Málaga está comenzando a tener síntomas importantes de colapso y sobre explotación. Nuestra ciudad comenzó siendo una hermosa vaca que pastaba por las laderas y daba una leche estupenda. Los que mandan, viendo el delicioso sabor –y especialmente los réditos que producía dicho animal- comenzó a tratar de explotarla a todo lo que daba el bicho. Y funcionó. El animal producía sin cesar. El producto era bueno. Y acudía el gentío en masa: Producto bueno, baratito y fundamento.
Pero el tiempo ha pasado. Y la pobre vaca sigue produciendo. Aunque ya no ve la luz del sol. Está en una nave industrial –por su bien-, recibiendo muchos medicamentos y porquerías –por su bien- y con la sospecha inequívoca de que, por culpa de los intereses espurios, la están matando poco a poco –sin pensar en ella-.
Esa ternera es nuestra ciudad. Málaga. Donde todo vale si a cambio recibes dos duros venidos del quinto pino en vuelo Low Cost. Palabra maldita que tanta mella ha hecho en nuestra urbe. Pero ahora comienza a salir a la luz la consecuencia de tanto estirar el chicle en forma de quejas ciudadanas, problemas de convivencia, habitabilidad y normal desarrollo de los ciudadanos locales en un entorno creado y colapsado por los turistas.
Y uno de esos problemas es el del ruido en el centro histórico y sus alrededores. Algo que, desde fuera, pudiera parecer una tontería pero que para cientos de familias y miles de personas supone un agotamiento mental y físico que acaba lastrando su vida hasta el punto de tener que emigrar del centro de nuestra ciudad por resultar imposible habitar en ella.
Este ruido procede básicamente de los bares, discotecas, locales, portalillos y quioscos varios en torno a los cuales giran decenas de miles de personas a todas las horas, todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años. Esta situación se ha acrecentado de manera gravemente extraordinaria con los turistas pues son ellos los que ocupan gran parte de los negocios de hostelería del centro.
Ante esta situación, el gobierno municipal dice que ha puesto en marcha una serie de medidas para paliar esta situación y proteger al ciudadano malagueño ante problemas de tan magna índole.
Y es por eso que, hace unos días, se veía representada dicha actitud con una normativa que prohíbe de manera tajante la apertura de nuevos negocios de hostelería en ciertas calles enumeradas del centro en las que, según el aíto, ya no cabe ni un alfiler.
Bien. Es buena medida. Peeero, permite que se abran en otras zonas aún por esculpir con mesas y taburetes. ¿? Sí. Porque en algunas zonas se puede seguir picando para montar una barra, boquerones congelados y sangría. ¡Hay para todos!
Sin duda alguna se trata de una medida ciertamente ridícula pues, el resultado final, es que las calles indicadas para impedir que se abran más bares no puede hacer tal cosa porque, básicamente, no hay espacio físico para ello. Sorprendente que tengan que indicar que en Calle Strachan o Sánchez Pastor no caben más bares. ¡Menuda sorpresa! Pues todos pensábamos que a lo mejor se podría montar un kiosco de Shawarma para guiris en el quicio de la puerta de uno de los edificios…
Por lo tanto, a efectos prácticos, todo apunta a que la medida en sí es la nada. Un bluff. Algo completamente vacío pues las personas seguirán indefensas ante el martilleo que provocan cientos de pieles rojas cada noche mientras toman sus pintas y comen pizzas a tres euros en locales de dudosa legalidad.
Pero es que hay algo más. Grave y penoso. Y es que con este colapso e invasión indígena, Málaga se está quedando sin eso mismo que a muchos provoca indignación: Bares.
No hay bares. Están desapareciendo de manera progresiva para, en su lugar, abrir porquerías pensadas en el extranjero. Un bar menos significa un local más decorado con atrezo falso y con la vista puesta en George y no en Paco.
No hay barras con gente de aquí. No hay cocineros desarrollando ideas. No hay espacios en los que sentirse de aquí. Todo ha cambiado. A peor. A mucho peor. Y se cuentan con los dedos de las manos los espacios que aún mantienen la esencia y en los que poder sentirse bien y disfrutar del concepto tan bueno que es el de los bares.
Están en peligro de extinción los lugares de comer y beber con tus amigos y rodeado de Málaga. Y eso es cultura. Y eso es importante para el propio devenir de la ciudadanía pues, de lo contrario, seguiremos franquiciando nuestras propias vidas para comer y beber a la carta según decisión de las grandes empresas que manejan la hostelería.
Ya pasa con el comercio tradicional, desaparecido en nuestra ciudad por el mordisco de las grandes cadenas, y sucede lo mismo con la hostelería. Y si no lo cree piense en bares del centro que sean de gente de aquí y visitados por personas apellidadas Pérez y Guzmán. ¿Cuántos le salen? Pocos. Muy pocos.
Pero de estos lamentos no habla nadie. Ni siquiera el hostelero. Porque sabe con tranquilidad que la eficiencia y el ticket de Melania no es el mismo que el de Mari Carmen que, al salir del médico, se toma su tapita y su sin alcohol con su marido.
Así que nada cambiará. Y el centro seguirá extinguiéndose como tal para convertirse en un parque temático y de atracciones para los de fuera. Y vendrá bien. Porque así marcharán los últimos valientes que habitan en sus calles. Y dejarán el cien por cien de los pisos para llenarlos de literas y camas de Ikea y ser carne de Airbnb. Que eso es lo bueno. Eso es lo que gusta y da dinerito.
Y quédense con la copla. Ojo a los barrios. Que están pegando fuerte y con razón pues se empiezan a convertir en los bastiones de la resistencia malaguita. Desde Cerrado de Calderón hasta la Victoria, Huelin o La Paz. Lugares que acabarán siendo de culto con hostelería de la buena de aquí y de la que podremos seguir disfrutando hasta que vengan las masas de extranjeros a comérsela.
¡Más bares!
Viva Málaga.