De unos años a esta parte hemos observado cómo el negocio local malacitano se iba corrompiendo poco a poco. Con la regeneración urbana del centro histórico y bajo su amparo, se colaban verdaderos picudos rojos de la explotación que convertían el tejido empresarial de nuestro centro en mera pantomima. Priman las cuentas de resultados, como es normal, pero poco interesan ya la historia, los sentimientos y ese pedacito de memoria colectiva que nos hace grandes como pueblo.
El eje de las calles Larios y Granada son fundamentales para comprender cómo ha evolucionado el comercio y de qué manera se ha ido borrando de un plumazo el alma de nuestras tiendas. Antes había sastres que vendían camisas, reposteros que servían bollos y bodegueros que despachaban vino. Ha pasado el tiempo y resulta que quien te vende un café es un empleado que trabaja para una sociedad que tributa en el quinto infierno. Y resulta que el CIF de nuestras calles viene de lejos. Y resulta, con diferente resultado, que para poder ver Málaga en esencia tenemos que irnos a un libro o una estampa vieja puesto que, por ahora, están consiguiendo desposeernos de las señas de identidad más elementales ya sea al servir un café –propiedad de unos suizos- o tomar una cerveza –propiedad de unos catalanes-.
Por suerte, hay improntas que aún consiguen mantenerse con la solvencia de aquellos que solamente dependen de sus manos y sus pies. Y uno de esos valientes resiste en la calle que más padece el paso del tiempo aunque se vea muy limpita. Hablo de calle Larios. Y hablo de Casa Mira.
La de los Mira es una historia sencilla y común. Sencilla porque son artesanos de lo clásico. Lo elemental bien hecho. Lo sencillo llevado a la excelencia. El helado bueno. Y común porque, durante su historia, ha vivido los avatares de la clásica empresa familiar, sus devenires y las separaciones. Y es interesante que se conozca. Aunque, siendo sensatos, cualquiera que pruebe helados por Málaga sabe dónde son buenos y dónde no tanto.
Todo empieza en Jijona. Desde allí llega a Málaga Don Severino Mira, quien, siendo joven, abre en calle Cisneros una Horchatería llamada “Los Valencianos” junto a la actual sombrerería con la que, casualidades de la vida, comparte apellido. Estamos a finales del siglo diecinueve.
El negocio va bien. No falla. Los mejores helados salen de su casa. Y también los mejores turrones. Era el lugar de encuentro de la sociedad malagueña sin distinción de clases. Evidentemente no compraría lo mismo el pudiente que el más limitado pero todos en Málaga comenzaron a conocer Casa Mira.
Se queda pequeño el local de Cisneros y es por eso que la familia se traslada hasta calle Nueva, lugar en el que crecen las generaciones siguientes. Todo avanza. Todo crece. Y es en el año 1930 en el que, en el número cinco de la calle del Marqués de Larios, abre sus puertas hasta el día de hoy la que es, sin ningún género de duda, la mejor heladería de Málaga.
Empezó con Severino Mira, siguió su hijo Prudente Mira, creció y se hizo referente inamovible con Dimas Mira y se mantiene con el futuro más fresco de la mano de Andrés e Ignacio Mira.
Hay muchas heladerías con el apellido Mira. Pero Casa Mira, a día de hoy, es una y está en calle Larios.
Suele suceder que, cuando conoces a alguien, realmente estás viéndolo a él pero también a sus padres puesto que ellos son un reflejo de las manos que los amasaron hasta convertirlos en hombres. Y eso pasa cuando hablas con Andrés. Seriedad en un rostro que, por mucho que lo intente, delata una bondad extrema pues su carisma evoca claramente al de aquél que lo trajo al mundo y que dejó Málaga en el año 2013.
Andrés e Ignacio, separados pero juntos, son los que a día de hoy gestionan el gran buque del cucurucho de turrón malacitano. Andrés, a su vez, tiene una heladería con su nombre en Ortega y Gasset. Mientras tanto, Ignacio, hace que la vida sea más feliz en el Limonar y el Mayorazgo con su heladería y pastelería “Ignacio Mira”.
