A los niños se les suelen camuflar las verduras para que no las identifiquen. Les ponen coliflor empanada y con kétchup y la madre se queda contenta porque su Grabié come verduras. Desgraciadamente ella obvia la parte del rebozado y la salsa de bote. Y al final se contrarrestan los efectos. Su criatura ha comido verdura. Cierto. Pero también basura. Por lo que el fin inicial –que es alimentarse de manera saludable- queda fuera de juego. Pero no importa porque “Mi chico me ha comío verdura”.
A Málaga con la gastronomía le pasa algo parecido. Es raro el asunto. Cada vez se acerca más nuestro centro a un parque temático extrañísimo. Málaga es la madre. Nosotros los niños. Y el mercado de la Merced un ejemplo de verdura que tiene pinta de acabar en fritura dentro de poco.
Al margen de las historias de su inauguración, las fotos de Troya con los peroles al aire libre y el dadito de queso de Don Francisco, el proyecto del mercado gourmet se encuentra en estos momentos en la cuerda floja malacitana. Un hilo con denominación de origen que suele conseguir que algo dure un poco o que caiga en picado. Pruebas hay miles. Y el ejemplo más evidente lo tenemos en la plaza de toros y sus puestos de comida. Lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks.
La cuestión es que con el mercado de la Merced las cosas aún están por ver. Existen ejemplos incuestionables que nada mas nacer se sabe que serán un éxito pero hay otros que, al margen de la ilusión, tienen que cuajar para ser algo interesante.
Sobre el papel lo es. Un lugar privilegiado. Un proyecto interesante. Arquitectura industrial en un enclave que, si Dios quiere, será la antesala de uno de los reductos de pureza que queden en Málaga: Las Lagunillas.
Pero como siempre, como en todo, sobrevuela la falta de identidad en el espacio gourmet. Se ven marcas de cerveza. Jamones. Sushi. Vinos. Muy bien. Pero… ¿Y Málaga? Parece que algo puede funcionar con La Casa de Guardia y su corner de vinos. Pero, pensándolo mal, es más que probable que muchos de los inquilinos actuales marche dentro de un tiempo. Y ahí, solamente ahí, veremos el verdadero mercado, la verdadera ciudad y el futuro del espacio.
No es que sea malo ese formato. Todo lo contrario –soy fan de la sexta planta del Corte inglés-. Pero aquí hablamos de un mercado municipal. Hablamos de nuestro territorio. Y esperábamos nuestro idioma. A día de hoy todo hace pensar que el espacio es caro. Los corners han costado lo suyo y el canon debe ser elevado. Y de ahí, probablemente, a que el perfil de los negocios no esté del todo cercano al ticket medio del malagueño.
Es probable que, con suerte, se llene de vez en cuando de turistas. Pero en ese caso no oleremos nada del asunto. Y una vez más, un pedazo de nosotros acabe explotado para el resto. Y Málaga quede fuera.
Estaremos atentos a las circunstancias. Y a las salidas y entradas. Y a las bajadas de precio para asentarse en el lugar. Porque en ese caso sí que podría convertirse en un espacio mágico, único y con identidad.
Una parcelilla donde reencontrarse con una vitrina de Paco del Noray, maestro del marisco de Málaga, repleta de caracolas, gambas, invasores, coquinas, cañaillas y búsanos. Una esquina para los bartolitos y las ligeritas del extinto Orellana. Los andresitos del iSamoa. El pescado frito de Marioeva de Huelin. Los dulces de Málaga con las Locas de Tejeros y las trufas de La cubana. Las tapitas de Lo Güeno. Los guisos de Carnero en La Cosmopolita. La vida de Málaga al fin y al cabo. Un recuerdo basto de lo que fue y no está y de lo que está pero no se refleja en ese mercado gourmet que huele a pintura, CIF de Salamanca y contrato de exclusividad de quien ayuda a pagar la obra.
No lo veo. Y lo intento. Pero me cuesta trabajo encontrar algo de verdad en un sitio que será pasto del privilegio acomodado. En un mercado gourmet de Málaga tiene que salir humo de las frituras. Tiene que haber una escandalera enorme. Y los vasos deben tener un agujero en el culo. El suelo debe estar pegajoso de tanto Pajarete. Y los papelones de salchichón de Málaga y chicharrones de Famadesa deben empapelar las paredes. Eso es puro. Y real. Y verdad. Aunque lo que hay también lo sea. Pero eso aquí no tiene pinta de cuajar. Y es una pena porque, entre tanta franquicia potente habrá quien haya apostado por aquello. Y crea en su producto. Y esté a expensas de que pegue el reventón y el éxito sea sonado. Pero eso nunca se sabe si sucederá. Y claro claro no se ve.
Si Málaga no ha sido de culines de vino tinto y charlas reposadas con dos lascas de jamón en un papel en su vida no lo va a ser ahora porque nos lo pongan en el mercado de la Merced.
Con lo fácil que lo tienen para triunfar. Y lo difícil que lo ponen todo. Después la culpa es de la crisis.
Viva Málaga.
Cuántos negocios parecían el reflejo del fracaso y en cambio algunos se convierten en lugares de referencia , y cuantas inversiones pesadas se han hecho para nada en otros. Todo es cuestión de modas, y por lo que nos de. Cruzar dedos y rezar, porque en la hostelería incluso las tabernas sucias triunfan, y las limpias con alicatados deslumbrantes acaban siendo traspasadas.En la hostelería está todo inventado. No apliques nunca el sentido común, hay público para todo. Gente que gasta más, gente que no tanto, unos de barra otros de mesa, cuentas a papel o a tiza..
Saludos
Dicho y hecho. En caída libre.