La ciudad de Málaga parece que tiene permanentemente colgado un cartel que reza “En construcción”. Será cosa del propio estado de la urbe o puede que sea, quizá, cuestión propia de nuestro sentir lo que nos hace estar en continua transformación.
Si bien es cierto que el centro de la ciudad sigue estando en un estado complicado más allá de las fachadas, sucede que, en los últimos años, se está regenerando de manera integral parte de esa almendra que tanto queremos.
Esa transformación perenne no solamente afecta a los inmuebles y el urbanismo, sino que contempla también los usos y disfrutes que nos ofrece la ciudad en los últimos tiempos en comparación con aquellos en los que pasear por el centro de Málaga era algo así como trasladarse a Sarajevo en su triste etapa del asedio.
La cuestión es que, en los últimos tiempos, han existido hitos que nos han hecho reencontrarnos con la propia ciudad, componiendo escenarios históricos trufados de cultura, progreso y modernidad. Y ahí aparecía, de la mano de la Diócesis de Málaga, el Palacio Episcopal.
En marzo de 2014, tras etapas pretéritas discretas, abría sus puertas una marca propia cultural que era una declaración de intenciones clara por parte de la Iglesia. Bajo el nombre de ArsMálaga -posteriormente rebautizado como “Palacio Episcopal Málaga. Centro de Arte-, se proponía por parte de un privado -los Curas- una oferta cultural de calidad, con proyección y sin tener al guiri como cliente principal.
El desarrollo de dicha empresa fue extraordinaria pues, con el transcurso de los años y las exposiciones, el Palacio se iba convirtiendo en un punto de encuentro pluscuamperfecto para la ciudad y el propio núcleo eclesial más allá de las exposiciones, pues se planteaba un espacio como escenario y carta de presentación de la propia Málaga. En el Palacio se alternaban exposiciones de arte contemporáneo de primer nivel internacional con colecciones como la de Roberto Polo pero a su vez era el lugar elegido para que El Cautivo, como Señor de Málaga que es, fuera recibido por miles de personas tras el regreso de su restauración con colas que rodeaban el propio edificio.
Esa conjunción de elementos y sentimientos comunes para el malagueño convirtieron aquel espacio en algo de todos. Pasó de puerta entornada a abiertas de par en par a todo lo que fuera necesario, albergando charlas, conciertos, conferencias o presentaciones de instituciones y entidades de carácter social, cultural o benéfico. Se abrió más, aún estándolo ya, para conseguir -sin querer- que la imagen general de la Iglesia se enriqueciera.
¿Y quién es el responsable de todo lo conseguido? Una triple entente creada y capitaneada por el Obispo de la Diócesis de Málaga, Monseñor Jesús Catalá quien, en un dechado de acierto, imaginó un Palacio apostando de manera directa y clara por la cultura y el desarrollo de un proyecto de “ilustración made in Málaga”. Y en este viaje contó con dos nombres clave: Miguel Ángel Gamero y Gonzalo Otalecu quienes, desde la dirección y gerencia, supieron ir seleccionando el aditamento necesario hasta dar con la tecla del éxito en el BIC de la Plaza del Obispo. Una dupla, la del Sacerdote y Otalecu, bien avenida profesionalmente pues complementan a la perfección la herramienta experta que una entidad de dichas características precisa.
Así, por el Palacio han pasado la vanguardia poco explorada de Ortega Bru, el Painting after modernism comisariado por Barbara Rose y el gran Patrono del Metropolitan de Nueva York, la perfección poptumbrista de Eugenio Chicano o la apuesta honesta por las acciones de Ernesto Artillo en una Noche en Blanco memorable mientras se ofrecía al público una selección extraordinaria del patrimonio histórico de la Diócesis de Málaga a pocos metros en los días posteriores. Y así, hasta el infinito finito que han sido estos años de “vida” del Palacio Episcopal donde, por suerte para Málaga, se ha desarrollado en la escena cultura malacitana la figura de su Gerente, Gonzalo Otalecu.
Lo de Otalecu es mundo aparte pues pocas veces una institución local ha tenido en plantilla a alguien con la capacidad de caminar con soltura por la fina cuerda con la que atravesar los mundos de la cultura, la sociedad malagueña, el arte, los museos, la Iglesia Católica Apostólica y Romana y las administraciones públicas. De esta manera, Otalecu ha conseguido proyectar una imagen real, positiva y muy buena de la Iglesia en todos sus ámbitos pues, cualquier cosa bien hecha, acababa teniendo siempre el telón de fondo diocesano lo que se transformaba en bien común, aún teniendo su sello personalísimo.
Y es que en este lustro mal contado, la del gerente del Palacio ha sido en si misma una doble aventura de desarrollo profesional y culminación de una idea de gestión moderna, diferente y sobre todo compleja pues se ha enfrentado al triple salto mortal con pirueta en el aire que es desarrollar y gestionar con éxito una empresa cultural que no vive de la renta pública sino del privado. Y eso, a día de hoy, es algo harto difícil.
En cualquier caso, en su cartilla de antecedentes culturales quedarán hitos como “Huellas”, “Misericordia” “Fernando Ortiz”, el desarrollo de “Ars Sacra” -que puso en valor el patrimonio propio de la Diócesis como nunca antes había sucedido-, y por encima del resto la que ha sido una de las grandes exposiciones de los últimos años en Andalucía y la mejor muestra monográfica sobre Mena. Con “Pedro de Mena. Granatensis Malacae” se puso la guinda a un pastel que cortaban el Obispo de la Diócesis de Málaga y el Ministro de Cultura y que supuso un revulsivo a la manera de mostrar obras de arte sacro y la forma elegante de saldar una deuda pendiente entre Málaga y su escultor más insigne.
Tras la clausura de la exposición sobre Mena, el Palacio ha cerrado sus puertas temporalmente pues, tras un acuerdo, cederá dicho espacio para el desarrollo de actividades artísticas y sociales por parte de una institución cultural de primer nivel como es la Fundación Unicaja. Y con ella, queda abierta la duda generalizada sobre cuál será el siguiente gran hito cultural y patrimonial que la Diócesis desarrollará tras el éxito del Episcopal que, a buen seguro, -o al menos eso esperamos- seguirá llevando el sello indeleble de quien ha conseguido tal cota buen hacer.
He aquí una historia más de ese infinito finito de la cultura. De Málaga. Y de sus proyectos. Pero debemos estar tranquilos pues, como apuntaba al inicio, estamos en una ciudad en continuo under construction. Y por eso hemos disfrutado de algo histórico en el Palacio Episcopal. Y lo mejor de todo es que no nos lo han contado. Lo hemos visto con nuestros propios ojos.
Felicidades a quienes lo hicieron posible. Y que vuelva pronto el infinito.
Viva Málaga.