Al festival de cine de Málaga le pasa como al Gran Poder de Sevilla en palabras del Padre Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, que nunca pasa; siempre se queda. Málaga vive en un certamen continuado de películas. En un bucle de larguísimometrajes que nos entretienen a diario.
Aunque ahora estemos saboreando las mieles propias del poco éxito de nuestro festival, la semana de las películas no deja de ser motivo de algarabía para el ciudadano medio. Hay colas –un día- para comprar abonos para ver las películas. Hay mucho meneo de personas por las alfombras para hacerse una foto con catorce filtros que subirán a sus redes sociales haciendo que babee el publicista que ha vendido a cuatro marcas la idea tonta de que miles de personas plantarían su cara delante de ellas.
Hay vuelo de acreditaciones. Bamboleo de tarjetas colgadas en los pechos de los cientos de malagueños -70%- y forasteros -30%- que hacen las delicias del respetable. Ayer ví uno en un supermercado en el Mayorazgo con la acreditación del festival colgada. Seguramente se le olvidaría a la criatura pero es cierto que todos lo mirábamos en la cola de la caja para ver si nos sonaba de alguna película.
Al final, como suele ser habitual, los artistas son acreditados por su cara y los de las tarjetas no llegan ni a figurantes aunque sí a figurones.
La cuestión es que a nivel práctico parece que el festival ha pisado el freno. Está dentro de una rotonda, con el GPS diciéndole que tome una salida pero aún no tiene claro cuál es, si la segunda o la cuarta.
Algo se debe estar cociendo dentro. Se mantiene al que paga el asunto sin rechistar -con atresmedia ni mijita que es sangre de mi sangre- pero no se percibe el ambiente con tanto descaro como en ediciones anteriores. Si bien es cierto que, echando un vistazo a la programación te das cuenta quién maneja el cotarro, puede que esté floreciendo de manera interna algún tipo de corriente que pretenda dar algún giro al festival.
No sabemos si el cambio de nombre da pistas del lavado de cara que se le presume. No sabemos si al nuevo hijo lo mantendrá el mismo padre. O si es el padre el que quiere, por intereses varios, que se abra a Latinoamérica el festival para exportar e importar sus materias primas cinematográficas.
Lo único claro es que la parte más chusca del festival sigue activa al cien por cien. Los muchachos disfrazados para intentar llamar la atención y que alguien se piense que son actores y que están en la pomada. El gentío en la puerta del Málaga Palacio y el Cervantes a grito pelado. Las fiestas malas de solemnidad en bares imposibles. Los regalos tipo Fitur con el que agasajan a los medios. La clausura y su estampida. La fiesta final con los hijos de media Málaga que han rogado a sus padres ir al evento para hacerse una foto con Mario Casas –que ya llevará cuatro días en su casa-, etcétera, etcétera.
Es un festival para las viejas. No hay emoción. No hay meneo. La estrella por ahora está siendo Malú que resulta que es una cantante. Y lo más sonado es Toro. Una película que se presentó en condiciones en Madrid y que no está en el concurso.
¿De qué vale entonces? Es evidente que para Málaga es positivo. Es bonito. Da vida. Pero bueno, una vez conseguido que ruede, quizá ha llegado el momento de pensar que bien pudiera enriquecer un poco más al ciudadano. Que coja costumbre. Que aprenda. Que aprecie un poco más el cine y que se cree una cultura similar a la de San Sebastián que, salvando las distancias, pudiera tener parecidos con el propio festival malacitano.
De esta historia nunca sale nadie contento de verdad. Ni los periodistas que cubren el evento. Ni los propios espectadores. Ni los críticos. Aquí solamente está contento el de la cerveza, los que trabajan dos semanas y los políticos del pepé porque no deja de ser escaparate para ellos y sus actuaciones positivas en la ciudad.
Y quizá sean estos últimos los que sí son de película. Y bien pudieran participar en algún festival cinematográfico. Podrían conseguir premios potentes en el de Sitges por aquello de ser de cine fantástico. Es terror. Efectos especiales. Drama. Todo junto y sin palomitas.
Porque nuestra semana de las películas corre peligro. Y es que puede que se contagie del picudo rojo cultural malacitano. Y acabe siendo todo un pastiche vacío. Falto de contenido y carente de sentido. Una papeleta rara que sea la película de las películas. Una gran interpretación de una mentira. La algarabía con decorados y actores de reparto para emular que se cuece cultura cuando lo único con temperatura elevada con los fans del actor semi púber de turno.
Que no falte la alegría del cine en la ciudad de los peliculones.
Viva Málaga.