Parece ser que las prostitutas de Málaga están regresando a su lugar de origen. No. No me refiero a sus países de nacimiento en el caso de las extranjeras sino que están caminando hacia atrás y volviendo a ocupar uno de los lugares más explotados por este gremio en nuestra ciudad: los alrededores de calle Córdoba.
Según los vecinos, asociaciones y comerciantes de este muro del mar, que es el antiguo ensanche malacitano, tras algún que otro año de cierta tranquilidad, las meretrices han regresado a la zona para ejercer sus labores.
Si bien es cierto que no se observa la depresión previa, llama la atención que salte la alarma sobre este tema ahora. Y ahí, puede suceder, que haya algún asunto del que nunca sepamos.
Desde siempre ha habido pilinguis en esas calles y de nunca han desaparecido del todo.
La cuestión es que ahora volverá a salir a la luz el asunto y en estos momentos ese lugar se supone que debe ser un crisol de cultura cuajado de empresas emergentes, artistas y cosas modernas de esas que nadie entiende. Pero no. No rotundo. Todo está igual.
El lavado de cara de la zona para que pudiera llamarse Soho consistió en colocar unos bancos –que ahora quieren que quiten para que no se sienten las mujeres de la calle-, la peatonalización de unas calles –por las que siguen pasando coches con permiso que viene a ser el 70% de los coches que pasan por la zona- y colocar unos badenes de obra gigantes para que la gente no corra –como si aquello fuera Le Mans hasta ese momento-. Ojo. Y todo eso por tropecientos mil trillones de euros de fondos de la quinta puñeta que supuestamente dan para desarrollo, cultura y vete tú a saber qué.
Al finalizar este remozado –esa palabra la aprendí gracias a los documentales de coches de Discovery Max– se propició la salida de las prositutas que cada noche cuajaban de algarabía, problemas e historias las calles del lugar. Nunca se supo cuál fue el proceso pero la cuestión es que bajó la actividad –que no cesó- y parecía que el futuro del barrio cambiaría.
Nada más lejos de la realidad. Han pasado los años justos para darse cuenta que aquello es un verdadero fracaso y la prueba más evidente la tenemos en el regreso progresivo y masivo de la prostitución a la zona. Ya no hay más pruebas señoría.
Aquello no es Soho. Aquello es un barrio bueno del centro. Una ciudad-despacho que por la noche se apaga y sirve de guarida para unos pocos.
Pero claro. Hay que pensar dónde queda el proyecto. Dónde queda el no haber conseguido nada y de qué sirvieron la inversión y los dedos señaladores.
¿Se imaginan un fracaso estrepitoso con mucho dinero tirado a la basura en una empresa privada? ¿Dónde irían los responsables? Pero esto es aún peor. Aquí has cogido la hucha de la abuela. O el dinero para la universidad del niño. O los ahorros de tu hermano para acabar haciendo nada. Pero no nada abstracto que no se sabe bien…. No, no. Nada de nada.
Todo ha quedado en unos murales previo pago y bajo encargo y quien sabe si censura y poco más. Los modelos del arte empapados de dinero puede que sirvan en ciudades solventes culturalmente como Berlín o Nueva York pero en tierras como la de Málaga, en la que el dinero llega con cuenta gotas, resulta del todo alarmante que se haya pegado el petardazo de esta manera.
No hay nada. Y si no que le pregunten a las prostitutas que han vuelto. A ver si notan el cambio. A ver si ven las diferencias. Porque además de unas ratas pintadas y algunos carteles díganme dónde se nota el cambio. En ningún sitio. Porque la vida sigue igual. Como Julio Iglesias. Pero aquí con acento francés. Pero no del Banksy francés sino del que explota el museo de las tres letras.
Al final todo queda en nada. Y son buenas las reflexiones de los artesanos para entender bien que la cultura es un negocio fuerte y potente. Y siempre que haya dinero de por medio jamás habrá cultura viva. Puede que la haya. Pero muerta. Pasada y manipulada.
Eso sí. El CAC funciona bien. Y trae cosas buenas. Ahora viene el hombre chino con las piezas de LEGO. Y eso está genial. Pero llega un momento en el que todo resulta tan escandaloso que se le quitan a uno las ganas de visitar nada que tenga que ver con líos e historias.
El arte es raro. Pero más raro son sus mercaderes. Y al final puede suceder que las alarmas por la vuelta de la prostitución carnal no sean más que un reflejo paradójico de que la zona tiene cierta atracción por el mundo de la venta de todo aquello que no se debe vender.
El cuerpo no tiene precio. Como tampoco debería tenerlo el arte en sus bases, las estructuras de creación y los nichos en los que comienzan a florecer los que nos pintarán, cantarán y bailarán en el futuro.
Aquí huele demasiado a carmín, a bolso dando vueltas y a vestido corto de lentejuelas. Aquí huele demasiado a billetes sudados, a nervios por escoger cliente y a falta de moral. Aquí huele demasiado a la perversión disfrada de arte. Las pilinguis del arte.
Yo la conocí en un Banksy de camino al CAC…Yo la conocí en un Banksy de camino al CAC….Me lo paró, el Banksy, me lo paró….So, So, Soho para el Banksy, So, So, So, Soho pare el Banksy.
Viva Málaga.
Aún recuerdo, cuando alguien del ayuntamiento se paseó por los negocios de la zona hace dos o tres años para decir que aquello desde entonces era un «sojo», que una cafetería de la alameda, de las de toda la vida de café pitufo y expositor de maritoñis se apresuró a colocar una pizarra en la puerta con la siguiente Leyenda » Desayuno Soho: café+pitufo+zumo de naranja » seguido de un precio que ya no recuerdo. El hombre, según confesó a un cliente amigo en mi presencia días más tarde, descolgó la pizarra de una esquina ddel interior del local, la desempolvó y le añadió la palabra Soho. Para mi aquella anécdota fue bastante reveladora del éxito que tendría la idea.