenes mandatarios, que ya se vieron por primera vez hace tres meses en la cumbre de la OTAN en Bruselas, están unidos más allá de sus similares posiciones ideológicas, por los acuerdos bilaterales que los Estados crean a largo plazo. España y Canadá son miembros activos en las llamadas ‘operaciones de paz’, en la lucha contra el Daesh en Irak. Caminan en el sendero de sociedades diversas e inclusivas. Su relación comercial es creciente. Algunos datos de la fuente gubernamental canadiense lo indican: En 2017, Canadá exportó a España 1.600 millones de dólares canadienses; importó de España 2,8 mil millones/$. Para el mismo año, Canadá invirtió en España 6,4 mil millones/$, España en Canadá, 5,8 mil millones/$. Parece que esa balanza preconiza unos ‘amigos para siempre’. Buenos negocios entre ambas orillas.

Una vez cruzado el océano, la agenda de Sánchez se extiende hasta el 29 de septiembre. A su regreso, el reino estará en el mismo lugar político que lo dejó, con varios globos sonda flotando en el aire. El más gordo es ese toque a la Justicia para aligerar la prisión a los políticos detenidos por saltarse la Constitución. Tras su intervención en la 73 Asamblea de la ONU, cruzará plática con varios de los presidentes reunidos a la sombra del edificio internacional, incluido Donald Trump. Estará presente en la Cumbre contra el cambio climático, que han convocado el presidente de Francia, Emmanuel Macron y el exalcalde de NY, Michael Bloomberg. No olvidará hablar ante la prensa. Si le queda energía, se llegará a la lejana California del Silicon Valley.

La ocasión es propicia para recomponer las relaciones bilaterales con Cuba. En Nueva York van a estrecharse las manos, Miguel Díaz-Canel (nuevo presidente de Cuba, sin el apellido Castro) y Sánchez. Desde 1986, no pisa tierra cubana un mandatario español. José María Aznar sí fue en 1999 a la Cumbre Iberoamericana de La Habana, porque no le quedó otra. Tras la apertura EEUU/Cuba bajo la égida Barack Obama, sólo François Hollande, Mateo Renzi y Marcelo Rebelo de Sousa les visitaron por Europa. España estuvo ausente en todo momento. En los mentideros de La Moncloa se habla, es un pensar a boca abierta, que el jefe del Estado y rey Felipe VI, podría ir en 2019, en el aniversario de los 500 años de la fundación de La Habana (sería la primera visita de un monarca español en toda la Historia).

Todo indica que el gobierno de Sánchez quiere recuperar el tiempo perdido con Cuba y reiniciar el programa de intercambio comercial, que ha estado en vía muerta. Lo que ahora está detenido por la administración estadounidense es la apertura que inició Obama. Todo aporte financiero o comercial a Cuba fortalece a ese régimen, alejado de la democracia formal occidental por más de medio siglo. Sánchez da un paso en la senda de ayudar con dinero primero. La democracia puede esperar. Cierta izquierda europea sigue fascinada por la dictadura cubana, que sumió a la isla en la miseria, llevándose por delante a su codiciada Venezuela.

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