Guadamuro de San Julián

2 Feb

Si de algo adolece la ciudad de Málaga en numerosas ocasiones es de no prestar atención a las oportunidades que nos ofrece ésta para defender, reconocer y proteger a aquellos personajes que, sin el título de Ilustre, han convertido nuestra ciudad en un espacio con mayor solera.

En muchos casos, las herramientas con las que contamos para rendir justo homenaje a estas figuras malacitanas son los testigos urbanos perennes pues, si todo se ciñe a homenajes efímeros en salas y teatros, el tiempo acaba arrollando con la memoria colectiva.

Así, los azulejos, esculturas o el bautizo de calles se presentan como opciones únicas y pluscuamperfectas para rendir pleitesía eterna a ciertas personalidades.

En este sentido, la ciudad de Málaga no es muy activa pues, quizá por desconocimiento o poca organización municipal, son pocas -por no decir nulas- las ocasiones en las que nacen dichas propuestas a instancia del equipo del munícipe.

Son las agrupaciones privadas, los movimientos sociales y en algunos casos el interés personal de alguien con influencia o tiempo para trabar en el proyecto, los que consiguen lograr dichas empresas.

Numerosos son los casos en los que dichos grupos consiguen tan altruista proyecto sin contar si quiera con un apoyo público mientras presenciamos a diario cómo parte de los fondos de todos se destinan a acciones extraordinariamente cuestionables.

Miguel de los Reyes, por ejemplo, tuvo que esperar a que un grupo de “fieles” encabezados por el Señor Rojas tuvieran a bien colocar un busto a la entrada de su barrio en ese entramado que conforman la Victoria, Cruz Verde y Las Lagunillas con financiación privada y el posterior apoyo municipal. Mientras, todos tenemos en el recuerdo estampas clásicas como la del monumento a La Paquera en su barrio de San Miguel de Jerez de la Frontera o la figura perfecta de Pastora Imperio en la confluencia de calle Rioja en Sevilla (costeado por la Duquesa de Alba, por cierto).

En este sentido, cabe reflexionar al respecto de por qué no existe un sistema más ágil -con la de gente que hay-, para que la ciudad de Málaga se amueble con reconocimientos a personalidades valiosas más allá de las de obligación aplastante.

Ejemplo de ello fue el de Alfonso Canales, genio literato que tuvo la suerte de, aún en vida, poder presenciar cómo bautizaban la plaza a los pies de su casa con su nombre y la vestían con un busto que haría que su figura permaneciera por siglos para todos.

Pero nuestra ciudad precisa algo más. Y hace unos minutos -cuando lo escribo- nos llega la grata sorpresa de que el Ayuntamiento ha aceptado la propuesta encabezada por la Asociación de la Prensa para que el desaparecido periodista Antonio Guadamuro contara con una calle a su nombre en nuestra ciudad. Sorpresa grata que no debería serlo pues, hace años que este señor debería tener su calle siendo él mismo quien la descubriera.

La muerte no es el final, escribió el Cura Gabaráin cuando perdió a su joven organista y no sabía que estaba componiendo un pedazo de la banda sonora de nuestra Semana Santa. Y en este caso, tras el honor aceptado al singular Guadamuro, queda patente que Málaga está a dieta innecesaria de reconocimiento a quienes conforman aún nuestra vida y la memoria colectiva en el hilo histórico contemporáneo mucho más que otros grandes y valiosísimos nombres que ocupan nuestras calles.

¿Será falta de valor? No lo sé. Pero es extraño que la ciudad tuviese una calle en honor al ciclista Miguel Induráin antes que a Guadamuro. No sé por qué hay monumentos a cosas sin definición clara en parques y plazas concurridas pero no tenemos el espacio para reconocer una tradición de tanto calado como la de la Semana Santa en nuestra ciudad.

Semana Santa. Cofradías. Un ente mal visto por muchos pero que, paradojas de la vida, supo darle a Guadamuro en vida un horizonte en puertas de su postrera agenda en la tierra como nadie otro se lo ha dado.

La Agrupación de Cofradías le otorgó su medalla de oro, hizo reconocimiento en vida de su labor profesional y colaborativa con las Cofradías y lo nombró Pregonero de la Semana Santa de Málaga en un gesto de justicia extraordinario.

Guadamuro de San Julián. De las Cofradías que promocionó y de las que creó nuevos canales de fomento gracias a la Semana Santa narrada como a día de hoy todos conocemos en la ciudad. Y amén de ello, personaje singular recordado por cientos de alumnos de la Escuela de Franco y en general de la ciudad de Málaga pues puso su experiencia al servicio de la misma siempre que era convocado ya fuera para promocionar el deporte, los valores entre los jóvenes o el paso de la Congregación de Mena por calle Larios.

Convencido estoy -y no soy el único- que casos como el del Señor Guadamuro hay muchos en nuestra ciudad y que, si nadie los trata y promociona, nunca correrán la suerte que ha gozado el Periodista en vida y tras su paso por la terrenal.

La ciudad está en deuda consigo mismo constantemente y ejemplo de ello ha sido el bautismo de Guadamuro en el callejero. La collación de San Julián sería un lugar estupendo para que apareciera su nombre. Como también lo sería el entorno de calle Cañón donde congregaba parroquianos en El Jardín.

Sea como fuere, debemos aplaudir la iniciativa a la vez que plantear a los que tienen las riendas, para que la ciudad cobre vida y personalidad gracias a aquellos que la hicieron posible con su labor singular pues, de lo contrario, seguiremos el camino de un territorio impersonal, ávido de espacios para el forastero y sin historia que contar a los ciudadanos verdes y morados.

O nos movemos. O desaparecemos.

Viva Málaga.

Una respuesta a «Guadamuro de San Julián»

  1. «Adios, Malaga la Bella,
    la tierra donde nací;
    fuiste madre para todos
    y madrastra para mí».
    Así son las cosas en esta ciudad: calles, plazas y jardines para quienes no tienen más mérito que haber nacido aquí, sin importar si han hecho algo de provecho por Málaga y su gente. ¿Para cuándo un recuerdo, aunque sea modesto, para Antonio Carmona, Julián Sesmero, Guillermo Jiménez Smerdú y tantos y tantos malagueños «de solera»?

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