El arte es tan ambiguo como quieras que sea. Pero solamente debiera considerarse de tal manera si realmente crea e innova. De lo contrario, estaremos ante un artesano de primer nivel, pero difícilmente encontremos en él la frescura innata de quien juega a placer con la mágica capacidad de conseguir elementos nuevos que perturban la sensibilidad de la mayoría de los mortales.
Diferencia aparentemente sencilla pero que alberga en su interior el mayor de los enigmas: la capacidad de fundar nuevos modelos plásticos. Y en ese aspecto, Málaga tiene una herencia generosa. Fue con esa “Generación del 50” de Chicano, Barbadillo y Alberca entre otros, con la que se quiso hacer la llave de judo al estilo anquilosado, trillado y ya superado de las uvas y el vaso de vino sobre la tabla. Y se consiguió. Pues sin darnos cuenta, la cultura visual -que es la más sencilla- se fue enriqueciendo y educando con novedosos estilos que nos llevan hasta nuestros días. Días en los que Málaga sigue preñada de personalidades ilustres con el don magnífico de lo novedoso. Y así llegó a nuestra era Andrés Mérida.
Soy de los que pienso que hay que desconfiar de los cocineros extremadamente delgados. De igual manera que rechina un poco un artista que sea completamente normal. No cuadra. No tiene sentido. Los artistas emanan un cóctel curiosísimo de bohemia, locura y singularidad que los hace propios para sus menesteres. Y la figura de Mérida cumple a la perfección los requisitos.
El creador de los garabatos con los que refleja la vida y la muerte de los colores sin mayor frontera que el borde de los lienzos resulta ser, sin duda, uno de los mayores exponentes de la pintura contemporánea nacional, con el sello indeleble de su código postal -que no de nacimiento-.
De pelo gris, sonrisa de infancia y andares ágiles, resulta facilísimo reconocerlo como elemento antitético del sistema establecido. Y a mí, personalmente, me sucedió. Su obra me ha generado interés desde que tengo uso para ello, pero no le ponía cara. Solamente admiraba su obra. Una paleta pluscuamperfecta con el celeste dotado de hermosura y el trazo palpitante que conformaba las escenas icónicas de cualquier enamorado de las tradiciones, pero sin el aditamento cateto del que suelen estar impregnadas.
Era fabuloso admirar sus obras excéntricas en los lugares menos esperados. Desde el refinado atelier de alta costura, pasando por paredes de nombres y apellidos o en los soportes más inhóspitos como un trozo de toldo que reposa en una casa llena de arte que, precisamente, dio a luz en algún momento creativo y quedaría por siempre allí.
Pero de igual manera, el devenir de cualquier ciudadano con el justo gusto por la vida social, siempre tenía localizado a un señor con las características anteriormente descritas que participaba de círculos relativamente cercanos, pero del que no sabía sus datos.
Hasta que supe que eran el mismo. El señor desprendido de tonterías y rebosante de amabilidad era el mismo que creaba tales maravillas plásticas. Y lo entendí perfectamente pues solamente dicho perfil tiene la capacidad de crear obras con tanta libertad mental, pero con los pies perfectamente dispuestos sobre el pavimento.
De ahí que su obra dé la vuelta al mundo constantemente. De ahí que sus pinturas no tengan miedo y cree en digital y automáticamente otorgue el valor artístico a algo salido de un iPad.
Ahí está la clave de Mérida. Como la estuvo en la de Chicano o sigue viva en Brinkmann. Son creadores. Y por tanto artistas. De los de verdad. Y en el caso de Andrés, con la libertad suficiente que solamente otorga el estar seguro de lo que hace, para experimentar con aquello que le dé la gana. Y por eso un día pinta un cuadro en formato clásico, pero al día siguiente pinta piedras y las deja en los Baños del Carmen para el que las encuentre -he de reconocer que en más de una ocasión he estado tentado de plantarme allí a escarbar, pero con el tango gaditano del Tío de la Tiza y sus Duros Antiguos creo que ya hay suficiente-.
Debemos celebrar la permanencia de un artista así en Málaga. Primero por saber comprenderlo y admirarlo y en segundo lugar por trasladar a su obra elementos propios de nuestra tierra. Y va más allá de la frontera de Despeñaperros. Pues ahonda pasadas Las Pedrizas. Y ha sabido, como nunca nadie jamás, descifrar sobre un lienzo los verdiales. Son, bajo mi punto de vista, su obra maestra. Los verdialeros de Mérida plasman la Málaga moderna a la que muchos nos agarramos como clavo ardiendo para seguir creyendo en nuestra tierra. Y eso, estoy convencido, no lo aprendió en sus años en calle Laraña. Pues es imposible aprender algo que resulta totalmente intangible.
Es joven. Así que queda Mérida para muchísimo rato y esperemos estar presentes en su constante devenir creativo dentro de las raíces propias de Andalucía. Con un torero que mira, pero no mira o en el quejío propio de un palo del flamenco con pincel y óleo. Pero hay más allá -nunca mejor dicho-, pues al pintapiedras de Algeciras llamaron para que entrara en el mundo sacro. Y reflejó a su manera a Cristo y la Semana Santa gracias a la valentía y nivel de los amigos de Estudiantes, encabezados por el bueno de Pedro Ramírez, que apuestan sin miedo por artistas de primer nivel para sus cuadros. Y apareció lo que quizá mejor refleje la pasión descarnada y cruenta que padeció Jesús antes y frente al madero.
Todo ese laboratorio es la cabeza de Andrés Mérida. Llena de tubos de ensayo que va mezclando y, cosas del destino, siempre sale la pócima adecuada. Brebaje que, por cierto, ahora expone en la galería Benedito. Vayan a verla. Y si compran un cuadro, mejor. Porque de algo tienen que comer los artistas. Y, de hecho, en el caso de Mérida, puede decir con suma tranquilidad que vive haciendo lo que más le gusta. Pintar. Con los quebraderos de cabeza que tiene que ser vivir de algo así. Pero da igual. Porque para eso es un artista. Al que en esta ciudad siempre esperamos. Del que estamos convencidos que veremos como cartelista oficial de nuestra Semana Santa. Y al que anhelamos en las paredes de nuestros muchísimos museos.
Decía Chicano que a los pintores generosos con la ciudad había que ponerlos en su sitio.
A ver si con Mérida sucede. Por el artista. Por la ciudad. Por el arte.
Viva Málaga
Maravillado salí de Benedito.
Estupefacto quedé de verlo pintar sobre un mantel en el Verum.
Honrado estoy de tener esa obra en casa.
Feliz de conocerlo.