Parece que se pone de moda algo que viene siendo habitual desde que un servidor, al menos, tiene uso de razón. Una situación y unos modos reiterativos sobre algo extraordinariamente trillado: El desprecio hacia lo andaluz.
Son innumerables las ocasiones en las que, cualquiera de nosotros -entiéndase a los andaluces- hemos podido padecer de una forma u otra el típico chiste desafortunado en base a nuestra procedencia.
Resulta que, este tipo de insultos bajo cuerda, no tienen realmente color político pues son muchas las personas que lo practican ya voten al peneuve o al pecé.
El andaluz resulta chistoso y se relaciona de manera habitual con los estereotipos creados en torno a él. La flojera por bandera y el analfabetismo son algunos de los pilares en los que se sustenta esta basura.
Solamente hay que hacer un repaso a nuestra vida multimedia para descubrir mil y un ejemplos que van más allá de la chacha de Médico de Familia. Era de todos conocidos la burla hacia Manuel Cháves en Los Guiñoles de Canal + cuando proyectaban su pseudo analfabetismo con palabras que no conocía y decía constantemente mal: Minolles en vez de millones o Andasules en vez de andaluces.
Y es raro. Porque provoca muchísima gracia en la gente escuchar a alguien decir “sanahoria” pero no “ejtomago” o “la dijo” como sucede en gran parte de la meseta central.
Personalmente, este tipo de usos los suelo relacionar con la incultura que provoca el sistema actual. Cada vez más, las nuevas generaciones están plagadas de personas pobres -de mente y cartera- con una iniciativa nula y cero capacidad de interés por nada útil. Arrasa en televisión un programa sobre noviazgos en un horario en el que, solamente estarás detrás de la tele si no haces nada o estás jubilado. Y fíjense qué cosas, que el público objetivo es joven.
Ante este perfil de ciudadanos que ponen su mira en una prenda de 4 euros fabricada por un niño en algún inframundo como objetivo importante a corto y medio plazo, difícilmente podremos esperar un respaldo fuerte ante cualquier tipo de improcedencia de esta magnitud.
Aún así, se podría pensar que este maldito deje con los andaluces responde a algo común a todo el país. Y es del todo falso aun estando rodeado de medias verdades.
La broma con el catalán agarrado ha pasado a un segundo plano con el sesgo del independentismo pero sigue en activo. Los vascos y su tozudez -cuando no la broma con las bombas- o los gallegos y su acento fornido son clásicos del generalismo español.
Y no están faltos de razón en cierta medida. Aquí somos de celebrar y la alegría de nuestro carácter es infinitamente mayor que la de un señor medio de Burgos. Y no pasa nada. Ellos tendrán sus cosas buenas también -digo yo-. Pero existe una diferencia enorme, traspasada en mil ocasiones, entre el chascarrillo simpático y la aseveración infame. Y es que aquí, en Andalucía, tenemos muchas fiestas pero los mismos festivos. Y ahí hay quien confunde y llega a afirmar lo contrario. Como si con una barita mágica nos hubiera regalado el calendario más días festivos que al resto de españoles. ¿Desconocimiento? No. Incultura y estupidez. Un coctel el de ambos conceptos que convierten automáticamente a todos aquellos que se meten con los andaluces en gilipollas integrales a los que bien pudieran retirarle el derecho al voto como medida de protección para nuestro país.
Pero en el fondo no pasa nada. Como afirmaba al inicio, la sociedad apunta cada vez más a suciedad y son muchos los momentos en los que uno considera probable que declaren la ignorancia y la estupidez como pandemia de nuestro tiempo.
Este sistema de borregos es el fruto bendito del vientre del sistema en el que vivimos y que prefiere a muchos inútiles asalvajados y entretenidos con mierdas antes que a hombres y mujeres formados y con una mente y criterios válidos.
Sin duda alguna, el problema realmente grave pasa por aquellos que, aún teniendo un mínimo y ostentando cargos públicos de responsabilidad, tengan la osadía de publicitar su imbecilidad traducida en desprecios hacia Andalucía de tal manera que, según ellos, aquí los niños bajan del árbol cada mañana para ir a la escuela a aprender a cazar y a amamantar a sus crías.
Mientras tanto, en Madrid, los jóvenes acuden a los colegios en traje y corbata para reformular la Teoría de la Relatividad, dejando al difunto Stephen Hawking en mantilla.
Esta tontería solamente es propia de idiotas, como lo fue Ana Mato en sus declaraciones surrealistas sobre Andalucía. Y en parte, aún siendo ellos los voceros, somos nosotros los responsables por permitirlo. En primer lugar, no saliendo a dar voces cada vez que alguien tenga la osadía de insultarnos de esa manera. Y en segundo lugar, trabajando de manera inteligente para evitar ser la comidilla del resto. ¿Y eso cómo se hace? Pues protegiendo aún más lo nuestro dejando de lado y dando la espalda a todos los de fuera. Jamás debemos renunciar a nuestra forma de ser, nuestros modos de vida y nuestras riquezas tradicionales. Quizá haya solución. Creando un apartheid ante el norteño tontorrón que viene aquí a echar el día en feria o verano, pensando que esto es la selva y ellos la familia real Holandesa.
Que se vayan todos aquellos que nos desprecian a la mismísima mierda. Que coman de basura. Que lean a sus escritores. Que vivan de su cultura. Y que se amparen bajo el sol, que se supone que es el mismo, pero a nosotros nos broncea y a ellos quema las neuronas.
Ya está bien de no tener un andalucismo vivo, fuerte y con fuerza como para impedir que se cometan este tipo de tropelías. Poco les dijo Susana Díaz hace horas cuando tuvo que salir en nuestra defensa por las palabras de dos fantoches sobre la educación de Andalucía con datos sesgados e intención de ofender.
Y si no entienden por qué no ganan en esta tierra, es que son rotundamente tontos. Pero mayor delito tienen aquellos que, siendo de aquí, son capaces de defender esas teorías peregrinas con tal de parecer mejor. Pobre de aquél que se eleva de la silla para escuchar el himno español y se sienta cuando suena el andaluz. Pero insisto, no pasa nada. Tontos siempre ha habido. Aunque aquí los llamamos surnormale.
Viva Andalucía.