De vez en cuando suelo escribir apuntes gastronómicos de la ciudad porque tengo claro que los bares y restaurantes de un lugar dicen mucho del terreno que pisas.
En Málaga se tiene mucho en cuenta la hostelería ya que somos punto de encuentro de turistas y visitantes de manera extraordinaria en comparación con gran parte del país.
Se da la circunstancia de que Málaga está por hacer y aún sigue en construcción. Eso tiene con parte mala que la historia de la ciudad está en manos de personas que no siempre aciertan aún teniendo en su poder el devenir urbanístico e histórico de nuestra tierra en sus manos.
Como parte positiva se entiende que, al poder modificar con tanta facilidad todo, se moldea una ciudad responsable en muchos aspectos que resultan imposibles en otras ciudades más encorsetadas.
La cultura enlatada que se trae de todas partes del mundo para ser expuesta no deja de ser un mercadillo de los que montaban en Martiricos pero enriquecido con dinero. Se cambia el nivel del que pasea por ellos y poco más. ¿Por qué? Porque trae dinero. Y ante un billete, son pocos los que miran más allá de la mano que lo entrega.
Es por eso que la cultura ha sido la coartada perfecta para poder gastar dinero público a mansalva en asuntos que realmente no tenemos claro que supongan un aliciente real y cultural para el ciudadano local. Pero ahí están. Las grandes superficies del turista que se impregna de cosas bonitas de medio mundo a cambio de que al salir se tome dos tapas en el centro. Para eso se trabaja aquí y por ellos viven muchas familias.
Es la vida. Pero hay otra cara de la moneda que es ese submundo extraño reservado para el ciudadano de aquí. Los bares, la oferta cultural e incluso el urbanismo pensado para el malagueño está ganando terreno de manera discreta sin dejar de lado las realidades de la ciudad.
Y yo venía aquí para decir que El Pimpi está dando en ese clavo. En el equilibrio perfecto en el que se asume lo que es Málaga pero sin dar la espalda a la ciudad. Y eso sucede desde hace pocos años.
Hace tiempo escribía un artículo hablando sobre Pepe Cobos. Ese señor que lleva la marca Pimpi las 24 horas al día y que ha conseguido montar un engranaje perfecto para hacer de esa gran casa un sitio del que sentirse orgulloso.
Hace poco tiempo aquél lugar era un nicho de guiris que echaría para atrás a cualquier malagueño con dos dedos de frente. Nadie quiere compartir mesa rodeado de turistas pues se sentiría un extranjero más. Pero como si de un goteo se tratara, la bodega malagueña con retintes cordobeses ha sabido implantar a la perfección un modelo más joven y renovado pero con la esencia de Bodegas Campos en Córdoba.
A mí me gusta El Pimpi. Puedo llevar a amigos allí. Puedo cenar allí sin pasar fatigas y han conseguido que se puedan celebrar eventos dignos en el centro de Málaga con un espacio bueno y moderno pero sin perder la identidad.
Solo hay que visitar los salones de la parte remodelada de la fachada o la zona moderna de La Sole –donde todavía no he ido-para darse cuenta de que la ciudad ya ha absorbido las raíces del negocio para hacerlo suyo.
Al igual que Málaga precisa de hoteles de cinco estrellas –a ver qué tal el Miramar– también necesitaba para sus gentes un espacio bueno y con solera que siempre esté presentable y sea grande y de nivel.
Los espacios son buenos. La cocina es buena. El servicio es muy bueno y el lugar y la marca han cogido caché. Y es que ahora ver a un trabajador con el uniforme del Pimpi por la calle da buenas sensaciones. Impolutos, perfectos y serios. Es genial.
Y antes…no era así.
¿Cómo se ha llegado a esto? Supongo que haciendo las cosas. Y gastando mucho. Porque se nota que hay dinero echado a mansalva. Pero más generará. O no. Ni me importa. Pero es cierto que son muchas las instituciones que reciben el apoyo de la bodega para celebrar, ser patrocinados o promocionar sus historias. Y eso son años ininterrumpidos de soltar una y otra vez. Y así, junto con una profesionalización extremadamente perfecta, se ha conseguido tener ese buque insignia con motivos y razón.
Evidentemente hay mil y una cosas donde poder rascar para sacar algo de roña porque en todos sitios hay pero es cierto que el resultado es tan perfecto que da hasta pena.
Y ahora que estoy releyendo mi columna bien parece que hubiera hecho un publirreportaje y mañana me abonen una suculenta cantidad o me inviten a algo. Pero no. Realmente lo escribo porque así lo pienso –por no decir porque me da la gana-. Pero es justo reconocer eso de lo que todos nos reimos algunas veces. Del Google de Málaga. Del Mercadona de Málaga. Del Pimpi. Esa gran empresa que es bodega pero es marca Málaga de la de verdad. Con sabor o sin sabor.
Me gusta El Pimpi. Y punto.
Viva Málaga.