La frase “Fuentes cercanas afirman” puede ser una de las señales más evidentes de que, lo que venga después, estará lleno de errores, mentiras -intencionadas o no- y mil y un tropiezos de veracidad en aquello que se va a contar.Y eso, en la mayoría de situaciones, no suele afectar y se cuela como lo hace una señora mayor en una farmacia: fácilmente.
Pero existen protagonistas y objetivos en los que sí se debe tener el máximo respeto y poner la atención permanente para que no se hurgue donde nadie ha pedido que se haga ni mucho menos que se crucen líneas inviolables.
Desde que supimos que el Ayuntamiento había traído los Goya a Málaga a base de billetes -cosa respetable- eran infinitos los dimes y diretes al respecto de dicha celebración y especialmente sobre los homenajes posibles que se pudieran realizar. En estos términos, llegó un punto en el que pudiera parecer que al escenario iba a salir la Panda de Verdiales de Jotrón y Lomillas a poner música a la entrega de premios que, para la ocasión, sería una hermosa Torta Loca de Tejeros elaborada en bronce, regada con una buena copa de vino dulce del Pimpi y un poquito de jamón de Famadesa. No. Todo apunta a que no será así el asunto -por desgracia para muchos de nosotros- y que se contará con el elenco clásico que desarrolla dicho evento cultural de manera que no habrá especiales alusiones al lugar salvo aquellas propias de la cortesía y la ubicación.
Pero más allá de eso, resulta de justicia que la Gala de los Goya tenga un marcado acento local. Y es que Málaga es, sin duda, la capital nacional del Cine Español. Un territorio que apostó, cuando nadie lo hacía, por una industria envuelta en revoluciones internas y que creció de manera exponencial teniendo en nuestra ciudad un espacio a disposición de manera perpetua. Una idea ilustre de alguien ilustre como fue Garrido Moraga. Es por eso que, de cara a esta edición, bien pudiera ser correspondida la ciudad con aquellos que gestionan el asunto cinematográfico pues, hubiera resultado de sentido común que se celebrara aquí dicha gala sin necesidad de hacerle la ola a los organizadores, soltar un pastizal y poner alfombras al paso de los que deciden. Amor con amor se paga.
Y una vez metidos en faena, nos enterábamos de una decisión tomada por la Academia de las artes y las ciencias cinematográficas y es la del reconocimiento por parte de su Junta Directiva a Pepa Flores con el Goya de honor de la academia. Un galardón que supone el reconocimiento a una carrera artística de prestigio y que cuenta únicamente con artistas de primer nivel. Ante esta decisión, lo primero que retumba para muchos es la alegría por ser de justicia el reconocimiento a un icono tan extraordinario como el de Flores en una carrera con pocos precedentes en la industria. Y aquí, en Málaga, la alegría se multiplicaba pues siempre es un placer que a un vecino le vayan bien las cosas y se le reconozcan sus logros.
Tal es así que el día de su nombramiento, en la ciudad, los medios y los ciudadanos a través de redes sociales y en las charlas de casino aplaudían el gesto hacia una malagueña que, por su valía y no su origen, había regalado sus capacidades artísticas a la gente por poco o nada a cambio.
Pero, tras la alegría sana y el aplauso verde y morado, llegaron las “fuentes cercanas que afirman” y comenzaba un baile -que sigue- sobre la vida de la actriz y cantante, que si va a recoger el premio, que si no, que si fulanito dice o menganito afirma, que no hace sino desprestigiar a aquellos que lo publican e intentar desteñir de manera torpe y pasiva algo que debiera ser valioso.
Francamente, me importa tres pepinos si Josefa acude a la Gala de los Goya -que es cierto que este año le cae muy a la mano- o no. Si bien es cierto que, como espectador, me parecería agradable poder escuchar a una gran actriz recoger un galardón y escuchar su voz de reflexión y agradecimiento, es del todo comprensible que haya personas que no quieran participar su vida con nadie ni su cara, su gesto ni siquiera su voz si no le apetece.
Es por eso que llega a ser comprensible que, aquellas personas que deciden girar el volante vital para guiar su vida hacia un plano estrictamente privado, rechacen por completo acudir a eventos públicos si, además, cuentan con mil y una situaciones incomodas previas y posteriores al mismo. Y es que resulta posible que la jauría mediática, social y política acuda en masa como losa pesada sobre alguien que, con su ejemplo de vida, viene lanzando un mensaje permanente de su negativa a llevar otra que no sea la que practica desde hace décadas.
Bien por Josefa Flores al intentar hacer lo que le da la gana -como pretendemos hacer todos-.
Bien por su carrera artística pues supo capear con un perfil complicado pues no se presenta tarea fácil la vida de un chiquillo en mundos de mayores y posteriormente reciclarla y transformarla para acabar poniendo fin en el momento aparentemente deseado.
Y bien por ella pues, este último galardón, retrata por completo un aplauso generalizado de decenas de generaciones que han y hemos crecido con una interpretación pluscuamperfecta y que valoramos con los años los papeles maduros que dejó para la filmografía particular de la memoria de cada uno.
Quizá esta ciudad haya sido, con sus reservas puntuales, un espacio que ha sabido o aprendido a gestionar la relación con una gran estrella como la de Flores, es algo digno de mención por ambas partes. A la ciudad por estar a la altura y a la protagonista por, con seguramente gran esfuerzo, no renunciar a ella y hasta conseguir esa entente cordiale en la que dialogan ambos.
Son días de celebración para el arte y la cultura reflejado en el cine así como lo son para Málaga por anotar en su tablón de logros el de un premio con nombres y apellidos con el telón de fondo de una ciudad orgullosa de los suyos.
Que el Goya de honor sea una alegría común y particular y se celebre de la mejor manera posible que, en este caso, es con el canto universal de Víctor Jara y su derecho de vivir en paz.
Viva Málaga.