Esta ciudad tiene unos comportamientos rarísimos a la hora de encauzar un pensamiento. Es muy difícil encontrarse con un criterio común que guíe a la mayoría de sus ciudadanos en una batalla especifica. Siempre llueve. Y siempre con el gusto de todos pues son todos los que participan en la marcha común perenne malacitana: la de la indiferencia.
Si coge usted la semana que hoy comienza su liquidación y la analiza, se dará cuenta de la cantidad de estupideces supinas que se han tratado, considerado y debatido en esta tierra bendita del sur a la orilla de la mar.
En principio, esta manera de marear perdices, solamente puede responder a dos cuestiones fundamentales: el desprecio absoluto de muchos de aquí sobre los de aquí y la necesidad de intentar torearnos para no hablar si quiera un poquito de los verdaderos avíos con los que se están haciendo el puchero en nuestra cara.
En el primero de los asuntos, resulta sorprendente cómo en la ciudad del aperturismo, la cultura y lo cosmopolita, se sigue redactando la vida local desde la atalaya de la hegemonía. Una superioridad virtual y errónea a la que se encumbran infinitos seres empujados por los cuatro talibanes que, escondidos y con risilla, permiten que unos vainas jueguen a decidir -sin saber que no tienen poder ni en elegir si tomará patatas fritas o asadas- sobre algún asunto singular.
Este modus operandi es bastante común en las sociedades avanzadas pues son ellos, los tiradores de manta, las marionetas perfectas para quienes medio manejan de verdad esta ciudad como si de un Monopoly cutre se tratara. En cualquier caso, resulta penoso a niveles insospechados, darse de bruces con espantapájaros de mentira para intentar vender mensajes del todo contrarios a la realidad de quienes les dan de comer.
En Málaga se apoya una torre patética en mitad del puerto por una serie de motivos que, sin duda alguna, revientan la otra mitad del ideario de aquellos que portan la bandera de la defensa de ese bodrio.
En Málaga se callan infinitas veces verdaderas barbaridades contra el patrimonio, la cultura y la historia de nuestra ciudad mientras se venden tradiciones partidas en coleccionables para sacar más papel a la calle.
En Málaga se permite que individuos extraños paseen a sus anchas las vergüenzas de gestiones culturales y museísticas de dudosa calaña pero se tira la piedra ante atentados descarados como la campaña publicitaria gratuita de Invader a costa de todos y a beneficio del de anteriormente mencionado.
Aquí. En Málaga. Se está repartiendo leña indiscriminada según toque, ya sea con el dedo acusador o dando lecciones de igualdad, moral y verdad. Y, sin darse cuenta, lo único que están promocionando es a la escuela de arte dramático pues no se conoce mayor película montada que la de aquellos que pretenden vender bondad común cuando lo que buscan es interés personal.
Pero ellos. Solamente ellos. Los interesados y sus actores, son los que están consiguiendo que exista el segundo elemento surrealista al que antes hacía alusión junto al desprecio a todos. Y es la necesidad imperiosa de vender una realidad paralela-s que consiga que la masa se quede tranquila.
Y lo hacen. Una y otra vez. Y resulta ridículo y surrealista. Que vendan la igualdad los más desiguales. Que vendan las denuncias de censura de una iglesia “arcaica” los que con una mano levantan el puño y con el otro extienden su mano en plano para saludar.
Dónde se ha visto tal nivel de mentiras. Dónde se ha conocido una hipocresía mayor que la de aquellos que venden medias verdades para ocultar las mentiras. Pues aquí. En Málaga. Y sucede con todo y con todos. Y asusta. Pues la infantería es igual de pobre y tiesa que tú y que yo. Y no se entiende que salga tanto fake news malacitano cada dos por tres. Que estamos dejando a Rusia en mantilla.
Aburre. Aburren. Y no se lo cree nadie. Pero no pasa nada. La mona se puede vestir con la mejor de las sedas y los encajes de Bruselas más valiosos. Que seguirá siendo una mona peluda y fea. Y la chusma seguirá siendo chusma y obrando como tal. Y los palmeros seguirán con las manos en carne viva de tanto alabar al primero que les convenga. Y el boletín oficial seguirá siendo el boletín oficial. Y los fachas seguirán siendo los fachas. Y los falsos progresistas también. Y lo moderno de verdad seguirá siendo lo moderno de verdad. Y nadie lo olerá porque no alcanzan por muy alto que estén. Y así con todo. Con esto y con aquello. Con la porquería de torre en el puerto. Con la vergüenza patética de Arrajainal o con el despropósito absoluto del CAC.
Que aquí estamos todos muy vistos ya. Por eso quizá lo más sensato sea vender verdad. Y que la compre quien la comparta. Pero jamás vender mentira. Porque la acabarán comprando igualmente. Pero por el camino se irá perdiendo algo muy valioso para sobrevivir: la vergüenza.
Viva Málaga.
Pues así somos: con una vela a Dios y otra al Diablo. ¿Cuándo se ha visto que un Equipo de Gobierno (en minoría) se permita el lujo constante de «pasar» de la oposición -si es que existe- y de la ciudadanía? ¡Málaga, cuánto te quiero…!