Cuando uno junta política y arte se forma un lío enorme. Es similar a la mezcla de amoniaco y lejía. Aquello empieza a echar humo, hacer ruidos raros y acaba por intoxicar al público que se sitúa alrededor. Y en eso Málaga es experta. No hay museo sin político. No hay inauguración de nada con consistencia que no lleve consigo a un representante público. Y es que ha llegado un momento en lo que la gran mayoría de cosas pasan por la mano del que se sitúa en el sillón del poder.
Nadie se imagina al director del banco al que pagas la hipoteca que te han concedido abriendo la puerta de tu casa por primera vez. Sería raro ver al Señor Pérez, del Banco equis, en el rellano de la escalera, con un atril y diciendo: Querida familia, el esfuerzo del banco es bla bla bla y ahora os hago entrega de bla bla bla. Sigan confiando en bla bla bla.
Y normal que no ocurra. Normal ya que lo primero que harías sería patearle las nalgas porque parece que te están haciendo un favor y no es así. No es de recibo que alguien que te ahoga, te afixia, lo hace mal, gestiona de manera poco transparente y que encima mira antes por él que por el resto de la humanidad acabe siendo la persona con la que compartir algo que ha supuesto y supone un esfuerzo económico para la gran mayoría de los ciudadans –ahora se dice así-.
Pues mire usted por donde que en Málaga –como en la mayoría de ciudades del cosmos- sucede todo lo contrario. Aquí se ha convertido en plato principal, y otorgándole calidad de Santo, que un político sea quien abra la puerta, corte la cinta, corra la cortina, descubra la placa, sirva la tarta y rompa el cristal. Y encima. ¡Encima! Consiguen el efecto contrario al esperado. Y es que lo que tocan lo convierten en adreim –léase de derecha a izquierda-.
Y ahora, cuando les toca rendir cuentas para seguir, refuerzan aún más su teoría de la necesidad etérea de su presencia para acabar reventando el asunto.
Pero hay algo grave a la par de poco creíble y es la incógnita que sobrevuela sobre aquellos que participan de estos grandes instrumentos culturales locales. ¿Por qué no se enfada nadie que se deja dinero, trabajo y esfuerzo cuando llega un político e irrumpe en el lugar y acaba eclipsando lo importante, lo puro, lo cultural?
¿Por qué no se enfadan los del museo pompi al observar cómo lo suyo se ha convertido en un instrumento electoral que se inaugura a la carrera antes de las elecciones? ¿Por qué no se enfada –y motivos tiene- el coleccionista Juan Barco al observar cómo todo lo que él ha ido amasando, ha pagado y ha preparado para un día especial acaba siendo objeto de dimes, diretes y ruedas de prensa por parte de los políticos? ¿Por qué no se eliminan de la plaza de la malagueta a los políticos en el callejón? ¿Por qué no se van todos los servidores públicos a los tendidos y dejan el callejón libre para las personas que realmente lo merezcan?
Es incomprensible que este tipo de monumentos artísticos que son los museos acaben siendo retazos de mítines y campañas electorales. Basta ya de una vez de la utilización de la cultura como un medio más para proveerse de unos papeles y categoría que realmente no tienen quienes nos representan. Y es que, si tuvieran esa sensibilidad que se alberga en los museos, no harían los shows para ponerse los primeros siempre. ¿Quién es fulano o mengano para dar la bienvenida al arte si de lo que sabes es de artimañas?
Siempre quedará la duda del porqué no se indignan todos. Porque si fuera yo el que paga lo haría. Y cualquiera en su sano juicio también. Es por eso que queda en entredicho de vez en cuando el silencio que reina entre aquellos que –de manera manifiesta- permiten la prostitución del arte por parte de quienes la explotan como mercadería barata.
¿Motivos para ello? No se sabe. Pero se puede intuir. Y es que hay veces que si te ponen mesa de caoba, mantel de seda y cubertería de plata, por mucho caviar que pongas acabas siendo dueño del que deja que allí te sientes a comer tu manjar.
La política se ha convertido en el enemigo de los grandes proyectos culturales de la ciudad aún siendo ellos mismos los que consideran que son parte fundamental de la gesta. Lo pago yo, lo pones tú y te echas flores. ¿No les da un poco de reparo? Al final, como siempre, acabarán ganando los aplausos y el boato. Y en tercera fila el que ha trabajado. En cuarta el que tiene el dinero y fuera, en la calle, el que realmente lo paga con el esfuerzo y la indignación de quien no tiene para comer y observa su mesa puesta desde el cristal.
Qué raro todo. ¿Os dan algo? Si os dan decidlo. Que no nos vamos a enfadar. A lo sumo pediremos que lo repartáis entre algunos. Así cabemos a más.
Viva Málaga.