El pasado día 31 se inauguraba por fin el Gran Hotel Miramar. Una ostentosa fiesta en la que se convocó al establishment malacitano fue el punto de partida oficial para la apertura de gala del que ya es “el mejor hotel de la ciudad”.
Hasta ahora, el hotel Málaga Palacio ha sido el lugar clave de la ciudad para albergar a las grandes personalidades. Cualquier evento que se precie se realizaba allí y todo el mundo paseaba por su entorno en fechas señaladas pudiendo observar a distinguidos huéspedes deambulando por su hall.
Málaga precisa con urgencia de plazas hoteleras dignas más allá del –también digno- universo de los apartamentos turísticos. En este sentido, hemos tenido la suerte en los últimos tiempos de presenciar la apertura o renovación de algunos hoteles que han revestido a Málaga de un toque de dignidad.
En este sentido, aún a día de hoy, el hotel Málaga Palacio, con Jorge González al frente, sigue siendo el hotel de referencia de la ciudad.
Aún mantiene toreros. Aún mantiene la esencia de Málaga en sus paredes aunque brillara nuevamente hace poco con su remodelación interna de cara a su aniversario.
Habrá rivalidad entre ambos. No cabe duda. Pero quizá lo deseable es que ambos mantengan el nivel. Que sean el María Cristina y el Londres en San Sebastián. El Ritz y el Carlton. Que tengamos una pugna entre ambos para albergar cosas importantes.
No sabemos cómo va a funcionar el futuro de la ciudad de cara a grandes momentos como son el Festival de Cine Español. No sabemos qué aire se respirará en Feria o Semana Santa. Y en ese aspecto el de Jorge lleva ventaja.
Un corazón en el centro sin olor a playa ni sardinas aporta un caché del cual es difícil desprenderse si lo que tienes delante es una estupenda playa y toallas colgadas en los balcones.
Ahí estará el gran reto del Miramar. En mirar al Alfonso XIII. En echar el ojo a La Bobadilla e incluso ojear a Cortesín. El establecimiento tiene los mimbres históricos para que Málaga se limpie la pátina de chancleteo y recupere el esplendor de la maravillosa avenida que conectaba a la alta sociedad con el centro. Desde los hotelitos del Limonar o el Caleta Palace hasta llegar al Miramar.
Por el camino de esta nueva era se han observado quejas, denuncias públicas y problemas propios de una gran construcción y –en muchos casos- con la queja o crítica de aquellos grupos políticos que relacionan cualquier promoción privada con el mismísimo demonio.
En ese sentido cabe destacar y aplaudir cómo estuvieron presentes casi todas las fuerzas políticas de la ciudad. Pero hay que destacar de manera curiosa cómo –o no fueron o se escondieron bien- los representantes de Izquierda Unida. Y por el contrario, cómo sí estuvieron los representantes de Podemos.
Curioso que los concejales de la corporación morada tengan la capacidad de acudir a un evento clasista, elitista, de gente influyente y poderosa de la ciudad en un espacio en el que la habitación más barata ronda los trescientos euros.
Oye, que a mí me parece fenomenal. Que es estupendo y maravilloso. Pero resulta ridículo y hasta patético que los que venden un mundo irreal paralelo de banderas, camisetas con mensajes y charlas alegóricas a los grupos “conservadores” acaben comiendo ostras y tomando copas en el hotel de los ricos, adinerados y burgueses.
Peor para ellos. Porque quedan mal. Porque dan mala e imagen y hacen ver que gran parte de este tipo de políticos con de eslóganes del Ché se quedan en nada cuando son capaces de hincar la rodilla ante dos lascas de jamón.
Igual es que esa noche no había nada en el patio cochambroso de La Invisible y pudieron ir. La vida…
Pues hasta eso lo hizo bien el Miramar pues fue capaz de llegar a convocar a los que supuestamente no ceden ante el imperialismo. Je. –menos mal que siempre queda alguno con dignidad-.
En cualquier caso, tras el brindis y los fuegos de artificio, ahora toca esperar a ver cómo cuaja y asienta el hotel en Andalucía. En cualquier caso, una vez haya pasado el tiempo de pompa y boato falso al que los medios están acostumbrados, habrá que ir a oler. Tocar bien las paredes. Pasar desapercibido y usar el hotel de verdad. Sin mentiras. Sin visitas guiadas y sin invitaciones porque saben que vas a escribir o hablar de él.
Ahí se verá el Miramar y su categoría. En su servicio. En su amabilidad. En el trato con los proveedores y en cuánto compran, cuánto hacen y cuánto encargan fuera. Porque ahí también se hace ciudad con un hotel de esas magnitudes.
Hay ganas de ir. Sentarse y mirar al techo. Y saber que aquí estuvo un rey, jueces y Jesús Gil abanicándose desde la planta de arriba mientras asomaba al patio central su barriga peluda.
Es un combo mix muy representativo de la ciudad y dentro de lo que cabe tiene hasta su punto.
Al margen quedan los detalles de la obra que, según algunos entendidos, deja mucho que desear en cuanto a protección del patrimonio se refiere. No sé si es así. Pero bonito se ve. Imponente. Histórico. Aunque su color se haya aclarado queda que le caiga Málaga encima para ver su madurez.
La ciudad ha recuperado uno de sus emblemas. No sé si estamos preparados para él o acabaremos pervirtiéndolo como sucede en infinidad de ocasiones. En cualquier caso ahí está. Vivo de nuevo. Haciendo de la zona este un lugar más exclusivo.
Bienvenido Miramar. Bienvenida Directora. Bienvenidos chorritos con luces de colores horteras de la piscina.
A ver cómo sale la cosa. El hotel estaba antes que todos nosotros y tenía mucha categoría. La empresa no es fácil. Con igualar lo que había, la ciudad se conforma.
A disfrutar de nuestro mejor hotel. El Miramar.
Viva Málaga.
¿Cómo alguien que se dedica a escribir puede hacerlo tan mal?
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Gran artículo, mejor objetividad.