Ha muerto el Padre Gámez. Don Manuel. Uno de los personajes ilustres que la ciudad de Málaga ha disfrutado en las últimas décadas pues su personalidad propia enriquecía al común de los malagueños. Y es ante estas pérdidas, lastimosas pero esperadas por la edad del protagonista, las que nos llevan a pensar en la deriva de nuestra ciudad y la capacidad de reproducir personalidades como la de Gámez en una sociedad como la actual.
Nacido en Fuengirola pero con un vínculo muy relevante en la capital, la de Gámez ha sido una vida de las que la propia Iglesia se ha beneficiado pues, como antes apuntaba, hace mejor al conjunto. Y es en este caso, con su labor de Cura como consiguió, seguramente sin darse cuenta, llevar la imagen del clero a un estadio superior dado que la cultura y el arte eran ingredientes fundamentales en la vida de Don Manuel.
Con un curriculum de los largos, resultaba curioso pues, al tratarse de un sacerdote local, difícilmente se le presumen muchos hitos más allá de los espirituales con su rebaño. Pero quizá él tuvo en su mano –y la aprovechó bien- la posibilidad de alternar sus obligaciones teologales con las divulgativas y cultivadoras en la sociedad malagueña.
Así, en el plano musical, sería justo enmarcarlo entre los ilustres malacitanos –de nacimiento o adopción- que son Artola y Ocón pues no existe un perfil como el suyo en nuestro tiempo y su parcela. Creador y Director de corales y escolanías, consiguió mantener vivo –tras resucitarlo él mismo- un género huérfano en una ciudad que atravesaba desiertos culturales en la década de los ochenta y noventa.
Y así ha disfrutado de ese compromiso hasta que se le agotaba la vida terrenal. Y es que, aún con la pesada losa de los años sobre su cuerpo, se le pudo ver dirigiendo a su Coral el pasado Viernes Santo al paso de su hermandad del Monte Calvario en Estación de Penitencia por la Catedral de Málaga. A duras penas y con los brazos tan firmes como lo permitía el organismo, Gámez sostenía su propia historia y el balance positivo de su aportación cultural en cada paso del pentagrama que leía.
Y es aquí cuando comienzan a asaltarnos las dudas al respecto de la viabilidad de nuevos personajes en Málaga que, al menos, se asemejen al del Reverendo. No tengo claro que quepan en nuestras estructuras actuales aportaciones como las suyas al marchito panorama cultural local. En una ciudad sin papeles ni licencias donde hasta lo más sagrado puede llegar a ser una atracción turística, cuesta asimilar figuras como la suya siendo transgresor, aunque lo fuera de lo barroco.
Por eso no cabe sino lamentar la pérdida de alguien con los reconocimientos justificados y merecidos del ya desaparecido fundador de la Hermandad del Monte Calvario. Ese monte al que seguramente tanto debía Don Manuel y al que tanto le deben quienes lo habitan con asiduidad. Cofrade clásico y Cura. Un combo perfecto que supo administrar con el plus de sus conocimientos hasta plantear una hermandad seria, con solera pero añadiendo el toque célebre que solamente el impulso juvenil puede aportar. Así, en el Calvario ha construido sobre pilares solventes de nombre y apellidos una corporación nazarena que, amén de ser ejemplo, resulta gratificante en el plano plástico y visual.
Hay que agradecer a Don Manuel su aportación al mundo cofrade y la Semana Santa malagueña pues, sin ningún genero de dudas, es el responsable de que en Málaga se vistan bien las imágenes. Y no es cuestión de estilos. No son elecciones entre atavíos malagueños o forasteros, sino entre hacerlo bien y bonito o hacerlo mal. Y ahí llegó. Acompañado de quienes sabían incluso más que él, a batallear para que cambiara la fisonomía y formas en el vestir de las vírgenes malacitanas. Y de igual manera que tuvo la valentía para adoptar modos ajenos, también la tuvo para ceder testigos a quien consideró válido y necesario en su misma función aún no temblándole el pulso –literal-. Y eso, sin duda, es digno de mención en un mundo en el que muchos se cortarían las manos con tal de no ceder su puesto.
Pero más allá del acerico y las lancetas, fue Don Manuel Gámez un cofrade comprometido en la generalidad que conforman las Hermandades con numerosas corporaciones a las que se acercó, asesoró o en aquellos que incluso participó para provocar su reinicio junto con aquella juventud cofrade que meses atrás cumplía aniversario.
Y ahí, también, resulta difícil encontrar de nuevo improntas como la suya pues nos encontramos en épocas descafeinadas en muchos aspectos del ámbito cofradiero donde resulta más sencillo no alzar la voz para evitar salir disparado que hacerlo y provocar la evolución y las mejoras.
Pero ahí sí que ha quedado claro su sello en la suya. En la del Calvario. Una hermandad que echará en falta la figura de Don Manuel Gámez pero, sin duda, será un anhelo recíproco el del propio Gámez allá en el escenario celestial pues en poquísimas ocasiones se ha podido presenciar una dedicación y atenciones mayores que las del grupo humano que conforma la Hermandad del Monte Calvario hacia su Director Espiritual más allá de las relaciones cofradieras.
La gente del Calvario y en especial “sus niños” –ya con más años que un bosque- han sido los ángeles de la guarda de este buen hombre que expiraba hace horas en el Hospital Civil. Y ahí, mejor que en ningún otro lugar, se ha podido observar la obra real, visible y buena de Don Manuel. En la figura de aquellos que se han preocupado por su vida y hasta por su propia muerte para que llegara de la manera más digna y cuyos honores finales fueran lo más justos posibles con tan insigne ciudadano. Y eso vale más que cualquier imagen de madera con fina policromía. Incluso siendo de autor reconocido. Pero no deja de ser madera. Tangible y con posibilidad de tener precio. Sacra mercadería propia de estraperlistas. Algo que jamás en la vida será comparable con la dedicación y el respeto cariñoso que su gente del Calvario ha tenido con su Padre hasta el fin de sus días en la tierra.
Pero quizá haya suerte, y como lo de la vida después de la muerte tiene pinta de ser verdad, podremos tener un adelanto en ésta que vivimos pues en las manos de Guillermo Briales vistiendo a Santa María del Monte Calvario están las propias del Padre Gámez ya que a su lado se convirtió en el gran artista que es. Y lo veremos también en el detalle exquisito de Quesada a la hora de valorar el arte religioso, así como en Damián Lampérez cuidando la liturgia con el sumo respeto debido, poniendo en valor el propio que ello alberga. Y de igual manera que en todos los que dedican su tiempo a que esa capilla bendita siga siendo referente y referencia como él consiguió que fuera.
Se ha ido Don Manuel. Pero queda en herencia exclusiva para un grupo de elegidos que él mismo escogió el mayor de los presentes. Su valioso legado. El intangible.
Descanse en paz.
Viva Málaga.
En otro sitio, opine sobre que valoraba más D. Manuel Gamez y creo que sacerdocio, música y cofradía en este orden. He tenido la gran fortuna de hablar con él muchas veces en los últimos diez años. Su lema: Mi música es para ti Señor. Solía decir, que la música era la más bella de las artes. Se marchó llamado por El Padre y casi seguro que está componiendo música. Su último deseo era hacer una marcha de Semana Santa, basada en Lacrimosa, del Réquiem de Mozart.