Málaga, en su modelo de ciudad actual, es un espacio dedicado casi en exclusiva al turismo. Son infinitas las veces en las que muchos hemos alzado la voz alertando de los riesgos que corremos con un sistema así. De igual manera, esta fórmula de ciudad conlleva que el malagueño sea un extranjero en su propia tierra y el visitante sí se sienta como en casa hasta el punto de que, en innumerables circunstancias, abusa en exceso de nuestra ciudad.
La creación indiscriminada de apartamentos turísticos estaba acabando con nuestro tejido social y de vivienda en ciertas zonas de la ciudad a la vez que provocaba el aumento del precio del alquiler a niveles disparatados. No quedan vecinos en el centro porque, desde hace uno años, sale más rentable alquilarlo a turistas. No quedaba gente que pudiera arrendar en el formato habitual puesto que los precios eran inalcanzables para el común de los mortales.
El desarrollo y suma de plazas hoteleras iba a buen ritmo, pero seguía siendo escasa en comparación a la demanda en la capital. Los apartamentos hacían pupa y la gran industria quedaba rezagada. Aún así, son varios los grandes proyectos en marcha o recién abiertos. Hoteles que empleaban a decenas de personas, rehabilitaban -con mayor o menor acierto- edificios singulares de la ciudad, lo que conlleva un viene generalizado para la ciudad.
Algo similar sucedía con la hostelería donde se libraba constantemente una batalla interna para ser capaces de ofrecer al público local una oferta de primera categoría sin parecer destinado al turista, pero igualmente se daba servicio a los centenares de miles de personas que pasean por nuestra ciudad. Otra maquinaria enorme que genera riqueza, puestos de trabajo y el movimiento de una industria paralela que emplea a gran parte de la gente en la costa del sol: el sector servicios que abarca desde el que distribuye bebidas hasta el que instala un equipo de aire acondicionado.
Y por supuesto afecta a la cultura. Y para bien. Málaga asumió un modelo que llegó a definir y crear de manera singular para atraer capital cultural a la ciudad y renacer con una oferta museística de primer nivel internacional. Y todo de la nada. Hace unas cuantas décadas aquí, con el de artes populares ibas que chutabas, y ahora es impensable no acudir a la última muestra del Picasso o el Pompidou. Algo que pasa tan rápido y de lo que no tomas consciencia pero que, al arrebatársete, valoras por primera vez.
Todo se ha detenido. Y Málaga, como ciudad, está jugando a un enorme Pollito inglés. La ciudad mira hacia un muro en el que nada pasa. Y cuenta unos segundos y se gira para mirar qué sucede. Y todo sigue igual. Inmovil. Pero sin que se de cuenta, hay cosas que están avanzando porque falta oxigeno y necesitamos llegar. En este juego están los hoteleros, los hosteleros y restauradores, las empresas auxiliares, las de distribución, las de organización de eventos, las empresas productoras agroalimentarias, la cultura, los artistas y artesanos, los rentacares, los propietarios de apartamentos turísticos, empresas de catering y así hasta el infinito… el infinito finito que cuenta ya los días -que no se saben- para comenzar a regresar.
Y aquí surge la gran duda que, hace pocos días, ya saboreábamos: la vuelta al sistema y sus problemáticas. Y es que, resulta, que desde el Ayuntamiento de la ciudad se lanzaba un mensaje en el que indicaba que se harían los esfuerzos necesarios para agilizar las terrazas de hostelería de la ciudad. En definitiva, se dejaba entrever que desde el Ayuntamiento no se iba a plantear una acción de control férreo y la manga ancha estaría presente.
Ante esta circunstancia, fueron numerosos los comentarios contrarios a dicha comunicación con argumentos del todo lógicos pero que suscitaban una duda enorme: ¿Son sensatos esos comentarios en la grave circunstancia en la que nos encontramos? ¿Podemos permitirnos ser exquisitos mientras atravesamos una pandemia y futura crisis de dimensiones inimaginables?
Yo diría que no. Que la situación es de tal gravedad que no tenemos mucho margen para debatir al respecto de modelo de ciudad puesto que, el establecido actualmente, es el único que tenemos cerca y con posibilidades de recorrido. El liberalismo económico hecho ciudad es nuestro único modelo productivo de salvación a día de hoy y su acción de guerra debe ir encaminada a través de él ya que el capital huye de lugares incómodos y Málaga debe ser todo lo contrario.
Quiero una ciudad con un tejido empresarial estable y sólido que abarque más cosas que hoteles y bares. Pero para poder cambiarlo de manera progresiva primero tenemos que poder respirar. Y de eso se trata ahora mismo y desde febrero. De respirar. De salvar nuestros pulmones. Primero en hospitales con respiradores. Después en la calle con turistas y movimiento hostelero y hotelero. No nos queda otra porque de lo contrario vamos a morir como ciudad y no lo podemos permitir.
Habrá que dejar las pulseras corporativas de ideologías durante unos meses -o años- y luchar entre todos por sostener el sistema. Que vuelva el eslogan de “Al turismo una sonrisa” y trasladar cuanto antes que Andalucía y Málaga en particular están sobradamente preparados para recomponer la situación. Y tranquilos, que por el camino quedarán muchos de los yupis que alquilaban dos pisos en airbnb y volverán a la renta tradicional porque necesitan comer. Y ahí encontraremos alivio todos.
Pero las grandes cadenas deben salir adelante. Grupos hoteleros internacionales o el malagueño Soho Boutique deben continuar con sus proyectos que reformulan una ciudad necesitada de esos capitales. En el otro lado de la trinchera seguiremos los malagueños controlando y luchando para no convertir la ciudad -más aún- en un decorado de cartón piedra sin personalidad. Pero primero necesitamos salir a flote. Porque nos estamos hundiendo y resultará difícil explicarle al camarero con el ERTE tardío que estás en contra de la apertura del bar en el que trabajaba porque la terraza se come media calle. Y es que, de lo contrario, ni el bar se comerá la calle ni el camarero podrá comer.
Toca levantar Málaga entre todos. Y en un sentido único. Defendiéndola, cuidándola y estando pendiente de los peligros que volverán a acecharla. Ojalá pronto podamos estar protestando por las calles invadidas por los bares y los turistas. Será señal de que estamos vivos y la ciudad respira sin ayudas.
Y volverá el pollito inglés.
Viva Málaga.