Resulta del todo pesado la cantidad de debates que se están sucediendo en la ciudad. Debates electorales. Absurdos. Pero realmente curiosos porque son de tal densidad que llevan a la locura.
Es la mentira hecha espectáculo. Son dos o cinco ologramas mirando al infinito diciendo chalaúras de manera ininterrumpida y bajo el control de un cronómetro para que se callen y continúe el de al lado con la misma cantinela. Es la conversación de una madre con su hijo adolescente. Sin contenido. Sin bidireccionalidad –me he inventado el término creo-.
Todas las cadenas locales han tenido su debatito. Y La Nuestra por supuesto también. Ha habido debates cara a cara en la radio. Los ha habido de segundones. De cuarterones. Y de morralla de lo más bajo de la lista. Han ido hasta los de upyd que yo pensaba que ya se habían retirado por dignidad. Un follón de conversaciones a través de todos los medios.
Pero ¿para qué sirve tanto teatro si se ve a la legua que es mentira? ¿De qué vale que en ningún debate se haya tratado un tema de verdad? ¿Para qué tanta historia si no hay diálogo alguno? ¿Por qué el Alcalde no mira a la cara a María Gámez? No lo entiendo. No logro comprender cómo ni ellos dos ni sus cachorros nos han podido brindar la oportunidad de presenciar un debate real con cortes, puntualizaciones y peleas en condiciones.
Ahora recuerdo los líos con Susana Díaz porque cortaba e interrumpía al resto de participantes de los debates. Y la verdad es que, por parte del espectador interesado en el asunto, se disfrutaba mucho más. Y hubiera sido el recopetín si, con cada interrupción, el rival se hubiera encendido y hubiera rebatido el corte. Y apareciera el dialogo y la gente de verdad. Pero no. Se comportaban y comportan como verdaderos niñatos con aspecto de formales pero maneras de niño. Y llamaban a su mamá. Y llamaban al moderador. Para chivarse de que el otro niño no le deja hablar. En fin. Una porquería.
En cualquier caso no deja de tener cierto interés escuchar a los candidatos regurgitar sus propuestas por la tele. Tenemos a Francisco de la Torre que presume de todo lo conseguido –es trampa porque el Alcalde siempre va con ventaja. Cierto. Pero haber ganado tú-. Después está María Gámez que le pone empeño e intenta sacar las cosquillas del caballero pero con poca fortuna. Es una mezcla de que no le sale y que el otro tampoco quiere. Francisco mira al infinito con sonrisa de gallardía aunque se están acordando de sus difuntos. Parece que por dentro piensa: psss, a mí plin, yo pongo el piloto automático y que esta gente diga lo que quiera. Si total. Esto está ganado.
Y es totalmente cierto. Y aquí viene la historia entretenida. Y es que el PP va a ganar otra vez las elecciones municipales en la capital de la Costa del Sol. ¿Pero eso cómo va a ser, chiquillo? Pues siendo. Y seguirá así hasta que no nos cambien los rivales.
En Málaga no suele ganar el PP. Suelen perder el resto de partidos. Y está volviendo a suceder. ¿Quién va a votar a alguien de un partido nuevo que es de Oviedo y le importa Málaga lo mismo que a mí las rancheras? ¿Quién va a votar a la Izquierda Unida obsoleta que lleva a la gente en sus listas con apodos y a los que les dan dos minutos para hablar de la ciudad y sacan temas como la república o el paro?
¿Quién va a confiar la ciudad a alguien que está a favor de la ocupación de edificios históricos del centro como La Casa Invisible? ¿Quién? Y si encima se te presentan todos y el único que habla bien, viste bien, se expresa bien y te pone sobre la mesa lo básico hecho… ¿Qué haces? ¿Votas al tuyo por pena? Pues sí. En algunos casos sí. Como el mío propio. Que más de una vez he votado por lástima o incluso pensando en otro político que era del mismo partido pero que no aparecía en las listas.
Málaga se merece un cambio. Pero el cambio no nace de nosotros. Nace de los que deciden que Málaga se la queda el PP. Porque cada vez se nota más que aquí se han ido repartiendo provincias e incluso pueblos en un despacho. Y comunidades autónomas. Y Madrid es para el PP y Andalucía para el PSOE. Y así lo han decidido y así lo demuestran. ¿O es que alguien pensó alguna vez que Moreno Bonilla podía hacer algo?
Pues a tenor de estos hechos lo mejor que pueden hacer es votar al que más pupa le haga a tu partido de verdad –si es que lo tienes-. Que les haga daño. Que se tengan que ir a su casa o a buscar trabajo. Que vayan perdiendo puestos y administraciones. Porque de lo contrario puede suceder que incluso te encuentres con políticos altaneros que van de sobrados porque “los ha elegido el pueblo”. ¿Perdón? El pueblo es uno y elige al que gana. El resto son miguitas. Y esas miguitas consiguen que podáis seguir teniendo sueldos públicos para pensar en las musarañas y no hacer ni sombra.
Las elecciones interesantes serán las primeras reales. Aquellas en las que Francisco de la Torre ya no esté y se remueva la cacerola. A mí se me caía la cara de vergüenza al ver en una lista de las autonómicas el nombre de Marisa Bustinduy. Y es que basta ya de usar la política como el cementerio de los dinosaurios de los partidos. Es una estupidez pensar que nos representan los más potentes. Pero algunas veces da la sensación de que lo hacen los más inútiles. Fíjate si serán malos que hasta los pobres votan a los ricos porque no les queda más remedio.
Recuerdo un anuncio de las zapaterías los guerrilleros que rezaba: “No compren aquí. Vendemos muy caro”. Pues habría que reinventarlo. “Sigan votando al PP. Los rojos nos venden muy barato.
Viva Málaga.