Está llegando la situación de la masificación turística de Málaga a tal punto que, para pasar desapercibido por el centro histórico, resulta útil y necesario ir arrastrando una maleta de ruedas. Parece broma. Pero no lo es. Un servidor acude a diario al corazón de nuestra urbe y ésta se encuentra conquistada por los chancletistas durante todo el año.
Por ponerles un ejemplo, en el Café Madrid, donde desayuno con cierta asiduidad, es común y habitual estar rodeado de señores que, mientras tú tomas tu tostada del pan maravilloso que cada mañana sirve el esperancista Silvestre Luque, ellos den comienzo a la mañana con pescado frito, judías o una copa de vino blanco.
Y no pasa nada. Cada ser humano es libre de hacer lo que le plazca pero, para los seres humanos un poco Conservador es en lo que a raíces se refiere, nos gusta que los sitios clásicos se mantengan incorruptos ante el voraz apetito de la solitaria guiri que arrasa allá por donde va.
Y muchos nos preguntamos ¿Esa es la ciudad que nos ha tocado vivir? ¿Málaga no tiene más remedio que ceder ante el parné del AGP? Pues estoy convencido que no. Y lo pongo en cuestión de manera extraordinaria pues no encuentro diferencias entre otras ciudades más turísticas si cabe que Málaga donde aún se mantiene la esencia y se cuida del todo la convivencia entre los lugareños y los forasteros en busca de sangría.
Qué duda cabe que el dinero que el forastero deja en la ciudad es positivo bueno y necesario. Pero todo tiene sus límites. Aunque ninguno aún ha tenido la fuerza que posee un ingreso en tu cuenta de tres y cuatro ceros mensuales.
Quizá, en esta situación, tendría que ser el propio Ayuntamiento el que tomara cartas en el asunto y forzara una regulación seria y coherente sobre el turismo local y la protección del patrimonio inmaterial de Málaga: Los malagueños.
¿Cómo? Pues facilitando una salvaguarda de los intereses propios de los ciudadanos. ¿Está bien los apartamentos turísticos? Por supuesto. Es una evolución como la de los Taxis a Cabify o Uber pero precisa de una regulación y una formalidad.
Por eso, de igual manera que para montar una flota de Taxis de los modernos hace falta tener un mínimo de coches, sería interesante que para poder explotar con una carga lógica de impuestos un apartamento en Málaga, tuvieras que tener una empresa dedicada a ello y ofrecer un mínimo de seriedad.
De nada sirve esto si, de manera cutre, media ciudad se ha convertido en un nicho de cubículos para huéspedes hechos de manera casera por personas que tienen una habitación libre o medio pisito que heredó de su abuela y acaba siendo hogar de niñatos del Reino Unido en busca de magalaluf.
Los ciudadanos de Málaga necesitan una protección municipal con urgencia pues peligra de manera extrema su bienestar y su viabilidad como ciudadanos con unos parámetros mínimos de calidad. ¿La vamos a tener? ¿Nos protegerán los que mandan? Pues no lo sé… pero todo apunta a que no… Y es que extraña muchísimo que hagan algo por nosotros aquellos que nos han llevado hasta aquí. Los que venden al mejor postor la ciudad. Los que permiten que se derribe para construir de cero. Los que priman al de fuera sin pensar en el de dentro. Los que no protegen lo nuestro porque lo nuestro tiene que ser los que ellos quieren que sea. O explicado de otra forma, la culpa de que la ciudad se haya convertido en un burdel de los turistas la tiene aquellos que quieren que Málaga sea como tal en el ámbito turístico. Como cuál en el cultural o como la otra en el plano equis. Y todo sencillamente porque quieren que Málaga sea de todo menos Málaga. Y no la asumen. No la quieren. La desprecian mientras sostienen la bandera verde y morada. Y eso, queridos amigos, es patético a niveles insólitos.
Málaga tiene que ser Málaga. Con sus turistas, como en todos lados, y con su característico sentido de la gentileza y la amabilidad. Pero seguir siendo Málaga. Que su centro siga teniendo sus papeles. Que los comercios y locales tradicionales se protejan. Que se prime lo de aquí frente a lo de fuera mediante tasas, impuestos y aranceles. Que no salga tan barato alquilar tu casa por internet y acabar promoviendo las despedidas de soltero a cuarenta euros el fin de semana. Que eso no es Málaga. Que todo no puede ser el Muelle, El Pimpi y El Pompi. Que también. Pero hay vida más allá de Roger, Susan y Henry. Que aquí estaba antes Juan, Pepe y Soledad. Que pagan sus impuestos. Y quieren vivir su ciudad con sus calles. Y nos las están quitando. Robando en nuestras narices para acabar facturando a uno de Barcelona y tributando en Irlanda.
De todo debe haber en la viña del Señor malacitano. Pero no de una manera tan extrema. No con tanta desmesura y nunca –de ninguna manera- con la cara tan dura que le echan aquellos que, por razones que todos desconocemos, pretenden convertir nuestra ciudad en una mezcla entre la Barcelona más mala, los Sanfermines más cutres y el peor de los escenarios de Valencia. Que no.
Y la prueba de que vamos camino de estrellarnos es el nulo avance de nuestra tierra en planos netamente de interés para el malagueño. O el débil fomento de la arquitectura de calidad y renombre frente al pladur y los cubos para los servicios que precisan los habitantes de esta ciudad.
Nos están engañando. Vamos perdiendo poder sobre el guiri a pasos agigantados. Y ya se valora más en esta tierra si en la mano llevas un trolley en vez de llevar una cartera con documentos como un trabajado cualquiera. Nos están troleando. Que es una expresión moderna para decir que nos toman el pelo. Y como en este caso lo hacen a través de los guiris que cada día campan por nuestras calles con su maletilla, se puede afirmar que nos están Trolleyando.
Aquí seguimos y seguiremos. Viendo como todo cambia y acaba siendo de cartón cuando antes era de escayola. La cantaora ya se fue. A la del peligro de la libertad ya no se le espera. Pero lo de hospitalaria se ve que se ha llevado a tal punto que se nos ha ido de las manos.
No sé qué resulta más lastimoso si que la ciudad se rompa o que a nosotros nos importe tres pepinos. Todo está consumado.
Viva Málaga.
«Que se prime lo de aquí frente a lo de fuera mediante tasas, impuestos y aranceles». ¿No queremos un mundo sin fronteras?. Parece incoherente.