Hagan la prueba cuando quieran. Tomen un helado de Andrés e Ignacio en cualquiera de sus heladerías. Y después vayan al resto de lugares a probar lo mismo. Incluso los de calle nueva con los que comparten apellido. Nada que ver. La noche y el día.
Queda claro dónde permanece la esencia. Queda claro dónde no han llegado los empresarios solventes y sí las familias trabajadoras. Casa Mira está calle Larios y no en otro sitio. Somos muchos los malagueños que, por desconocimiento, hemos observado distintos locales con el mismo nombre pero, por si no lo sabían, las de Nueva o el Compás no son las mismas. La original y genuina está en la calle mayor de nuestro reino.
El futuro es presente y si antes los chiquillos se entusiasmaban con una torta de aceite, hoy le dan una patada y buscan algo más supersónico aunque esté hecho con caca de gato. Ante esta circunstancia, las heladerías en Málaga se han convertido en verdaderos escaparates con plastas de mil y un colores que, aún con apariencia agradable, apuntan maneras al respecto de la cantidad de cosas prefabricadas e insanas que contienen.
En casa Mira las fresas se compran de una huerta malagueña. Y de ahí también vienen las brevas con los que se hacen los helados. Todo del terreno. Todo fresco. Todo sano. No tiene sentido entrar en un obrador y no ver manos, cuchillos pelando fresas y movimiento. Por eso triunfan y de ahí que hayan llegado hasta nuestros días.
Ignacio, un trabajador incansable que no para de crear, inventar y luchar para tener siempre el mejor helado aunque no gane un céntimo. Andrés, un piloto de aerolíneas comerciales que supo ver que más allá de un Boeing hay un imperio de la honradez en el trabajo construido por un padre.
Decir que el helado se lleva en la sangre suena raro e incluso peligroso pero estos hermanos lo han demostrado. Hay otros Mira en la ciudad, como Fernando con su gran apertura en Andrés Pérez, que con esmero atesora ese apellido que con solo escucharlo ya sabe bien. Pero, el buque insignia, el bastión de las tarrinas, el de las colas en feria, por el que pasan los malagueños, el de la barra cuadrada, el de los helados que no necesitan verse para saber que son buenos, el de las mujeres con los mandiles impolutos aunque lleven servidos cientos de helados, ése….Ya saben dónde está.
Yo me quedo siempre con mi tierra. Y Casa Mira es Málaga servida en cucurucho. Yo no quiero más franquicias. Yo no quiero más helados hechos con polvillos y sabores prefabricados en un bote. No me gustan los inventos. El yogur y el helado me gustan por separado. No todo a la vez. Y quiero que sea gente de la ciudad la que crezca conmigo. Y ha sido y así sigue siendo. Porque todos paramos en calle Larios en verano y también en invierno a por turrones y perritos de mazapán.
Porque no es lo mismo un lugar revestido de categoría sin tenerla y con dueños del quinto pinto. Porque es diferente saber que en aquél rincón están las manos de quien cada jueves Santo levanta a la reina del romero. Porque no. Porque mis abuelos iban. Y los tuyos. Y el suyo les atendía. Y hoy queda su recuerdo en las paredes con el mensaje más certero de unas nietas hacia alguien que ha hecho de los helados una seña de identidad malacitana. Te quiero mucho cucurucho.
Viva Málaga.
Hola soy de Melilla, cuando vuelva por mi querida ciudad hermana de Málaga , probare helados de esta casa.
Es cierto que las ciudades se han deteriorado o acompasado a una estética (si estética es eso) a una manera global, o sea invisible. Sin individualidad salvo por los monumentos con los que de momento no puede ésta globalisierung an sin sentido ni razón. Magnifico escrito. Y viva el turrón de Mira.