Ha vuelto a celebrarse un año más “El día de los Verdiales”. El 28 de diciembre, con los Santos Inocentes, se congregan los fiesteros para su fiesta mayor en torno al concurso.
Para muchos es motivo de alegría presenciar y observar cómo algo tan propio de esta tierra se mantiene y perdura en el tiempo. Los Verdiales son seña de identidad de Málaga. Son cultura real y viva. Tienen papeles. Son nuestras raíces y poseen un valor enorme. Todo lo que traen es bueno.
Pero la fiesta de la fiesta, el día de ayer, nos ofrece sin duda alguna una imagen algo peculiar que no deja claro cuál será el futuro de esta celebración.
Hace un año o dos, en este mismo diario, escribía un servidor al respecto de lo curioso y original que resulta observar cómo gente joven se acercaba a la fiesta de los verdiales a disfrutar de las pandas y el ambiente que se forma en torno a ellas.
Pero pasa el tiempo y, al observar de nuevo la historia, queda claro que es una minoría bastante destacada la que pasa tres pueblos del asunto.
¿Quién va el 28 de diciembre a la fiesta que décadas atrás congregaba a decenas de miles de personas? Pues a día de hoy, sobre todo, gente mayor. En una gran carpa –que le da un toque cutre importante al asunto-, se observa una marea de sillas de plástico en las que reposan los cuerpos de decenas de personas entradas en años que disfrutan felizmente del concurso.
Panda va. Panda viene. Y mientras tanto ellos –que seguro que en su época potente se tajaban en las ventas el mismo día 28 en torno a las Pandas- aplauden y disfrutan de algo que, visto desde fuera, bien pudiera parecer una actuación de una caseta de jubilados, una fiesta de una peña o simplemente un concurso musical a secas.
Tras ellos, una barra –en otra carpa horrible- ameniza la jornada con comidas típicas –y no tan típicas- acompañadas de vino y bebidas varias que no se sabe bien quién explota y por qué. Y en ese jaleo y en torno al aparcamiento es el lugar en el que se aglutinan personas en edad laboral en torno a las pandas o simplemente departiendo amigablemente.
¿Hay mucha gente? No. Y menos para lo que debería ser y lo que era. ¿Va gente joven? Alguna. Y no queda claro por qué motivo pues, dejando a un lado a los propios miembros de las Pandas, el gentío más joven que allí se concentra parece que lo hace por el contenido Underground o kitsch de los Verdiales. Y está bien que lo hagan porque en cierto modo llevan razón pero… ¿Y los demás?
Pues poco más queda que contar. Y haciendo el repaso tenemos: gente muy mayor sentada, un puñado de gente normal, el puñaíto de jóvenes que acude para molar y el pack político que llega, se sube al escenario y al ratito vuela –porque tiene muchos compromisos-.
¿Tiene visos de mantenerse la fiesta así? Parece difícil. Y está en manos de ambas partes solucionar el futuro de algo que, si Dios quiere, pronto será algo reconocido y protegido por su interés cultural.
Por parte de los políticos es evidente que es necesario un compromiso y trabajo para mejorar y promocionar la fiesta. Debe volver a su origen. Debe regresar a lugares propios de ellos. Que vuelva a los montes. A Los Gámez. A donde sea. Pero que se marche del recinto ferial en el que pierde toda su gracia.
Quizá nadie imaginaría al Alcalde y los concejales encima de ninguna tarima en la venta El Túnel –o sí- y siempre queda mejor una buena carpa amiga para montar allí la fiesta sin problemas y con facilidad.
En cualquier caso es más que evidente que resulta necesario que los que mandan se tomen en serio la protección de la fiesta hasta el punto de llevarla a su mayor grado de promoción y protección y no en el abandono en el que se encuentra.
Y en segundo lugar quizá haya llegado el momento de que las Pandas se planteen su futuro de alguna manera que les garantice la subsistencia o de lo contrario acabarán relegadas a fiestas minúsculas y como grupo musical para fiestas, bodas y cuatro actuaciones pagadas por los ayuntamientos de turno para justificar que quieren mucho a su cultura.
Piensen bien en la edad de los que ocupan las sillas de la carpa. Piensen en quiénes quedarán en veinte o treinta años. Y los mimbres están para mantenerlo en condiciones. Los verdiales son fiesta. Son vino. Son rifas y choques. Son bullicio, zapatos llenos de tierra y gente joven alrededor con su botella en la mano y el lomo en manteca.
Pero parece que no. Que resulta que los montes no son seguros. Que mejor en un recinto ferial en una carpa. Y es que además mejor todo con altavoces para que lo escuche la gente. Ah y el vino vale…pero poquito, porque no se puede promocionar ni promover el alcohol en la sociedad. Ah y que vaya en botellas de plástico para no contaminar. Y hay que poner comida también para los niños. Unos perritos calientes americanos o algo… vaya a ser que tengan que comer pan con chorizo y entonces regañen a su madre. Bueno y si es posible que haya buenos aparcamientos y accesos. Lo mejor será que una empresa externa se encargue de organizarlo todo así tenemos seguridad profesional. Ah y que tomen la palabra los políticos para contar al público que ellos han promovido todo aquello. Eso. Ahora sí.
Da pena, ¿verdad? Pues parece ser que por ahí caminan ya los verdiales y su día de los tontos.
En la mano de muchos está pensar en algo interesante para mejorar el asunto. Que se nos escapa de las manos y no nos damos cuenta. Y serán Verdiales del olvido.
Viva Málaga.