Con la feria de Málaga pasa que, al llegar su fecha, somos muchos los que nos echamos a temblar en la ciudad. La indefinición por defecto y la falta de solera por concepto hacen de esta feria un crisol de recortes que en la mayoría de los casos resulta a cual peor.
Pudiera parecer que, una crítica o lamento hacia nuestra feria basado en la mera antipatía sería un grave error de egoísmo pues el “si no me gusta es una porquería” no es señal de inteligencia. Pero no circulan por ahí los carros en esta historia. La Feria de Málaga a día de hoy adolece de manera grave de una frágil personalidad que la lleva a ser una entelequia que cambia cada año sin llegar a cuajar en un modelo estable, importable y seguro.
Ante esta circunstancia, la fiesta supuestamente más potente del año configura una ciudad que padece unos efectos secundarios importantes: deterioro del centro histórico, una imagen más que reprobable en cuanto a estilo, historia y cultura y algo más doloroso aunque desapercibido: El desapego absoluto de los ciudadanos hacia sus propias tradiciones.
Personas de fuera y dentro bailando reaggeton del más soez en los muros de la Catedral o su Palacio Episcopal, en traje de baño y sin ningún tipo de límite hace de la feria un esperpento para muchos de nosotros que observamos cómo la marca “Málaga” se desmorona al llegar mediados de agosto.
Y dan ganas de huir. Marchar por anhelo de las ferias pretéritas y la búsqueda continua de una identidad en constante transformación a peor.
Pero esta ciudad siempre guarda algo. Un as para para que seas consciente de que no es Cartojal todo lo que reluce. Que hay vida más allá de la chancla. Que hay abanicos de tela. Que quedan volantes bien puestos y que hay guardianes de las tradiciones. Bastiones de la Málaga viva sin desprestigiar y con un claro objetivo: mejorar la ciudad y su feria queriendo para ella lo mismo que para nosotros mismos. Es decir, lo mejor.
Y uno de esos reductos, quizá el único, se sitúa en la Feria de Málaga. En su real del Cortijo de Torres. Y se llama La Espiga. Y es, a Dios gracias, la esperanza de nuestra feria. ¿Por qué? Porque es fiesta real. Feria de verdad. Familiar pero abierta. Con aperturas de miras musicales pero con un marcado acento andaluz. Con las tradiciones como punto de partida y objetivo vital. Y con el claro convencimiento de que así debiera ser por siempre nuestra feria.
Así son los amigos de La Espiga y de esa manera lo demuestran cada año. Con la ilusión de ser partícipes de su propia feria. Con el entusiasmo por decorar de la mejor manera su caseta pues se acaba convirtiendo en una extensión de sus propias casas. Y con el ánimo puesto en hacer Málaga en feria y feria en Málaga dejando a un lado en el lucro.
Cambiaron el chip y navegaron contracorriente. Málaga viraba hacia la mercantilización de la feria. Primaba el dinero de unos cuantos sin pensar en los de aquí que acabaron convirtiéndose en mercaderes de la ciudad a costa de un puñado de dólares sudados de los que venían a reventar nuestras calles con vino en botella de plástico y camiseta de tirantas.
Y desde sus orígenes hasta el día de hoy, La Espiga es feria. Y de Málaga. Con acento y sentido desde que entras por la puerta hasta cuando cenas o almuerzas. Una caseta con vida durante todo el día y los días. Un grupo genuino que cumple este año cuarenta y dos años de vida y la suerte de tener presentes aún a algunos de sus fundadores entre los que destacan el gran malagueño que es José Luis Piédrola, Maty Soriano o Lola Romero.
Gracias a ellos, entre otros, se crea en el año setenta y seis del siglo pasado algo que hoy es más que unos mostradores y carteles de papel. Es una caseta convertida en entidad. Con compromiso social. Con sus eventos durante el año y con un galardón para reconocer a aquellos que hacen de esta ciudad un lugar mucho mejor. De ahí nacía en el ochenta y uno La Espiga de Oro que tiene en Alcántara, Revello de Toro o el Padre Mondéjar a muchos de sus reconocidos galardonados.
¿Eres malagueño? ¿Y con qué te quedas? ¿Con un formato de feria familiar, tradicional y ordenada? ¿O prefieres una fiesta distorsionada y carente de personalidad? ¿Prefieres lugares definidos, bien decorados y sentir que no son franquicias de discotecas en otro lugar de la ciudad sino una feria de verdad como las de siempre? Dime. ¿Qué prefieres? ¿Rodearte de desconocidos? ¿O sentirte forastero en tu propia casa? Si no sabes responder a estas preguntas vuelve al principio de este párrafo. Y pregúntate nuevamente si realmente eres de aquí y sientes y padeces tu ciudad.
Es imposible querer bien a Málaga si jaleas algo que la destruye poco a poco. Pero no huyas. Quédate. Porque hay vida. De la real. Y en el real. Aunque pudiera estar en cualquier sitio. Porque La Espiga seguiría siendo ejemplo de cómo hacer una feria con solera y categoría aunque abriera sus puertas en la calle más recóndita de la ciudad.
Por eso hay que sentirse siempre orgullosos de nuestra tierra pues en ella nacen proyectos que dan lustre y hacen historia. Y esta buena caseta es ejemplo de todo eso.
Porque son feria. La nuestra. La que muchos anhelamos. Y a la que nos resistimos a olvidar.
Viva Málaga y viva La Espiga.