Hagan moragas

24 Jun

"Una Moraga". Horacio Lengo.
"Una Moraga". Horacio Lengo.

Habría que hablar con los que mandan para que institucionalicen la jornada del 24 de junio como día mundial del indignado malagueño. Sí. Es un día clave. Una fecha propia. El momento en el que, el se queja por todo, toma las riendas de su destino y decide decir a boca llena “lo zucia que han deao los chavea las playa”.

Sí. Hoy es el posparto de la noche de San Juan. La noche menos corta del año.

Y es que, aunque sea lo contrario, es sin duda una de las jornadas nocturnas con más vida de todo nuestro ciclo vital urbano.

Si no lo han escuchado o visto en redes sociales o medios de comunicación tales como periódicos, autobuses o barras de bar, ya tendrán ocasión de ver fotos con las playas llenas de porquería.

Por lo general se ven imágenes de trozos de playa con bolsas de botellones caídos en combate, cristales rotos y un borracho rebozado en arena. Eso es todo. No acaba el mundo. No pasa nada.

Se trata de algo común cuando se celebra la noche de San Juan en todo el litoral español. Ya saldrá el telediario de Antena tres con las imágenes de Santa Pola donde un señor muy raro explicará su tradición de “la nit del foc de san lloan di nuit da caloret relaxing cap, etc, et”.

Pero Andalucía es distinta. Por suerte. Y en los momentos clave –que son los festivos- conseguimos llegar a niveles bastante buenos de calidad. Y es que mezclar playa y fiesta en el sur solamente puede tener como resultado cosas bonitas.

Cádiz cada año se convierte en una gran rebujina durante el trofeo Carranza y sus barbacoas en la playa. Aquello es un desmadre tremendo y se mezclan barbacoas, señoras con sillas y fiesta dando como resultado un producto autóctono digno de reportaje de National Geopgraphic.

Pero llega Málaga. Y supera a todos. Y es que aquí tenemos nuestra propio modus operandi para explotar las playas: Las moragas. Que sí oiga. Las moragas tienen su origen en Málaga. Son de aquí. Producto propio local. Sabor a Málaga. ¿Yo? Producto andaluz.

Mawráq, que en romandalusí quería decir asadura, es el término que llega a nuestros días como moraga y que tiene su origen en las costas malagueñas y los usos y costumbres de sus habitantes.

Las moragas eran las celebraciones o fiestas discretas de las que los pescadores disfrutaban al acabar de tirar del copo en las costas malacitanas. Una vez recogido el pescado, se procedía a su asado acompañado de vino malo y cante y baile posterior con mucho más vino malo. Vaya, tajarse en la playa oliendo a pringue.

Esta fiesta ha ido evolucionando y mutando hasta llegar a nuestros días en los que, por diversas razones está bastante mal visto en general. Hoy por hoy se llama hacer una moraga a ir a la playa a hacer botellón y comer porquerías –si eres joven- o a llevarte un tráiler de aparatos y utensilios para acabar haciendo una barbacoa en mitad de la playa y terminar hasta la coronilla porque estás a 36 kilómetros de tu casa.

Uno de los motivos clave para el declive de esta fiesta autóctona ha sido la poca protección por parte de las autoridades para la práctica de esta celebración tan bonita y tan propia del malagueño. A día de hoy si quieres hacer una moraga tienes que acudir a un ayuntamiento, pedir un permiso, que te lo den e irte a una de las playas en las que se permiten dichas celebraciones pero siempre sin usar cosas horribles y peligrosísimas en una  playa a medio metro del agua tales como una hoguera chica o una barbacoa en condiciones.

Y me resulta curioso. Porque se le viene a la mente a uno fiestas loquísimas como llevar a un toro con los cuernos llenos de fuego por mitad de la calle o hacer torres con adultos y niños que se caen y se esmoñan. Pero no. Eso es bien. Lo mal es asar sardinas en la playa.

Pues así está la cosa de prohibitiva. De tal manera que una fiesta bonita, sencilla y fácil ha ido devaluando en fondo y forma hasta ser un gran botellón. Y es que si no te dejan hacer nada y solamente puedes llevar pan bimbo y mortadela Mina para no perjudicar al medio ambiente dime tú qué hace la gente. Pues beber hasta ver cuádruple.

Y así está la cosa. Y cuando llega San Juan se multiplica. El Ayuntamiento organiza un concierto mojón, las señoras se mojan los tobillos –que los traen hinchados porque mira cómo los tengo porque tengo astrosi- y se convierte el litoral en el Bronx, el vidrio tiene alas y vuelan las botellas.

Así hasta que sale el sol. Y se encuentra el percal el típico señor que acude bien temprano a darse su bañito fresquito y se indigna porque hay mucha suciedad.

Es comprensible su enfado. Pero hay que intentar asumir un poco las cosas.

Creo que no pasa nada porque un día la playa amanezca comida de mierda. ¿Qué pretenden que pase si se concentran cientos de personas a comer y beber en la playa una noche entera? ¿Creen que amanecerá todo tendido planchado y oliendo a Vernel? No. Aquello es un estercolero como lo es el suelo de calle Larios un jueves santo cuando pasa la última o el graderío al acabar un partido de fútbol. Y si encima de las moragas se va uno como las Grecas pues imaginen la capacidad de recoger escombros que tiene el personal a esos grados.

La gente produce basura y se recoge y punto. Pero ojalá la porquería fuera otra. Ojalá ver más pescado. Más vino dulce. Más identidad aunque sea en la mierda. Pero tenemos historia. De la buena. De la que pintaba Horacio Lengo –Pintor de Torremolinos con el mejor cartel de toros de Málaga bajo mi humilde opinión- y su obra “Una moraga”. Que no se pierdan esas señoras con sus bañadores enormes y su nevera con una gama de productos alimenticios infinita.

Que sea el ciudadano el que decida que no quiere hacer más moragas y que desaparezca. Pero que no sean las normativas bobas las que acaben con algo que, si fuera típico de Cataluña –por poner un ejemplo- seguramente estaría más que protegido y habría libros y libros sobre el asunto.

Somos torpes. Y flojos. Porque las moragas hay que defenderlas y practicarlas. Hay que llegar a las casas oliendo peste a sardinas y a candela. Con la rociá en lo alto y la humedad calando la sudadera que huele a mil demonios. Que cante la gente aunque sea mal. Y que se disfrute de una playa que es de todos y a la que no le pasa nada si un día necesita doble pasada de escobón.

Hagan moragas. Aunque sea de tapadillo. Si la policía nunca pasa. No multan. Eso lo dicen para asustar. Yo las he hecho y no me han dicho ni mú –bueno tengo que mirar el buzón pero hasta ahora no-. A lo sumo aparece una pareja de policías locales y les apaga el fuego a unos niños que hacen en San Juan su hoguera con los apuntes del colegio de todo el año y hacen el chorra quitándole a los chiquillos su momento de diversión.

Que esta tierra tiene muchas cosas buenas. Y las moragas son una de ellas. Asa sardinas. Bebe Pajarete. Siéntate en la arena fría y lleva la peor toalla que tengas. Observa pasar al hombre raro con el detector de metales. Saluda al que va a pescar “zarguetone” con la compañía de su transistor.

Pero no lo haréis. Porque ahora pedís toallitas de limón en los chiringuitos para que las manos os huelan a cítrico y no a manolitas.

Venga hombre por Dios bendito.

Viva Málaga.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *