Escribir sobre restaurantes se está convirtiendo en una odisea. Resulta muy difícil comentar y opinar sobre lugares en los que comer ya que te la juegas y se la juegan a partes iguales.
Es del todo ridículo ir a un restaurante avisando de que vas a ir y que escribirás sobre ello en un periódico. Es estúpido creer que uno va a ver la verdad de la vida con la presentación hecha dos días antes mediante un mail y parece surrealista que a día de hoy haya personas capaces de este tipo de asuntos en diarios de primera línea.
La crítica gastronómica real solamente será creíble si viene de la mano de alguien que acude a los sitios de manera anónima y especialmente se entenderá mejor el veredicto si las cosas que consume las paga de su bolsillo ya que la cuenta final influye y mucho en el regustillo que dejan los platos.
Me gusta escribir de aquellos lugares que me gustan y son curiosos en la ciudad –la cocina moderna merma-. Es interesante usar un altavoz para contar que en Málaga hay sitios que para muchos no existen pero que tienen algo que contar. Por desgracia para mí, cada vez que escribo sobre algún bar que me gusta tardo bastante en volver ya que pocas cosas son más desagradables que observar a un restaurador agasajar a alguien por haber dicho cosas buenas sobre su negocio. Se entiende su agradecimiento. Y se debe entender el rechazo del agasajado. Así que para volver aquí, me queda.
Pues sucede que Málaga con esto del turismo sigue dejando un poco de lado el paladar propio para dar de comer a John sin dar de comer a Juan. El centro tiene lugares estupendos y también verdaderos petarnos que dejan huérfano de espacios donde comer bien al malagueño interesado en el asunto. Pero gracias a Dios surgen de repente lugares que hacen que la ciudad siga teniendo interés y que los barrios recuperen vida ajena a la de sus huéspedes.
Con esto de Sabor a Málaga, las politizaciones y las modas culinarias, se ha escuchado hasta la saciedad un nombre propio: La Cónsula. Salvemos La Cónsula. Viva La Cónsula. Todo Cónsula. Bien. Y Es bueno. Porque esa escuela de hostelería siempre ha sido referente y de ella han salido grandes cocineros pero… ¿No hay nada más? ¿Está allí la varita mágica? Lo dudo. Por algo muy sencillo. Porque las técnicas son elementales. El gusto de puede domar. Pero la creatividad, el ingenio y la capacidad de hacer cosas buenas difícilmente saldrán de una clase. Supongo que son dones. Y de eso saben dentro y fuera de esa escuela.
Y de fuera ha salido alguien que ha creado algo muy bueno. Se llama Álvaro Ávila y hace cuatro años creó “La Alvaroteca”. Un lugar bueno en Málaga. De los que hay que ir a descubrir y que consigue manejar a la perfección la cocina nueva y vieja mezclando y sin mezclar.
Yo no sé qué es La Alvaroteca. No sé si es un bar. No sé si es una taberna. No sé si es un restaurante. Porque puede ser casi de todo. Pero la cuestión es que en calle Gerona –detrás del edificio negro- y oliendo los ecos de la Cruz de Humilladero se levanta un negocio discreto del que jamás esperas encontrar lo que encuentras.
La casa de Ávila hace cocina tradicional –ojo con sus cucharas clásicas y el buen trato a las fabes- y también se mueve bien en los asuntos más llamativos –unos lingotes de foie que llaman la atención al verlos y al probarlos al mismo nivel- de tal manera que cumple las expectativas de la mesa media española compuesta por un rancio, una moderna y dos que solamente se guían por si está bueno o no.
A esa cocina se le nota trabajo y dedicación hasta en un potaje o un arroz. Todo está bueno. Todo sabe bien y existe una evidencia muy llamativa de que allí las peonás son largas y bien aprovechadas.
Es gloria bendita encontrar en Málaga sitios buenos de entre la cantidad de hamburgueserías camufladas de lugares gourmet por poner platos de pizarra. Es un lujo encontrar vinos de Málaga y de fuera con cierto criterio y no basándose en que llevan la etiqueta de tal o cual consejo regulador. Podemos felicitarnos por lugares como éste aunque estoy convencido de que hay mucha gente que aún no tiene ni la más remota idea de que existe.
A esta familia le va bien. Y se nota. Hace relativamente poco el local estaba en otras condiciones y ahora brilla. Ha cambiado por completo y si bien es cierto que uno no se ubica bien con la decoración –en diez pasos eres capaz de pasar de Bistró americano a un espacio neutro y a la guerra de las galaxias-, el resultado invita a quitarse el sombrero ese del que siempre se habla pero nadie usa ya.
Una sala fresca y limpia. Copas buenas. Muchísimos camareros atendiendo sin parar para no tantas mesas. Muchísimas reservas. Todo cogido. ¿Hay algo mejor para un cliente que llegar a un bar y que te digan que casi todo está reservado salvo allí o allí?
Qué suerte contar con sitios como La Alvaroteca para descansar en Málaga de pizarras, mini cosas revestidas de modernidad y copias de la copia de la copia. Vayan. Porque además han dignificado algo que pocos sitios hacen: El menú del día. Cuidado con eso. Manejan una carta a la perfección y encima ofrecen a precio bueno un menú largo de primero y segundo con cosas estupendas y en vajillas dignas y mantelerías de tela.
Esa Málaga es la de todas las escuelas de hostelería. Pero sobre todo es de aquellos con esa capacidad tan extraordinaria de hacer las cosas bien o mejor no hacerlas.
Lafont, un ilustrador americano con ráfagas malacitanas firmaba muchas de sus obras con “Picasso is not the only one”. De esa manera decía sin decir que hay vida más allá de lo establecido. Hay mundos buenos y quién sabe si mejores fuera de las fronteras de los libros de instrucciones. Y eso le pasa a esta casa de comidas. Que triunfa, brilla y da sentido a Málaga y sus barrios porque “La Cónsula is not the only one”.
Viva Málaga.