No queda claro si, por la cercanía de las elecciones, o quizá porque muchas veces las miras no están bien altas, pero en nuestro ayuntamiento se viven situaciones del todo surrealistas.
Entre los shows ridículos para señalarse frente al electorado de tal manera que parezca que, los que son amigos, no lo sean o simplemente para contentar a las minorías extremas -pensando erróneamente que ellas los auparán en las elecciones, el resultado es que en muchos casos parece que no se gobierna pensando en la ciudad y únicamente trabajan para su empresa con color y símbolo.
Hace muy poco, se presentaba algo que, supuestamente, era el fin de los problemas de ruido y molestia para los vecinos del centro histórico de la ciudad. El ZAS. Como la margarina. Un proceso declarativo para señalar cuáles son las zonas acústicamente saturadas -cosa que ya sabemos todos- y emplear para controlarlas y limitarlas algunas medidas que harán que mejore la vida del ciudadano urbanita.
El resultado ha sido que, en definitiva, se va a limitar la instalación de nuevos negocios de hostelería en según qué calles del centro o Teatinos para intentar paliar en cierta medida el enorme problema que padecen muchos vecinos del centro en sus horas de descanso.
Viendo el panorama, los problemas y las medidas, no queda del todo claro que se esté haciendo lo adecuado sino más bien una pequeña acción poco interesante pues no colma de satisfacción a nadie.
En primer lugar, analizando la problemática vecinal no hay más que acercarse a los puntos calientes del centro a cualquier hora del día o de la noche, cerrar los ojos y escuchar. Resulta del todo incómodo tener que vivir -día y noche- con un soniquete eterno de voceríos, rumanos con el acordeón y seres con guitarras e incluso mariachis dando la tabarra día y noche.
Una prueba sencilla para cualquiera puede ser sentarse en una de los ochocientos millones de veladores que inundan el centro para comprobar cómo en las propias terrazas se está incómodo pues te asaltan constantemente los ruidos innecesarios de la cantidad de músicos incontrolables -pero fácilmente detectables- que pululan a sus anchas por el centro de la ciudad.
Si uno acude a la terraza del Café Central o del de Madrid, difícilmente encuentre un ruido desgarrador procedente de la clientela. ¿Hace ruido molesto un par de trabajadores desayunando o almorzando en una terraza del centro? No. ¿Hace ruido molesto un indocumentado cantando mientras otro le acompaña a la guitarra a cualquier hora del día? Sí. Mucho.
Siguiendo por tanto con el procedimiento de análisis, nos encontramos con diversos perfiles de negocio que contaminan en su generalidad a la ciudad. En este punto hay que destacar algo del todo surrealista y son las numerosas terrazas de locales fantasma que destrozan nuestra imagen. ¿Qué sentido tiene que exista locales de dimensiones ridículas – por no decir enanas- pero con una terraza del tamaño de un campo de fútbol? Se pueden poner ejemplos mil pero, por destacar algunos de los que más bochorno provocan, nos podemos acercar a la confluencia de las plazas de Spínola con Granada y plaza del Carbón donde existen una serie de negocios, destinados cien por cien al turista, cuyos locales son prácticamente un portal pero que colapsan una parte fundamental de la calle con un mobiliario, por cierto, de dimensiones y estilo grotescos y que convierten el centro de Málaga en el paseo marítimo de Benidorm.
Es evidente que este perfil de negocio son una lacra para Málaga. Una ciudad vendida y aprovechada por propietarios de esos locales que, pagando muchísimo menos que alguien que disfruta de un gran y costoso local, tiene las mismas sillas y mesas y encima en la terraza, gozando con mil y un privilegios por ello. ¿Es justo? Lo dudo. Pues veo del todo infame que alguien pague un alquiler enano por las mismas o más mesas que el empresario que tiene que sostener grandes locales para ofrecer un lugar amplio y de calidad a costa de su dinero y no de Málaga y sus ciudadanos.
¿Es molesto ese perfil de negocios? Muchísimo. ¿Y qué atrae? Morralla extranjera que viene a dar gritos, emborracharse a las once de la mañana y pegar saltos como si esto fuera Burundi. Es injusto. Insano. Y únicamente sirve para el lucro de un tipo al que Málaga importa un membrillo. A ése. A ésos. Hay que cargárselos como sea por el bien de la ciudad.
¿Molesta lo mismo la terraza de Lo Güeno o la Cafetería Moka que la de esos esperpentos caraduras? Obviamente no. Pero ambos van en el mismo saco sin generar la misma porquería.
Pero hay más. Pues tenemos en el centro unas de las grandes estafas y que más problemas ocasionan: los localillos de comida para llevar. Sí. Un perfil de negocio muy rentable para el que vende, facilón para el que compra pero con un destrozo enorme para el ciudadano que paga impuestos y tiene la mala suerte de vivir cerca de uno de ellos. Hablo de los locales de venta de comida rápida que abren a cualquier hora del día y la noche y que regalan imágenes dantescas.
Un punto caliente de esta realidad es el entorno de la plaza del Teatro Cervantes y Mariblanca. Un lugar donde más de uno y de dos “negocios” abre a diario con una licencia absurda de venta de comida take away que les permite abrir a la hora que quieran. ¿Pero qué son en realidad? Negocios de hostelería camuflados. Salvando todo aquello a lo que no están obligados pero usando todo aquello que tendrían que pagar sin hacerlo.
Solamente hay que pasarse por uno de ellos para preguntarse cómo es posible que un local enano, sin servicios de ningún tipo, pareciendo una ilegal barra de alcance, consigue tener mesas altas en la puerta e incluso una plaza entera como terraza -pues ahí la gente consume sentada en los polletes y bordillos- sin que nadie haga nada y vaya en detrimento de todos.
¿Qué producen estos negocios? Amén de un salvavidas alimenticio para quien va borracho, se convierte en un espacio de imagen asquerosa para la ciudad. Con el entorno lleno de basura, con gritos de los seres humanos beodos que acuden a altas horas, con meados en todos los rincones y portales de las viviendas de alrededor y todo por un módico precio para el cliente, para el “empresario” y en ningún caso para Málaga y sus ciudadanos.
¿Por qué nadie hace nada ahí? ¿Quién se está beneficiando de permitir esa bazofia en el centro de la ciudad? ¿Eso es cultura, atenciones y buen hacer para el de fuera así como para el malagueño? Ni en sueños. Pero ahí tampoco se hace nada. Aunque la crítica va hacia El Pimpi. ¿De verdad es lo mismo El Pimpi que esas porquerías de sitios? ¿De verdad aporta lo mismo a la ciudad, a la imagen y al turismo esas bazofias de lugares que un espacio sano, limpio, controlado, con solera y con un compromiso enorme con Málaga como el de la familia de Bodegas Campos? Jamás. Y por eso resulta descorazonador que la solución del problema real acabe siendo una medida irreal.
Hagan el favor desde el Ayuntamiento de plantearse si realmente el origen real del problema está en la hostelería buena y de siempre que hace de Málaga un lugar estupendo.
Y haga el favor desde los hosteleros, de no permitir esas maneras de exprimir la ciudad por parte de algunos de sus compañeros para amasar buenos dineros a costa de Málaga pues al final se convertirán en vuestros propios enemigos como está comenzando a suceder.
Pongan orden o nos vamos a estrellar mucho y muy fuerte. Y eso sí que será un ¡ZAS! de verdad. Contra la pared.
Viva Málaga.