En un escenario del próximo futuro, año 2020, la ciudad tiene un aspecto de urbe detenida en el tiempo. La crónica podría ser como sigue.
El Metro organiza visitas guiadas a sus túneles en ruinas. El Thyssen subasta sus cuadros. El edificio de los cines es un refugio de okupas. La Diputación ha cerrado sus puertas y en el Ayuntamiento sólo quedan tres concejales. Las colas en los comedores de caridad, le dan la vuelta a la manzana cada mañana, cada día, cada noche. La Tabacalera es un antro de trileros y casa de citas ocasionales. El Parque y la Alameda presentan un aspecto de abandono ecológico. El río apesta y sus aguas estancadas son un criadero de alimañas y mosquitos asesinos. Las playas de la ciudad son un hervidero de natas flotantes, que hacen impracticable el baño. Todo lo que se inició está paralizado. Lo que no, se cae a pedazos.
Como en un escenario orwelliano, la falta de recursos ha convertido a Málaga en una capital de la Costa del Sol extinguido. Los vecinos se agrupan en los parques y las plazas, con las miradas perdidas en las hogueras nocturnas. Sin trabajo, con escasa comida y sin que nadie les guie, parecen haber admitido un destino terminal. Los colegios e institutos han ido cerrando sus puertas a los niños y jóvenes, que deambulan por las calles en bicicletas desvencijadas o dándole patadas a balones de trapos. Juegan para olvidar o pedalean sin rumbo fijo para matar el tiempo. La Universidad ha ido cerrando carreras, al no seguir recibiendo el dinero de la Junta de Andalucía. El presente se ha apretado tanto, que el cinturón ya no soporta un agujero más. Es increíble el aguante de las personas, siguen sobreviviendo en un letargo acompasado por la esperanza de un milagro, de que suceda algo, no saben bien qué.
Los políticos que quedan en pie, ya no dan declaraciones a la prensa, ni aparecen en las fechas señaladas, ni recorren los barrios deplorables. Se mantienen en la penumbra de sus despachos, donde ya no llega la luz eléctrica. En realidad ya no hay periódicos locales, todos han cerrado. Los que mantienen cuentas en las redes de Internet, se comunican sobre las cosas que escuchan, lo que ven, lo que dicen otros; nada es cierto, reina el rumor; la pesadilla de las noticias, que pueden ser verdad, pero no haber sucedido. No obstante, los Bancos siguen en pie; no todos, pero ninguno tiene dinero para prestarlo. Nadie sabe para qué sirven entonces. Esto parece un movimiento telúrico interno, que no se siente, nada tiembla, pero el sistema que mantuvo en pie a esta ciudad se viene abajo día a día.
Las calles, incluso las principales, acumulan la basura que nadie recoge. Fogatas a cada tramo, eliminan los desechos para evitar epidemias. El humo negro y sucio sube por esas chimeneas al aire libre. El cielo esta gris, triste, difuso, incierto. Los chiringuitos de las playas han cerrado, llegaron a tener Wi-Fi, ahora no hay ni espetos; los clientes de bolsillos vacíos no volvieron. Este año, 2020, se dice que no habrá Feria de agosto y la Semana Santa se reducirá a unas plegarias en cada templo, sin tronos, sin procesiones, sin velas, ni algarabía en las calles. Los penitentes rezarán en silencio en sus iglesias. En cuanto a la Feria del verano, aquella fiesta del sur de Europa, quedará suspendida hasta nueva orden, porque, ¿quién iría, con qué dinero? La fiesta se ha acabado en esta Málaga de la alegría y el cachondeo. El fútbol tampoco alegra ya las gradas, la Liga se deshizo por ahora.
Salir a la calle supone un esfuerzo físico, andando o en bicicleta, se ven pocos vehículos privados circulando. Los autobuses urbanos han restringido sus servicios a horas puntuales, pueden tardar en llegar más de una hora a cada parada. Las librerías han cesado, ya nadie compra libros. Los parking municipales se subastan sin éxito y van siendo ocupados por sin los techos. El Museo Picasso cerró y los familiares del pintor malagueño se llevaron toda la colección. La Alcazaba, el Teatro Romano, el Castillo ya no reciben turistas y en el Puerto de cruceros crecen las algas. La calle Larios parece un sendero abandonado.
Seguramente esta crónica no será escrita en el año 2020, pero podría ser que el escenario no estuviera muy lejos de lo que acaban de leer. Aunque la intención no es catastrofista, sí lo es exagerar la ficción para que parezca realidad.