Mario Vargas Llosa tiene hoy martes 12 de octubre un significado aún más destacado. Un español de Perú, que escribe en el idioma que une, más que separa, a dos orillas del mundo. Un ejemplo de unidad de la forma de expresarse de más de 500 millones de hispano hablantes en el mundo, que se identifican en sus escritos, que se entienden en medio del caos de la globalidad circundante. Un Nobel de literatura no por menos esperado más merecido y más justo. Tan es así, que seguidores y detractores le ha felicitado y se han congratulado. Hasta los adversarios políticos lo han abrazado como al hermano español que es. Porque MVLl ha sido y es acicate de la mediocridad política que azota al continente americano, desde la frontera norte hasta las heladas aguas de Magallanes. Porque intentó poner orden en su Perú natal aspirando a la presidencia y lo perdió la verdad, frente a un Fujimori encantador de la mentira. Pero lo han premiado por presidir la república de las letras españolas, que es el reino de todo lo posible. Donde la realidad se torna ficción para hacerla eternidad, donde lo real parece maravilloso y lo inverosímil se cree sin preguntar. Tenemos a un amigo que es Nobel y eso es más que suficiente para volver a sus libros donde reina la armonía de un idioma que es, probablemente, lo único que hoy nos une.
El otro, el de la Paz, es un chino, Liu Xiaobo, un profesor de literatura, que ha escrito y firmado un manifiesto pidiendo libertad de expresión y elecciones libres en su país; poca cosa, pero lo que ha pedido ha sido suficiente para que los gobernantes de la China lo haya condenado a once años de prisión. A punto de cumplir el primer año detenido, lloró al recibir la noticia de su premio de boca de su esposa, ahora también bajo arresto domiciliario e incomunicada sin móvil ni Internet. Su posición le ha valido ser reconocido con un Nobel, que, probablemente, no podrá recoger, a menos que la presión internacional consiga que salga libre. A ambos premiados les une la misma amalgama de los hombres libres: el ansia de libertad.
En España ese problema de la liberad de las personas nos parece extraño, ajeno, tan alejado en la historia reciente, que nos mueve a escándalo cuando leemos lo de Liu Xiaobo y su esposa, también privada de libertad para evitar que puede ser el vocero de su esposo preso. O cuando supimos que Vargas Llosa era un apátrida, porque Fujimori le había quitado el pasaporte y el gobierno español le otorgó la nacionalidad para que pudiera moverse por el mundo libremente. Nos damos cuenta entonces de lo que tenemos, y que para un chino o un cubano o un coreano disidente es un anhelo lejano y peligroso.
Aquí no, porque la libertad para todo se ha instalado a las puertas de las casas. La tenemos para las cosas mayores, como criticar a los gobernantes sin que nos pase nada, ni ellos se den por enterados. Para incumplir las normas, incluso para cumplirlas a medias; fumando donde no se puede o corriendo por la autovía o calle donde no se debe. Teniendo derecho a abortar sin haber cumplido los 18 años; o acceder, sin receta, a la píldora del día después o postcoital, cuyo uso se ha multiplicado por cuatro en un año, según las estadísticas oficiales. O a rezar o no en cualquier religión. A ser elegido para un cargo público y cumplir con él o aprovechar para robar, aunque después te descubran y pagues cárcel, no demasiada, en un juicio justo y salgas libre a los pocos años; los malayos están en ello. También hay libertad para pedir la libertad de no ser español, incluso a tiros. En fin, vivimos en el reino de la felicidad, casi sin darnos cuenta. Es hora de aprender que ese don hay que administrarlo con sabiduría, pues como se obtuvo se puede perder. Y una pizca de libertad menos es un precio demasiado alto siempre. Mientras tanto, dos Nobel nos recuerdan lo difícil del empeño.